Con sumo cuidado, aplico el labial rojo en mis labios. Lentamente, con delicadeza para no mancharme, controlando el pulso de mi mano. Acabo en la comisura de mi labio y sonrío satisfecha al ver el resultado tan pulcro y perfecto. Dejo el labial sobre el frío mármol y llevo mis cabellos detrás de mi oreja. Está largo, y aunque me gusta hacerle algunas ondas en las puntas, esta vez me lo he alisado por completo. Me giro un poco para asegurarme que mi cabello no se vea despeinado en mi espalda. Se ve sedoso y brilloso, como si debajo de cada fibra, no hubiera un rubio que desea salir una vez más. Pero no pienso volver ahí. Mi cabello rubio, con mi rostro con poco maquillaje, me recuerda a esa época muy triste en mi vida y jamás, jamás, volveré a esa temporada. Prefiero teñirlo siempre de