El día de mi desgracia

3506 Words
—¿Cómo está él? —miro a mi mejor amiga en espera a que me diga algo—. Dime cómo está mi esposo, Caroline ¡necesito saber de Cedric! Mi madre me toma de la mano pidiéndome que me calme, que, si no lo hago, el doctor me sedará. Sé que desperté apenas un par de horas luego de haber pasado dos días inconsciente, pero necesito saber de Cedric, necesito ver su rostro, tocar su mano, darle la noticia que el doctor me reveló. Si no lo veo, siento que moriré de un ataque de nervios y que Caroline se quede en silencio es algo que me desespera mucho más de lo que estoy. —Babi, Cedric está en terapia intensiva —habla al fin y yo niego, sintiendo cómo mis ojos comienzan a arder—. Pero cálmate, por favor… él estaba delicado, pero los doctores han hecho un gran trabajo y lograron estabilizarlo. —¿Qué paso con él? Y dime la verdad, Caroline, por favor… hoy más que nunca necesito de tu sinceridad. —Muchas fracturas, incluso en su cráneo, Babi. El impacto en su cabeza fue muy fuerte, y no se sabe si tendrá consecuencias al despertar. Sus signos vitales están bien, y mejorarán, pero debe despertar primero para saber si habrá secuelas o no, o eso le entendí a mi tía. Está muy alterada y recelosa con todo. Ya sabes cómo es con Cedric… sí que ya te podrás imaginar. Asiento dejando que mi madre limpie mis lágrimas. Aún estoy procesando todo lo que ha sucedido. Jamás imaginé que el día de mi boda iba a dar como resultado una desgracia. Lo único que recuerdo es que íbamos en su auto hacia el aeropuerto, el jet estaba listo esperando por nosotros y ambos íbamos tomados de la mano, cantando felices, y de repente, un camión nos impactó con fuerza, tomándonos por sorpresa. El auto dio muchas vueltas porque Cedric estaba conduciendo a alta velocidad. Luego de eso, recuerdo que logré despertar e intenté despertarlo, y cuando pude salir del auto, simplemente me desmayé para luego despertar en esta cama con ellas dos a mi lado. —Cedric estaba conduciendo por su carril, Caro… —le digo, con el nudo en mi garganta—. Un camión nos embistió de la nada… él perdió el control del auto y luego todo fue un caos, giros, gritos y nuestros cuerpos siendo movidos con brusquedad hasta que… —No tienes por qué repetirlo, Babi —me dice mi madre tomando mi mano—. Ya nos lo dijiste, mi amor. Fue un accidente, uno muy trágico, pero ambos están vivos y es lo que importa. Hay vida aquí y sé que Cedric estará feliz. —Quiero verlo… —Y lo harás, solo date este día para descansar, ¿está bien? —me muestra una sonrisa dulce—. Es un milagro que no hayas tenido una pérdida, Bárbara, así que, por el bien de tu bebé, descansa. Mañana podrás ir a ver a tu esposo. —La señora Collins tiene razón, mañana yo misma te llevaré a verlo, pero hoy descansa, por favor. No queremos que mini-Reed salga de ahí. Niego de inmediato llevando mis manos a mi vientre. Ambas siguen conversando sobre lo feliz que están por mi embarazo y lo feliz que se pondrá Cedric al enterarse. Cuando el doctor llegó a revisarme al momento que desperté, vino con la noticia de mi embarazo. Me conmocioné, lloré sin poder creerlo. Apenas tengo tres semanas y básicamente es un grano muy diminuto, pero está vivo, está dentro de mí, su corazón late y es lo que realmente importa. Le pedí al doctor discreción, que no dijera nada a la familia, ya que quería ser yo quien revelara tan bella noticia. Accedió sin problema. También le hice prometer a mi mejor amiga y a mi madre, que no comentaran nada sobre mi embarazo. No quiero aumentar los nervios en mis suegros, mucho menos en Cedric cuando despierte. Prefiero esperar a salir de aquí, a que ambos estemos recuperados por completo para darles la noticia. Sé que es lo más prudente, pero igual no puedo ocultar que estoy con la ansiedad al tope porque deseo que todo esto pase para decirle que al final, si terminó embarazándome. Siempre me decía en broma cuando me veía tomar la píldora, que ella iba a dejar de funcionar antes de la boda. No sé si golpearlo por semejante profecía. —Yo debo irme —anuncia Caroline—. Soy la hija del jefe, pero si llego tarde a la reunión que me enseñará más cómo ser una linda empresaria, ese jefe, alias mi padre, me despedirá y me enviará de regreso a Inglaterra. —Él no haría eso jamás. —Tienes razón, él me ama, pero, aun así, me daría un escarmiento. Desde que me gradúe y comencé a ser su sombra en la empresa, no hay una reunión en la cual no llegue cinco minutos tardes. Ya me lo advirtió, así que esta vez está molesto, Babi… —Después de un año es que te ha dado la primera advertencia, Caroline… no creo que esté tan molesto. Intento no reírme porque todo me duele. Mi mejor amiga se inclina dejándome un beso en mi frente, se despide de mini-Reed –así lo apodó sin importarle el sexo-, y de mi madre con un gran abrazo. —Prometo venir esta noche y dormir contigo. —Vete, o serás despedida. —Sería el quinto despido que me haría mi padre. —Algún día deberás decirle que las finanzas no son lo tuyo, Caroline —la aconseja mi madre. —Lo sé, señora Collins, pero mientras, aprenderé todo lo necesario para dirigir una empresa y cuando eso suceda, la destronaré —se ríe traviesa y luego hace un ademán con su mano—. Es broma. Cuando eso suceda, comenzaré mi pequeño imperio y ustedes serán testigo de la reina de la moda que seré. —Amén, hermana —levanto mi pulgar, ella me lanza un beso y abre la puerta de la habitación—. Volveré a las ocho para tomar mi turno, así que tienes toda la tarde hasta esa hora para que duermas y más te vale hacerlo, Babi —mi advierte—. Tú y mini-Reed lo necesitan —susurra. Le sonrío mirando cómo cierra la puerta de la habitación, mi madre se acerca a mí dejándome un beso en mi cabeza para luego cubrirme con el edredón muy bien mis piernas. —Caroline tiene razón, debes descansar. Yo estaré respondiendo algunos mensajes de los hermanos de tu padre, sentada en el sofá, si necesitas algo, solo llámame, ¿está bien? —Diles que estoy bien —le muestro una leve sonrisa—. Diles que este año iré a México con Cedric y más les vale prepararnos tacos. Su mirada se cristaliza, me da un asentamiento de cabeza y toma asiento limpiando con delicadeza esas lágrimas que ya comenzaron a salir. Desde que mi padre murió, viajo a México una vez al año, justo para la fecha en que falleció para llevarle flores a su tumba. Por estar toda su familia allá, se tomó la decisión de enterrar su cuerpo junto a sus abuelos y algunos otros miembros de su familia. Es tradición para ellos y mi madre no quiso romperla, ya que, según ella, mi padre en más de una ocasión se lo pidió. Ahora iré a llevarle flores con su nieto o nieta y estando casada. Sé que desde el cielo se pondrá feliz por mí. Me acomodo un poco, buscando la posición más adecuada para mí. Cierro mis ojos disponiéndome a descansar lo más que pueda, porque mañana, cuando lo vea, quiero verme sana, fuerte y hermosa para él. […] —¡Cedric ha despertado, Babi! —es lo primero que dice Caroline al cerrar la puerta—. En este momento, lo están atendiendo todos los médicos que tía ha contratado para él, para pasarlo a su habitación, ¿estás lista para verlo? —¡¿De verdad ha despertado?! —¿Crees que estoy llorando por llorar? ¡Por supuesto que ha despertado, tonta! Jamás lloro por Cedric, así que mis lágrimas deben darte a entender que es verdad. Me rio, lloro, me exalto, tiemblo y me lleno de felicidad como de desesperación. Siento de todo dentro de mi cuerpo, mi corazón late con fuerza y mis emociones están descontroladas. Mi madre llora de felicidad por él, por mí, por ambos y haciéndole caso a Caroline, comienza a peinar mi cabello para verme más bonita para él. Algo que veo totalmente imposible e innecesario. Mi rostro está moreteado, tengo cortes y algunas raspaduras en mi piel, sin contar con el enorme vendaje en mi brazo y la inmensa sutura en mi pierna. Estoy espantosa, pero feliz. —¿Crees que se burle de mí? —le pregunto a mi amiga quien me guía con la silla de ruedas hacia la habitación donde está él—. Ni siquiera sé para qué lo pregunté. Él se reirá de mi cara. —Y luego de eso, llorará, pedirá abrazarte, besarte y dirá que estás sumamente hermosa. También dirá que, al salir de aquí, se irán a esa luna de miel, así deba de arrastrarte al jet porque reservó en cada hotel de cada ciudad que conocerán y no piensa llamar para cancelarlas porque él no pasará vergüenza. “No me hagas esto, Babi. Me da pena llamar y cancelar todo. Creerán que la novia me dejó plantado” —lo remeda. Me rio de sus palabras, ella tiene razón. Así es Cedric, el hombre que, si ordena un helado de fresa y le entregan uno de pistacho, él se comerá el de pistacho porque no pasará vergüenza pidiéndole que se lo cambien. Así es él y nada lo hará cambiar, por eso, aunque me rio, sé que Caroline tiene razón. Cedric me arrastraría al jet al salir de aquí para irnos a recorrer el mundo, solo para no tener que pasar el bochorno de tener que cancelar las reservaciones que hizo en cada hotel. Mi corazón late con fuerza al llegar al piso donde está su habitación. Por la mente se me cruza la pregunta del porqué, él está en un piso diferente al mío. Soy su esposa, así que el deber ser es que nos hayan puesto en habitaciones cerca, aunque, quizás, mi madre haya querido hacerse cargo de los gastos médicos y es entendible porque no estoy en una “Suite Presidencial”. No me quejo, reconozco que no tendríamos para costear una habitación más grande y privada, suficiente con todos los gastos médicos que ella tendrá que costear de haber querido hacerse cargo. Aunque si esto es así como me lo imagino, Cedric se enojará con ella por hacerlo y conmigo por dejarla. En mi defensa, estaba inconsciente. —Hemos llegado al fin… —dice Caroline con un jadeo dramático—. Te dice “flaca” pero sí que pesas, Babi. —Solo fueron tres pisos, flojita. Y todos los subiste en ascensor —me burlo. —¡¿Y te parece poco?! Me rio bajo ignorando sus quejidos exagerados porque cuando diviso a mi suegro, el señor Ryan Reed, mi respiración se acelera. Me sonríe, se levanta del inmenso y cómodo sofá acercándose a mí. El padre de mi esposo me funde en un abrazo conciliador y deja un beso en mi frente. —Qué bueno verte, Bárbara. —Lo mismo digo, señor Reed. —¿Cómo te sientes? Tomo aire y lo dejo salir lentamente. Él sostiene mi mano dándome mi tiempo, pero decido no llorar. Estamos vivos y es lo que importa. Eso es suficiente para sonreír y agradecerle a Dios por una nueva oportunidad. —Adolorida, pero estaré bien, ¿él está…? —Lo han sedado, porque perdió un poco el control. Está confundido y no comprende muchas cosas, pero lo hará. Eventualmente lo hará… Frunzo mi frente, no comprendo mucho a que viene su comentario, pero decido no preguntar. Él está tan afectado como yo y en estos casos, es mejor no hacer tantas preguntas. —Bárbara, cariño, ¿Qué haces fuera de la cama? —la voz de mi suegra se hace presente, cerrando tras de ella la puerta de la habitación—. No debiste de hacerlo. Debes descansar, pero ya veo que Caroline te ha ido a dar la buena noticia… Me da una sonrisa conciliadora, se acerca a su sobrina saludándola con los buenos días. —Lo sé, señora Reed, pero quería verlo y saber cómo está. Ya despertó y me gustaría saludarlo. —Está dormido, tuvieron que sedarlo porque estaba muy alterado… —comienza a llorar desconsolada y yo no sé qué hacer. Me gustaría abrazarla, pero no puedo sentada en esta silla de ruedas—. Ah sucedido algo terrible, Bárbara… —¿Qué sucede, tía? —se apresura a preguntar mi amiga alarmada. —¿Acaso no les has dicho, Ryan? —el señor Reed niega, limpiándose sus lágrimas. La señora Reed fija sus ojos en mí, se inclina y toma mi mano—. Cedric ha despertado, sí, pero ha perdido la memoria por completo, Bárbara… No nos recuerda, no sabe quién es y tampoco sabe quién eres tú. Imposible. Niego sin saber qué decir, sintiendo cómo mi cuerpo comienza a temblar. —Por eso lo sedaron, porque estaba muy alterado, Bárbara… —¿Él…? —ni siquiera puedo hablar—. ¿Él no sabe quién soy? La mujer niega sin dejar de llorar. Caroline jadea, se cubre su boca y tal como yo, niega intentando procesar toda la información. —No sabe quién eres, no sabe que eres su esposa, no sabe nada de ti, Bárbara… esto es terrible, cariño, muy terrible… Mi cuerpo se siente frío, ni siquiera puedo llorar. Me encuentro sumergida en un estado de trance, el cual me tiene paralizada por completo. El temblor en mis piernas no lo puedo controlar, el frío en mis manos aumenta cada segundo más, mi cabeza está comenzando a doler y los latidos de mi corazón cada vez los oigo con más fuerza. Siento las manos de Caroline en mi hombro y levanto mi cabeza para verla. Niego con mi boca abierta, sintiendo cómo mis lágrimas ruedan por mis mejillas. Ella se inclina y me pide en un leve susurro que me calme, que necesito calmarme, dándome una leve mirada. Mirada que comprendo a la perfección dándole un asentamiento frenético de cabeza. Vuelvo mi vista a mi suegra, ella sigue llorando con mi mano sostenida y cuando nota mi mirada, levanta sus ojos para verme. —Sé que está sedado, pero quiero verlo. Exijo verlo. —Por supuesto, cariño —se levanta rápidamente, secando sus lágrimas con delicadeza—. Solo intenta no hacer ruido, el doctor nos dijo que no lo expusiéramos a nuestras emociones. Asiento. Mi suegra, la señora Wanda Reed, abre ambas puertas de la habitación donde está el amor de mi vida y cuando Caroline comienza a empujar la silla de ruedas, siento que me falta el aire. Toda la habitación está en silencio, únicamente se oyen sus signos vitales a través de las máquinas. Mi alma abandona mi cuerpo cuando lo veo con su cabeza vendada, su rostro maltratado por los golpes, la escayola en su brazo y una de sus piernas con aparatos que están incrustados en su carne. Jadeo, llevo mis manos a mi pecho y apretando con fuerza mis dientes, lloro en silencio al verlo de esta manera. Caroline me acerca lo más que puede, levanto mi mano temblorosa para tomar la suya, pero la mano de la señora Reed me detiene. —Él necesita descansar, Bárbara. Si se despierta, estará alterado y no queremos eso, ¿verdad? Por supuesto que no lo quiero. Alejo mi mano y la llevo a mi pecho. Solo lo miro, no le digo nada. Por mi cabeza se cruza nuestro momento frente al altar, cuando bajamos las escaleras de esa capilla a toda prisa, porque estábamos desesperados por largarnos, por irnos a recorrer el mundo tomados de las manos. Nuestra vida, todos nuestros recuerdos juntos, los cuales se han borrado de su cabeza. Lloro apretando mis labios porque no sé cuánto tiempo le tome recordarme, cuanto tiempo le llevará saber que soy su amor, su flaca, su esposa. Nuestras aventuras, nuestros momentos vividos y nuestra vida planeada, él ya no la recuerda, él la ha olvidado todas en contra de su voluntad, porque el hombre que está en esa cama acostado, sedado, jamás en su vida me olvidaría a conciencia. Jamás me dejaría… Mi pecho arde, mi vista se nubla sobremanera debido a mis lágrimas y lo único que puedo hacer es negar sin poder pronunciar palabra alguna. —Aunque lo ves así, él está bien, Bárbara, así que puedes irte tú a descansar a tu habitación —siento sus manos acariciar mis hombros—. Vuelve cuando estés más calmada, ¿sí? Asiento porque las palabras no me salen, siento un nudo en la garganta que me priva de hablar, así que solo me quedo callada mirando cómo soy alejada de él. Deseo quedarme a su lado, pero tanto Caroline como la señora Reed tienen razón; necesito calmarme. […] Después de cinco días en cama, al fin podré verlo. Quería hacerlo antes, pero fue tanta la conmoción de la noticia sobre su pérdida de memoria, que mis nervios hicieron de las suyas. Me debilité, mis niveles bajaron y la presión se me subió. No hacía otra cosa que dormir y cuando lograba estar despierta, mi madre me prohibía levantarme. Al igual que Caroline, que cada vez que venía a quedarse conmigo en las noches, hacía lo imposible para mantenerme en cama. Ambas me han cuidado en diferentes turnos, ambas me han contenido para no ir a verlo, pero hasta hoy. Caroline no viene hasta después de salir de trabajar y mi madre ha ido a la cafetería por un café, así que tengo al menos cuarenta minutos antes de que aparezca por aquí. Me despertó para decírmelo, le dije que iba a seguir durmiendo, pero le mentí. No me gusta hacerlo, pero no puedo quedarme un día más sin ver a Cedric. Salgo de la habitación caminando lo mejor que puedo con las muletas. Solo las he usado para ir al baño, así que esto sin duda es un reto para mí. Cuando me quiten los puntos, podre afincarla en su totalidad. Me muestro sonriente, amable y segura para no llamar la atención de los médicos o enfermeras y terminen regresándome a mi habitación. Cansada y con mi pulso acelerado, llego al fin al piso donde está la habitación de Cedric. Miro la puerta a la distancia y una sonrisa se dibuja en mis labios. No sé cómo lo hago, pero camino un poco más rápido de lo que puedo y cuando llego frente a ambas puertas, me detengo de inmediato debido a la sorpresa que me ha dado la enfermera. —Buenos días, ¿puedo pasar? —me apresuro a preguntar. —¿Pasar? —Sí —le muestro una gran sonrisa—. Pasar a verlo a él, a mi esposo, a Cedric. Sigo sonriéndole, pero la enfermera me mira confundida. Voltea hacia el interior de la habitación y vuelve su vista a mí. Mi sonrisa mengua y comienzo a mirarla confundida porque no comprendo su reacción. —En esta habitación no hay nadie, señorita… —Señora Reed. Soy la esposa del joven que está internado ahí dentro. Alza sus cejas. —Estaba —me corrige con educación—. El joven Reed, fue dado de alta esta mañana. Su familia se lo ha llevado para terminar su recuperación en casa, señorita. —Enfermera, usted me está mintiendo… —No tengo por qué mentirle, si quiere pase y mire por usted misma que ahí dentro no hay nadie. De hecho, yo no soy enfermera, yo soy del personal de limpieza y he venido a limpiar la habitación. Niego, confundida y alterada. Entro a la habitación y en efecto, está vacía. No comprendo nada, no sé por qué no me lo notificaron, porque no me vinieron a avisar sus padres de que se irían. —Supongo que esto lo han olvidado… —dice detrás de mí. Volteo a verla y mi vista va a lo que sostiene con sus dedos—. Iba a entregarlo a recepción, pero como es usted la esposa, entonces tómelo. Con mi mano temblorosa tomo su anillo de matrimonio. No comprendo cómo es que lo han olvidado aquí, no comprendo nada y que esté aquí sola sin Caroline o mi madre me resulta más complicado todo. —Yo… yo no sé qué está pasando, señora… Yo… El aire me falta, ella lo nota y corre a sostenerme. Mi vista se oscurece y sin más, me desvanezco en sus brazos.
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