Restituyéndome

1264 Words
—¿Mi niña está allí? — Preguntó Sarbelia al cabo de un rato. — Sí, entra por favor. Sarbelia llevaba la comida, pero en cuanto me vio lanzó todo al suelo. Me aseguré de volver a cerrar muy bien la puerta. — Hija por Dios. ¿Qué pasó? — ¡Ay Sarbelia! Necesito que Esteban no entre a esta habitación. —Sí mi niña, no se preocupe— Su voz se volvió temblorosa. Estaba horrorizada cubriéndose la cabeza con las dos manos. — No puedo estar en la coronación, Esteban se volvió loco— Objeté. — Hija esto es algo muy serio, debo decírselo a su padre. Se dio media vuelta con los ojos a punto de salirse de sus cuencas. La sostuve del brazo evitándole marchar. — No, no. Es mejor que no le digas nada. Quiero que me digas algo: ¿cómo está él? Ella suspiró, y entonces la solté. — Él está mucho mejor. Parece como si hubiera vuelto a nacer, se ve contento, fuerte y lleno de energía. — ¡Cuánto me alegra eso! — Dije sonriendo débilmente. — Mi niña, el joven que la acompañó a conseguir esa cura para su padre, ¿fue quien la sacó del castillo? — Sí, Sarbelia. Pero te ruego que no se lo menciones a nadie más, o me pondrás en peligro. — No, mi niña, no se lo digo por duda, sino que este joven siempre ha estado en el castillo desde que tengo memoria. — ¿Lo conoces? —Inquirí asombrada abriendo los ojos a más no poder, pasando a segundo plano de inmediato mi situación con Esteban. — Su padre siempre me pedía que no permitiera que nadie más supiera que él estaba en el castillo, pero ese joven fue quien ayudó a su padre para que huyéramos el día de la invasión, también fue él quien le dio la idea para que usted mi niña sobreviviera. Su padre le tiene mucho cariño a este joven, y tenía cierta duda de que se respetara el acuerdo que tenía usted con el Príncipe Esteban. Pese a lo ocurrido, un gozo inmenso me inundó. Pero me confundió lo del acuerdo. — ¿Mi padre temía que Jon no cumpliera con el acuerdo? — No hija, su padre temía que usted no cumpliera con el acuerdo. El joven siempre le decía que él no iba a permitir algo así, en caso de que usted ya no quisiera. Solté un suspiro. — Sarbelia, esto es increíble. No puedo entender porque mi vida es así. Ella acarició mi cabello. — Mi niña para todo hay solución, no se angustie. Pero si quiere un consejo, escápese y huya del reino cuanto antes. Quizá el joven la ayude. Me quedé viendo perpleja a Sarbelia. Y el gozo se alejó de mí a la velocidad del viento al recordar que había muerto. — Sarbelia no puedo dejar a mi padre, ni a ti. —Exclamé entristecida. — Sí, pero algo me dice de que debe irse. Es que, si no, el joven Esteban la matará a golpes. Es obvio que usted no lo ama y él quiere que cumpla. Hoy lo escuché hablando con su padre y le reclamó muchas cosas, entre ellas lo de la noche de bodas. No puede ser posible que la hayan salvado para morir en manos de su esposo, y lamentablemente por lo que veo su padre no puede hacer nada. — Sarbelia lo que sé de Esteban es horrible. Es un total farsante, te agradezco mucho lo que me dices, te quiero tanto. — Y yo a usted mi niña. Nos dimos un cariñoso abrazo, me consoló hasta que dejé de llorar. — Por favor, no te preocupes si necesito algo, te buscaré. No quiero que tomes problemas por mis faltas. Me siento mejor estando aquí, y encerrada no me pasará nada. Asintió con la cabeza positivamente antes de salir con los ojos llenos de lágrimas. Una y otra vez luego que se marchó venían a mi mente el horrible recuerdo de su asesinato. ¿A quién podía exigirle justicia? La sed de venganza se abrió paso por mis pensamientos y concluí en no permitir más abusos. No podía pasar el resto de mi vida temiéndole a Esteban. Tenía que encontrar una manera de defenderme. Ante el ardor de la venganza mis miedos parecían desaparecer. Además, debía proteger a mi padre evitando que por mí se metiera en más problemas. Dejé de lado mis miedos. Poseída por el dolor, la culpa y el deseo de justicia dejé mi alcoba. Fui hacia el patio de armas con intención de encontrar al General. — ¿Su majestad, necesita algo? —  Dijo uno de los guardias. — Sí, quiero que me enseñen a usar la espada, y a combatir. El soldado se quedó perplejo y petrificado. — No permito que se me cuestione el porqué. Es una orden— Dictaminé. Asintió con la cabeza, yendo a conversar con otros soldados. Luego me guiaron hasta donde se encontraba el General. Era un hombre alto, de cabellos oscuros y mirada solemne. Algo fuerte y rudo en los rasgos de su rostro. — Talión mis saludos. He venido hasta usted, con una sola petición. Parecía absorto ante mis palabras. — Sí, algo me dijeron los custodios, pero Alteza, esto es sumamente peligroso. ¿Su padre sabe algo al respecto? — Tengo la aprobación necesaria, así que dese prisa. En su mirada se mantuvo un cierto recelo, lo cual me aguijoneó, pues me recordó a Jon. — Lo ideal sería enseñarle a usar el arco y las flechas. — No importa, General. Lo que usted considere será perfecto. — Muy bien Alteza. Por favor acompáñeme, iremos al patio de entrenamiento. Lo obedecí, ambos íbamos a grandes pasos. Al parecer estábamos en la parte trasera del castillo, lugar donde nunca había ido, en la planta baja.  Había varias armas, pero de todas eligió un arco. — Empezaremos con esto. Princesa, sí usted no cuenta con la aprobación del Rey y él se entera, enfrentaré grandes consecuencias por mi desobediencia. — No se preocupe porque si tengo su permiso, sin embargo, no tema yo me hago responsable de cualquier cosa que pase. Mostró una reverencia.  Y continuó adiestrándome. Pasé el resto del día con ellos aprendiendo a usar el arco y las flechas, sin importarme comer o beber. Al darme cuenta que la noche se asomaba, tuve que despedirme. — General, antes de marcharme le ruego un favor. — Por supuesto alteza, a sus órdenes. — Que no le comenté nada a mi esposo, ni usted ni quienes hoy me acompañaron, por favor.  — No se preocupe, así será alteza— Respondió mostrando una venia. Había sido una experiencia muy agradable, jamás compartí con las personas que ponen en riesgo su vida para proteger al reino y a mí, nunca de ese modo. Lo disfruté mucho, me divertí y fueron muy amables conmigo todo el tiempo. Prometí volver otro día, y les envíe mucha comida para la cena en señal de mi enorme agradecimiento. No tenía tan buena puntería, pero al menos había una enorme posibilidad de que le atinara a mi objetivo.  Regresé a mi alcoba después de comer en la cocina. No quería ser encontrada por Esteban por lo que preferí rodear las murallas de la barbacana, pero toda la escasa dicha se deshizo inmediatamente. Dos chicas con grandes capas oscuras y de seda iban de camino hacia la torre de homenaje. Ya era lo suficientemente tarde como para que permitieran el ingreso dos mujeres ajenas al castillo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD