Tess
Desde el gran ventanal de mi oficina observo hacia la calle. La hora se marca en el reloj que tengo a un costado, dando el tiempo perfecto y justo en el que el bendito hombre aparece en una esquina.
Sin playera y con un pantalón corto, el sudor en su piel lo hace brillar como un bendito diamante. Enseñando los músculos perfectamente tallados de su abdomen, corre como todos los días frente a mi edificio, tentándome por completo.
¿Es normal sentirse atraída por un extraño? Por supuesto que sí. Lo que no es normal es obsesionarse con la hora en que pasa frente a tu oficina, dejar todo de lado y observarlo durante su trayectoria, lo que se me ha hecho costumbre.
Ver a este hombre, al cual nunca puedo verle bien la cara por la distancia, se ha convertido en lo único bueno de mi día y eso ya es decir mucho.
Para cuando dobla la esquina de siempre, suelto un largo suspiro regresando la mirada hacia mi anillo de bodas el cual reluce en mi dedo cuando le da el sol.
Este sentimiento de porquería...
—Buenos días—doy un salto cuando escucho la voz de alguien detrás de mí. Al voltear, noto que he estado tan perdida en mis pensamientos que ni siquiera oí la puerta abrirse por lo que mi secretaria está de pie, observándome como si me hubiera vuelto demente—. Señora Baker, ha llegado un sobre para usted.
Estiro la mano para agarrarlo. No tiene remitente ni sellos. Solo es un sobre de manila.
—¿Quién vino a dejarlo?
Se encoge de hombros.
—Lo encontré cuando abrí la puerta, solo lo dejaron ahí.
—De acuerdo, gracias Lisa.
Espero a que abandone mi oficina y tomo asiento detrás de mi escritorio. No esperaba correspondencia, tampoco sabía que alguien iba a enviar algo por lo que me llama la atención lo que tengo en mis manos.
No sé por qué me toma tanto tiempo decidirme a abrirlo, sin embargo, después de algunos minutos de duda e incertidumbre, lo hago.
A mi escritorio caen fotografías. Fotografías que me golpean con fuerza porque a pesar de no esperar nada, enseñan demasiado.
Enseñan a mi mejor amiga, Jane, y a mi esposo, Nate. Las dos personas más cercanas, besándose.
Mi cuerpo entero entra en shock. No soy capaz de pensar, mucho menos de moverme. No puedo hacer nada más que quedarme ahí, quieta, viendo los diferentes escenarios en los que ambos están juntos. De día, de noche, en la calle, en la puerta de mi casa, en... en la oficina.
Ambos, diferentes días, dejando en claro que esto no es un error.
Y mi mundo se rompe en miles de pedazos.
Dos gruesas lágrimas me nublan la visión porque esperaba esto en cierta forma. Sé bien que mi matrimonio no es el mejor y desde hace algún tiempo sabía o al menos presentía que Nate podía estar teniendo una aventura. Aquí lo que me molesta y hiere, es la persona con la que decidió engañarme.
Durante más de diez años, Jane ha sido mi mejor amiga. Me ha ayudado durante duros procesos, también durante los buenos. Es la dama de honor de mi boda, fue la primera en organizar mi despedida de soltera y la única que sabe de mis problemas maritales.
Ahora me doy cuenta que cada palabra que le he contado, cada vez que acudí a ella por la presión de tener a mi matrimonio desmoronándose, disfrutaba en secreto de la enorme falla que es mi vida.
Y este hijo de puta. ¿Cómo demonios puede reclamarme algo cuando está siendo tan bajo? Meterse con mi mejor amiga... maldición, pudo engañarme con cualquiera.
No sé qué se mete en mi cuerpo, pero de un momento a otro volteo mi escritorio de la rabia que me carcome el alma. ¿Cómo es posible que esto esté pasando?
Las manos me tiemblan porque no sé qué se supone que debo hacer ahora. Toda mi vida está en esta ciudad, en esta oficina que abrimos juntos cuando creímos que lo nuestro iba a ser para siempre porque salimos de la universidad enamorados, locos el uno por el otro, creyendo que siendo contadores podríamos tener una vida perfecta y fue así durante algunos años, hasta que todo se fue al carajo.
¿De verdad pensé que podríamos vivir felices para siempre? ¿En serio fui tan tonta como para creerme ese cuento de mierda? Siento que mi corazón está ardiendo. De la rabia, la ira, la maldita verguenza.
Estoy volviéndome loca lentamente, cuando la puerta se abre.
—¿Qué demonios te pasa?
Levanto la cabeza para ver a Nate, mi esposo. El mismo que juró que intentaría trabajar para recuperar lo que tuvimos en la última sesión de terapia.
Todavía tiene la decencia de tratarme como si estuviera loca, porque esa es la expresión que tiene puesta ahora mismo, viendo el escritorio volteado y las fotografías regadas a las que no le presta atención en lo absoluto pues no entra en mi oficina, solo desde la puerta me lanza una mirada.
—¿Podrías calmarte? Tenemos clientes, maldita loca—gruñe en voz baja, cerrando de un portazo.
Y no sé por qué me sorprende que decidiera engañarme, lo que me tiene tan alterada es que decidió que Jane era el objetivo perfecto porque nadie me quita de la cabeza que lo planeó todo con tal de herirme. Esta es su forma de mierda de vengarse de mí por no poder darle lo que tanto ha querido, hijos.
Esa es la razón por la que nuestro matrimonio falló. No pude darle hijos cuando lo pidió y ahora... soy desechable. Soy un puto descartable.
Me ha hecho a un lado de su vida desde el primer momento en que se rindió. Cuando el amor se le fue, también el miedo se marchó con él porque parece que ha olvidado con quién se casó y viendo las fotos en el suelo de ambos besándose, solo me dan ganas de recordarle la persona con la que se casó.
Una persona a la que jamás debió traicionar.