Narra Rocío Sigo las instrucciones que me dio el tío y llego a un lúgubre almacén en su auto. Agarro el volante con fuerza, lista para recoger lo que necesito y entregármelo. No tengo idea de qué podría ser, pero no estoy en posición de preguntar. Eso es todo. Esta es mi oportunidad de demostrar que no soy una carga. Salgo del auto y me dirijo hacia la entrada. Al atravesar las pesadas puertas de metal, inmediatamente me golpea el fuerte olor a aceite y óxido. Esperaba una entrega sencilla, pero algo se siente mal. El edificio está poco iluminado y entrecierro los ojos para ajustar los ojos, tratando de encontrar a la persona con la que se supone que debo encontrarme. –Hola— grita una voz ronca detrás de mí. Me doy vuelta, sorprendida, y me encuentro cara a cara con un hombre que cas