Capítulo III

1160 Words
Un cliente habitual dice adiós… —¡Canela! Despierta, es hora de irnos… ¡Arriba borracha! —Me halaba del brazo la Sussy, era una de las muchachas que trabajaba conmigo en la que más confiaba. Siempre se preocupaba de que no nos pasará nada malo cuando nos pasábamos de tragos. En ocasiones algunos clientes nos drogaban para sacarnos del club y tener sexo gratis. Pero ella siempre se ubicaba a casi a la salida del bar y si veía algún movimiento extraño daba la voz de alerta. Habíamos establecido un código para protegernos, habían muchos depravados sexuales que no gastaban dinero en nosotras de forma gratis, siempre buscaban algún beneficio, nos terminaban drogando y llevando a algún lugar solitario donde más de un hombre abusaba de nosotras. Por suerte nunca había llegado a esos extremos y tal vez por esa razón amaba tanto tener clientes habituales. Sabía de varias compañeras que habían perdido la vida de esa forma, se las llevaban engañadas y días después aparecían en las zanjas sin vida. El club estableció políticas para evitar problemas legales. Respondía por lo que pasará dentro del local, de puertas hacia afuera estábamos desprotegidas. Habían muchos lugares como éste, pero en ninguno pagaban mejor. En algunos clubes trabajaban solo con mujeres inmigrantes a quienes les detenían los documentos para explotarlas con horas extras y el p**o mínimo. Les ofrecían ayudarles a conseguir documentación para estar legales en el país y nunca les cumplían. Al contrario les empezaban a acumular deudas porque la mayoría del sueldo lo enviaban a sus familiares en sus países de origen. La vida de una trabajadora s****l no se compara con la tranquilidad que tiene una persona normal. A diario nos estamos cuestionando sobre nuestra salud, aunque seguimos controles estrictos nunca estamos exentas de contagiarnos de algún virus. Tenemos un conductor asignado que nos lleva hasta nuestras casas, con tacones en manos y caminando algo extraño alcanzo a llegar a la puerta de mi casa, el conductor espera a que haya cerrado la puerta para irse. Me acuesto en el mueble que está al entrar a la casa y ahí amanezco, la incomodidad me despierta y una voz aguda irrumpe en mi cerebro: —Alejandra ¿Cuándo piensas cambiar ese estilo de vida? ¿No te avergüenza llegar en ese estado a casa? —Era mi mamá, casi nunca me visitaba pero cuando lo hacía era para darme regaños desde que me veía hasta que se despedía. —Tienes a esos pobres niños abandonados, Rahul anoche tuvo fiebre y tú empleada tuvo que llamarme para que le ayudara. —¿Fiebre? ¡Oh por Dios! Me giro y caigo al piso para correr hasta la habitación y ver al niño. Estaba dormido con un paño húmedo en su frente. —Gracias por venir mamá. Pero ¿Por qué no me llamaron? Hubiese venido de inmediato. —No estar cuando ellos me necesitaban se estaba convirtiendo en un tormento. Había ido al psicólogo muchas veces porque anímicamente me sentía mal. Pero si no me esforzaba por darles sus cosas nadie lo haría, además era mi deber como madre asegurarme de que tuvieran una infancia feliz. Sabía que la ausencia del padre creaba brechas emocionales que no iba a poder cubrir con cosas materiales, pero no podía sentirme culpable por querer protegerlos de vivir una vida llena de temores. —¡Te llamé, señora Alejandra, pero su teléfono sonaba apagado! La primera que se me ocurrió fue su mamá… Tuve miedo de que el niño llegará a convulsionar de la fiebre. —Dijo Andreina, un poco preocupada. Ella no tenía la culpa, así que la tranquilicé. Solo depende del sueldo que le p**o y con eso le compra las medicinas a su abuela. Bese la frente fría de mi niño y me recosté a su lado. Al rato llegó mi otro bebé y se acostó encima de mí. Mis dos hombrecitos habían crecido tanto. —¡Mamá hoy no vayas a trabajar! Quédate con nosotros todo el día, nos cuentas historias y nos das batido de chocolate ¿Si? —Las peticiones de mis pequeños me hacían sentir mal. Desearía llamar y decir que no asistiría pero esa no era la opción. Habían muchas cuentas que pagar: —El domingo haremos tantas cosas como se les ocurra, pero hoy mamá debe ir por ese trabajo. ¡Necesitamos tener suficiente dinero! —Los besaba en sus frentes y me quedaba algunos minutos abrazándolos… Apenas tenía chance de comer, bañarme y alistarme para empezar de nuevo. Me tomaba un energizante antes de entrar al establecimiento. En las mañana debía ayudar a decorar y a organizar el lugar con alguna temática diferente. A medida que empezaba a ceder el día empezaban a llegar clientes. Antes del medio día era probable que hubiese atendido a dos o más clientes. Siempre comía en el local, las recetas eran sanas y deliciosas. Luego del almuerzo tenía una hora de descanso para volver a trabajar de nuevo. —¡Canela te solicitan! —Veo el reloj y aún quedaban treinta minutos de break. Pero era evidente que si me llamaban era porque era alguien que tenía afán. Me acomodé la falda, limpie mis pies y me puse los tacones, retoqué el labial, puse perfumé en mi cuello y salí. —¡Casi no te apareces mi princesa! Hoy decidí pasar más rápido que de costumbre porque no aguantaba las ganas de verte. Además la próxima semana no vendré, el jefe me ha trasladado por un tiempo y no sé cuánto tiempo tarde hasta darme mi ruta de nuevo. ¡Te voy a extrañar! —Era mi conductor de tractomula favorito… Debía tener unos veintidós años, se llama Wilmer Rondón y aunque me habla de que tiene una novia formal, lo nuestro se ha convertido en un vicio del que no puede salirse. Se ejercitaba muchísimo y a simple vista daba la impresión de que era un hombre rudo y malvado, pero estando en mis brazos era tan dócil como una paloma. Disfrutaba mucho su compañía y sobre todo las historias de camino que me contaba. —¿Me vas a extrañar Canela? Yo te escribiré todos los días, espero que dejes la bendita costumbre de perder los celulares. Te dejo mi número anotado en tu libreta… ¡Llámame cuando necesites que te recuerden lo especial que eres y lo que vales! —Siempre me llenaba de ilusión compartir con ese hombre, era muy elocuente, me hablaba de sus angustias y yo le exponía las mías. —No sé qué haré los días que te dedicaba, creo que bailaré en la tarima para recordarte, prometo enviarte fotos… ¡Estaré esperando a que regreses! —Le dije mientras él acariciaba mis mejillas. Sentía que me amaba, pero nunca me lo había dicho… Solo me hablaba de la falta que le hacía o lo bien que la pasaba conmigo, pero jamás se le había escapado un te quiero.
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