El momento donde un ciclo se cierra

2520 Words
El olor a alcohol inunda mis fosas nasales. Me quejo, frunzo mi frente y dejo salir un leve quejido. Aprieto mis ojos con fuerza y cuando los abro, la luz blanca me incomoda y lastima un poco, pero logro abrir los ojos por completo. —Gracias a Dios que despertaste, Bárbara, ¿estás bien? El rostro de Miranda aparece en mi campo de visión y me tomo mi tiempo para responderle. «¿Estoy bien? No, no lo estoy. Pero lo estaré» Pero justo ahora, estoy rota, estoy sangrando por la herida. Me siento como una prenda tirara debajo de la cama de una desolada habitación. Me siento desplazada. Me siento olvidada. —Estoy bien… —respondo al fin—. Creo que no haber desayunado, me afectó más de lo que debería. —Eso, y los nervios de haber conocido al señor Reed. Guardo silencio. El doctor me revisa con una pequeña linterna mientras me sugiere algunas recomendaciones y algunos estudios para hacerme por mi desmayo, alegando que puede ser que esté anémica. Yo no hablo, yo finjo interés y que lo estoy escuchando porque yo no estoy anémica, yo estoy con mi corazón roto y eso, en algunos casos, causa el desmayo que yo tuve. Cuando estaba en depresión, tuve muchos de esos. Y no estaba anémica, estuve luchando con un leve cuadro de desnutrición, pero eso lo superé. «Si pude con todo eso estando embarazada, puedo con esto. Yo lo sé. Solo necesito procesar todo» —Bárbara, ¿hay alguien que puedas llamar para que venga por ti, o que te esté esperando afuera? Niego, forzando una sonrisa. —No te preocupes, yo tomaré un taxi a mi departamento, Miranda. Me levanto de la camilla para sentarme, agradeciéndole al doctor por ofrecerme su mano. Aliso mi falda, y decido preguntarle a ella algo que sé, se sentirá como hiel en mi paladar. —¿Y Ce… el señor Reed? —trago grueso—. ¿Dijo algo sobre mí? —Te cargó hasta aquí y aquí te dejó —responde relajada, sin imaginarse el motivo de mi pregunta. No le digo nada, ella se acerca para que el doctor que está anotando unas cosas en una hoja no nos oiga—. Mucho hizo con cargarte, Bárbara. El señor Reed no tiene contacto físico con sus empleados. —Fui yo quien se desvaneció en sus brazos, no él, quien decidió tener contacto físico conmigo, Miranda —murmuro. La gerente de recursos humanos, que ha sido mi única guía en este día, se ríe bajo acercándose al doctor para tomar las indicaciones que me ha dejado por escrito. Le agradezco con una leve sonrisa cuando me las entrega. —Vamos, te acompaño a agarrar un taxi. Las dos salimos de la enfermería y aunque ella me está hablando muy animada, indicándome dónde estamos y lo que es cada oficina que dejamos atrás, yo no hablo. Yo estoy sumergida en mis propios pensamientos, asimilando todo lo que sucedió. Aún siento en mis brazos sus manos sostenerme. El ardor que dejaron ellas en mi piel, lo que causaron y la huella que han dejado como si fuesen hierro caliente, el cual me quemó y me dejó con el ardor lacerante. Un dolor que tardará en apaciguarse en mí. —Creo que el señor Reed hizo bien en pedirte que te fueras a casa hoy, Bárbara… «Él no me lo pidió, él me echó» —Supongo. —Estabas muy alterada, pero yo te entiendo. Vienes de otra ciudad por este empleo, vienes de tener el mejor jefe del mundo a uno un poco… «Nefasto. Frío. Cruel» —Demandante, sí. Ya lo sé. —Ve a casa, descansa y vuelve mañana más relajada, con más energías y lista para demostrarle al señor Reed que se equivoca. Tú eres una profesional y eso tú se lo dejarás en claro con tu desenvolvimiento. Según las palabras de Aarón, aprendes rápido y te adaptas muy bien ante cualquier situación, así que yo le creo y confío en que mañana darás lo mejor de ti. Me resulta imposible no demostrarle una leve sonrisa porque a pesar de esta amarga locura, ella está viendo la situación desde su perspectiva, la cual me da un poco de ánimos. Pero solo un poco. Al menos lo suficiente como para sonreírle en respuesta. —Me gustaría acompañarte a casa, o llevarte yo misma en mi auto, pero estoy en horario laboral aún, y después del llamado de atención del señor Reed en la enfermería, no quiero que… —Vuelve tranquila a tu oficina —me apresuro a decirle con dulzura—. Yo esperaré aquí el taxi, Miranda. Y gracias por haber estado conmigo. —Le prometí a Aarón que no te dejaría sola, y espero que eventualmente logremos ser más que compañeras de trabajo. No sé por qué lo hago, quizás estoy demasiado sentimental, pero de igual forma la abrazo, pese que apenas la conozco y me despido de ella prometiéndole volver mañana para dar lo mejor de mí, aunque es mentira. Yo vendré mañana, pero a presentarle mi renuncia y una disculpa por no poder seguir. Esto me supera y no me siento lista para enfrentarlo. Aún tengo muchas preguntas en mi cabeza. Miranda se va, volviendo a ingresar al edificio. Yo me quedo de pie esperando que un taxi pase para irme a casa. Sé que debería de levantar mi mano, de estar pendiente con mi vista fija en los autos en espera a que un taxi pase frente a mí, pero no lo hago. Yo solo sostengo mi bolso con fuerza mientras me quedo mirando un punto inexistente sin saber qué hacer. Pienso en Caroline, se me hace imposible no preguntarme si ella lo sabía, si siempre lo supo. Sé que no debo de culparla, porque yo misma fui la que marcó una distancia entre ambas, aunque ella no quiso. Fui yo quien tomó el lápiz y dibujó la línea, fui yo quien la hizo prometerme que no me hablara de él, que no me lo mencionara ni mucho menos le hablara de mi existencia o la de mi hijo a Cedric. Lo hice, porque cuando eres joven, crees saber muchas cosas, crees saberlo todo, y yo, una joven enamorada, una romántica empedernida, creyó que él me iba a recordar. Me enfoqué en mi salud mental, sí, pero nunca dejé de esperar esa llamada de su madre o al menos una suya, porque dentro de mi estúpido corazón, yo les creí a los Reed, yo creí como una tonta que Wanda me llamaría, que me buscaría para presentarme a él como me lo prometió, pero solo era una joven que creía saber todo, y al final no sé nada. Levanto mi mano para limpiar con disimulo mis lágrimas. No quiero que alguien de la empresa me tache como Bárbara la llorona. Suficiente tuve con haberme desmayado en presidencia. Estoy segura de que, para la tarde, todos sabrán que la nueva se desmayó a causa del miedo que su jefe le causó. Tomo aire, levanto mi cabeza y decido cruzar la calle, ya que ahora que lo recuerdo, debo tomar, es el taxi del otro lado y no de este. Cruzo lo más rápido que puedo y cuando me detengo en la acera, me giro para comenzar a cazar un taxi. El sonido de un auto capta mi atención, lo veo detenerse frente a la empresa. Es un auto deportivo en color blanco, y una mujer de cuerpo esbelto sale de él luciendo un vestido ceñido en color rojo, sus cabellos con abundantes ondas y unas gafas de sol. Me la quedo mirando, porque sinceramente, llama la atención. Rodea el auto y cuando me doy cuenta de quién sale a recibirla, me paralizo. Es él, Cedric. Saca del bolsillo de su saco unas gafas y se las coloca con su vista fija en la mujer. Cuando llega, está de inmediato, lleva sus manos a su cuello y le deja un beso en sus labios, el cual él no rechaza. Pasan pocos segundos y ella se aparta entregándole las llaves del auto y como todo un caballero, él se acerca para abrirle la puerta del acompañante, la cierra y luego de eso, rodea el auto y se acerca a su puerta abrirla también y entrar al interior. Sin que yo lo espere, él voltea hacia mi dirección mirándome a través de sus gafas y yo de inmediato desvío mi mirada. Siento el peso de la suya sobre mí, pero no volteo. Aprieto mis dientes con fuerzas fingiendo mirar a los autos pasar y cuando oigo el sonido del motor al ser acelerado notando de reojo que avanza, respiro. Comienzo a caminar lo más rápido que puedo, camino sin mirar a ambos lados, sin importarme si me llevo a las personas con mi cuerpo, sin importarme que noten que, de mis ojos, salen lágrimas en cascadas. Camino sin mirar atrás, sin pensar en la distancia, sin pensar en mis pies con estos tacones. Camino hasta que llego a ese edificio que tenía cinco años que no veía, entro al ascensor y marco el piso sin importarme que me miren raro y cuando llego al fin frente a esa puerta, me quedo de pie sintiendo cómo los latidos de mi corazón golpean con fuerza mi pecho. Busco con mi mano temblorosa mi monedero, lo abro y en el bolsillo con cierre, el cual jamás me atreví a abrir hasta ahora, saco la pequeña llave de la puerta sin saber si cometeré una locura, un delito o un asesinato a mi propio corazón. Ingreso la llave, la giro lentamente y al oír cómo el seguro es quitado, me estremezco. Abro la puerta, saco la llave que una vez le pedí a mi madre y guardé para olvidarme de ella. Hasta hoy. Cierro la puerta detrás de mí y miro todo como si nunca nada hubiera pasado. Todo está tal cual como lo dejé aquel día de nuestra boda. «También olvidaste nuestro hogar, Cedric...» Me acerco lentamente y miro la foto que nos tomamos en Navidad, ambos con un disfraz de reno. No me atrevo a tomarla, la dejo tal cual como está. Me siento sin aire y sé que mi madre me peleará por haber venido hasta aquí, pero necesito hacerlo. Yo necesito ver esto, ver lo que era nuestra vida, lo que vivimos y ya no existe, porque yo, dentro de mí, necesito cerrar este maldito ciclo que por cinco malditos años me ha estado torturando por dentro. Yo necesito acabar con esto porque cada noche estuve esperando por él, porque me llamara, me buscara, ¡me recordara! En dos pasos llegó a la foto que nos tomamos la primera vez que nos conocimos en ese bar. Él la tomó, luego me la envió tiempo después. Cuando comenzamos a contar nuestra historia de amor a través de fotografías, fue la primera que colgamos en la pared. La sostengo con fuerza, la toco y veo lo mucho que ha cambiado. Ya no está esa sonrisa dulce, ya no está ese brillo en sus ojos. Ya no me abraza. —Nunca me buscaste, Cedric… ¡Nunca me recordaste, Cedric! —grito, llena de dolor. Tiro con fuerza el marco y el cristal de este se vuelve añicos al impactar con el suelo. La foto a queda al reverso dejándome ver su letra y la nota que él mismo escribió antes de meterla dentro del marco. —“El día en que conocí al amor de mi vida, mi futura esposa y la madre de mis hijos” Niego llevando mis manos a mi boca y como si una llama que quema y me consume, me vuelvo cenizas. Mi juicio se nubla y comienzo a tirar cada fotografía de la pared con dolor, con rabia, con una ira descontrolada, dejando salir todo lo que tenía retenido por tantos años, lo que nunca pude gritar o expresar por estar embarazada. —¡Todo fue mentira! ¡Todo esto fue una vil mentira! —grito—. ¡No me buscaste! ¡No me recordaste! ¡Ya no me amas! La impotencia me ciega, los sentimientos a flor de piel hacen estragos en mí, causando que destruya todo a mi paso. Cada recuerdo, cada objeto con significado, cada obsequio que me entregó para decorar nuestro hogar, todos y cada uno de ellos destruyo. El departamento lo compró él, pero es tanto mío como suyo, y justo ahora, tengo todo el maldito derecho de destruir cada una de las cosas que nos ataron en algún momento porque soy su esposa. ¡Soy su esposa! Termino en el suelo, llorando con mi mano en mi pecho, desahogándome en medio de un llanto desgarrador que me quema, me duele y me mata lentamente. Y así permanezco hasta que ya no hay nada de que llorar, hasta que no hay lágrimas que dejar salir. Sin moverme, sin hablar, me quedo pensando en todo lo que sucedió, lo que Wanda y Ryan Reed me hicieron. El daño que me causaron y las intenciones detrás de sus falsas promesas. Con mi cabeza de lado, mirando cada cuadro en el suelo, unos rotos y otros no, me quedo pensando en todo lo que me hicieron y una sonrisa carente de felicidad se dibuja en mis labios. Para Wanda y Ryan Reed yo siempre fui la villana que quería amarrar a su hijo por dinero. Ellos vieron en mí a una chica arribista, una campesina de Tennessee que solo quería asegurar su futuro. Solo fingieron quererme, aceptarme y darme esa bendición, y está bien. Justo ahora lo acabo de superar. Yo aceptaré ser ahora con gusto la villana de su cuento perfecto de la alta sociedad, pero solo para que puedan contar en su debido tiempo en cuál capítulo fue que ellos mismo me crearon. Tomo aire, me levanto del suelo para salir de aquí. Y sintiendo una fuerza que anteriormente no había sentido, abro la puerta, la cierro nuevamente, así como acaba de cerrar un ciclo en mi vida. Paso la llave y con mi cabeza en alto, avanzo por el corredor, sin mirar atrás, sin llorar, sin sentirme miserable. Ingreso al ascensor dejando salir el aire. Justo ahora, me siento con ese dolorcito que da en el pecho cuando tomas una decisión que sabes que te va a romper en mil pedazos, pero que en el fondo sabes que es lo mejor. Así me siento. Me dolerá verlo cada día, pero ya no pienso llorar más, ya no pienso quedarme con preguntas, sin respuestas, con la historia a medias. Lamentablemente, para mí, a la mala aprendí que a veces ser buena, no es razón para que me amen. Solo para que me usen a su antojo y los Reed lo hicieron. Ellos hicieron llorar a unos ojos que lo único que querían era ver a su hijo feliz. Me mintieron mirándome a la cara, me engañaron como una niña tonta solo por mi debilidad, y esa era mi amor por él. Pero ya no más. Ellos pagarán por cada lágrima derramada.
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