Se necesita cada gramo de fuerza de voluntad para no arrojarme sobre él. Está ahí parado sin camisa, apoyado contra la puerta de su camerino y luciendo absolutamente comestible. El profundo barranco de músculo que desaparece en su cintura me está haciendo cosas. No es justo. —No está mal—, digo con ligereza. —El naranja no es mi color—. —Aceptar. Próximo.— Vuelve adentro y me arroja los baúles desechados mientras se cambia. —Deberías venir.— —¿Dónde? ¿A California?— —Sí. Sal a pasar un fin de semana largo o algo así. Podemos hacer cosas turísticas y pasar el rato en la playa. Simplemente relájate—. —¿Enséñame a surfear?— Bromeo. Aparece con otro par de pantalones cortos. Dejé de preocuparme por los colores y patrones de la tela y cedí a mirar descaradamente boquiabierto su físico d