RETENTIO

1889 Words
AGNES Como era de esperarse, mi querido padre se enteró de mis infortunios el primer día de clases, avivando su actitud agresiva que siempre permanece latente, como depredador en cacería, esperando para atacar a su próxima presa. —Te voy a dar la oportunidad de explicar las cosas, Agneshka Valentina Maksimov. —Fue una tontería. — ¿Una tontería? —espeta evidentemente furioso—. Eres más que esto, es tu último año y no voy a permitir que lo arruines con tus tonterías. ¿Qué clase de mujer crees que estoy formando? —Discúlpame, padre. —Agacho la cabeza. No vale la pena decir nada; con él nunca se trata de dar explicaciones, sino darle mayores motivos para enfurecer y explotar a sus anchas. —Entrégame las llaves del auto. —Me tiende una mano hacia al frente. —Pero… —Me lanza una de esas miradas que me acaban en el acto. Extiende mi mano y se las entrego. —Hoy te voy a llevar a clases, cuando yo no pueda el hijo de Burak lo hará. —Pero, ¿qué?—Alza sus desafiantes cejas—: ¿Cómo me regreso? —Él te traerá a casa —manifiesta. Y así fue como sin sospecharlo, mi padre me entregó en bandeja de plata a quien sería mi mayor perdición. ༺ ⚜ ༻ El camino al Instituto Wetland resulta en lo mismo de siempre. Mi padre hablando de todas las cosas maravillosas que ya tenía planeadas para mi futuro, de que pronto nos mudaríamos para empezar una nueva vida, de la universidad en la que ya tengo una plaza asegurada y reglas que tendré que cumplir. Estoy tan cansada de ir de un lugar a otro todo el tiempo. —Te amo, lo sabes de sobra y todo esto es por tu bien. —asegura besando mi frente. Salgo del auto vestida de niña buena, sí, no puedo usar nada desagradable ante sus ojos. —Por cierto —me avisa—: estarás en detención por una semana después de clases, el hijo de Burak te va esperar para llevarte a casa. Es muy amable de su parte, no seas grosera con él. — ¿Qué? —Me mira fijo, aparentando una calma que quizás nunca ha tenido—. Sí, señor. —Agacho la cabeza. Entro a clases rápidamente y todos me miran como si fuera un puto pastel de cumpleaños y sí que lo parezco. Camino hasta dejarme caer en último puesto. — ¿Eres nueva? Tu cara me parece conocida, ¿Nos hemos visto en alguna parte? El rubio imbécil se aparece, reparando mis jeans, mi camisa que esconde mucho más de lo que me gusta y mi blazer rosa. Pongo los ojos en blanco. —No me dirijas la palabra —mascullo en su dirección. — ¿Ya te dieron las buenas noticias? Parece que voy a ser tu chófer personal. —Prefiero irme caminando —aseguro esta vez sin mirarle su estúpida cara. — ¿Y que tu papi se entere que su princesa ha desobedecido sus órdenes? —Chasquea la lengua. —No tendría por qué enterarse. —No pienso guardarte el secreto. —No te necesito para nada —replico. Alguien entra al salón de clases y se aclara la garganta ubicándose en frente. Todos miramos de inmediato y nos acomodamos en los puestos. —Señorita Maksimov, Señor Koçak. —El chico y yo intercambiamos miradas atropelladas y confusas—: ¿Me acompañan, por favor? Aprieto la mandíbula y me pongo de pie, el rubio hace lo mismo y camina detrás de mí. Nos conducen por el largo pasillo de los acusados hacia lo que supongo es la oficina del director. —Después de ti. —El tonto me indica con la mano que pase adelante. —No creo que se pregunten porque los he mandado a buscar —comenta el Director apenas cruzamos el umbral de su oficina. —La verdad, Señor Director, no tengo idea porque estoy aquí —dice el rubio. El director gira su laptop hacia nosotros y en pantalla se ve claramente lo que sucedió ayer al escaparme por la ventana. ¿Acaso creíste que esto se iba a quedar así? El chico me mira negando con la cabeza y yo no tengo absolutamente nada que decir. — ¿Le ha quedado todo claro, Señor Koçak? —El rubio asiente con la cabeza—. Tienen una semana de detención. Después de clase deben acompañar durante una hora al Coordinador de disciplina quien propondrá distintas tareas para ustedes. Todo queda dicho y salgo disparada de la oficina; el chico me sigue a pasos rápidos. — ¿Ahora huyes? —No respondo nada—. Me estás debiendo varias. —Cóbrate cuando quieras. —Te va a salir muy caro —amenaza. —Míralo del lado bueno, ya no tendrás que esperar solo y aburrido a que yo salga de la detención para llevarme a casa. — ¿Sabes qué? Sigues apestando. —Púdrete. Permiso, profesor Tate. —Me asomo al salón de clases. —Adelante. Los pondré al día; Vamos a armar dos grupos para las olimpiadas matemáticas de este año, uno será liderado por el Señor Brandon Thomas y el otro por la señorita Agneshka Maksimov. Todos me miran como si hubiera sido la peor decisión de Tate. A mí no me extraña, él ha visto mis calificaciones y sabe que era la puta ama en matemáticas de mi antiguo instituto. —Los líderes, pasen al frente. —Tate traza con su marcador en la pizarra una línea divisoria—. Coloquen sus nombres —nos dice al tal Thomas y a mi—. Voy a ir nombrando a quienes les harán compañía; por favor, los van anotando de inmediato, si los llamo se ponen al lado de su líder —informa al resto de la clase—. Jane Bishop, vas con Thomas, Montgomery vas con Maksimov. No puede ser, Hannah Montgomery, la que me tiene en parte en este lío. —Joliot Grant con Thomas, Stacy Calloway con Maksimov. —Unos cuantos nombres más y solo quedaban el rubio y otro que nunca había reparado—. Koçak con Maksimov. ¿Qué? No. Ferdinand con Thomas… Terminé de escribir su nombre en la pizarra tal como él lo pronunciaba. Beid. — ¿Es en serio? No me llamo Beid. Es Vade, V A D E —deletrea su patético nombre. Ruedo los ojos y escribo de nuevo en la pizarra, Vade. Lo observo y sigo escribiendo, Retro. —Vade Koçak, idiota, no Vade Retro. —Lo borro antes que Tate se dé cuenta. El profesor imparte sus indicaciones respecto a las olimpiadas, mencionando las expectativas con cada uno, etc. El timbre suena indicándome que ha llegado la hora de mi martirio. Busco disimuladamente al rubio pero no lo veo. ¿Pensará escaparse? Porque odio tanto esto, que incluso estaría dispuesta a escaparme con él. Pésima idea, Agnes. Camino hacia la oficina de detención y el muy imbécil esta recostado en la puerta. Clava sus ojos claros en mí cuando paso a su lado. —Para hoy será una tarea sencilla, tengo dos carpetas llenas de exámenes por calificar, aquí está el original con las respuestas correctas. —Nos tiende una hoja y antes que la pueda agarrar, el chico lo hace—. Necesito todo listo antes que termine la hora. Tengo otras cosas que hacer, me iré por un momento; si yo fuera ustedes lo pensaría antes de cometer otro error. —Nos señala con un dedo mientras que con su otra mano se acomoda los lentes en el puente de la nariz. Dicho esto se va de la oficina y ya quiero salir corriendo. —Deja la hoja en el medio, por favor y así terminamos con este infierno lo más pronto posible. —Justo ahora estaba pensando en cobrar lo que me debes. ¿Qué te parece si los calificas por los dos y yo solo me quedo aquí? —Si quieres te hago un oral también cuando termine todo. —No sería mala idea. —Me guiña un ojo. —Ni en tus sueños más húmedos. No pierdas el tiempo y empieza ya. —O qué tal si… —No me hables —interrumpo—, solo has lo que debemos hacer que me quiero largar de aquí. —Me encanta que saques las uñas. —Que novedad. —ruedo los ojos e intento ignorarlo para acabar con todo. Estoy que no me soporto. Necesito pensar de vez en cuando en las consecuencias de mis actos porque no está resultando para nada bien. Solo necesito resistir casi un año para librarme de este lugar y rogar para que mi padre me deje vivir en el campus de la universidad porque si no, voy a enloquecer más. — ¿Sigue en pie lo del oral? —inquiere con diversión plasmada en su rostro. —Eres una verdadera molestia, estás muy lejos de tener esta boca como imaginas. — ¿Quién te ha dicho que imagino algo contigo? Eres una chiquilla de papi que juega a ser rebelde de vez en cuando, princesa cuando te ve y diablillo insoportable cuando no lo hace; pero en el fondo eres una maldita mimada más del montón. Me pregunto qué diría Don Maksimov al verte empapada como ayer. —Veo que no me has superado. —Sigues apestando. — ¡Ya déjalo! —le grito. — ¿O qué? —nos retamos con las miradas. —Espero que hayan avanzado en algo —interrumpe el coordinador. Suelto el aire retenido en mis pulmones y termino los pocos exámenes que me faltan. Me pongo de pie con mi carpeta de papeles y se los entrego al hombre. —Ya terminé mi parte —expreso orgullosa. —Ha sido muy rápido, ¿no te han faltado algunos? —Miro de reojo al rubio. —La lentitud no es lo mío. ¿Puedo irme ya? —Finjo una linda sonrisa. —Nos vemos mañana —dice el Coordinador. Camino sin mirar atrás y salgo de prisa de la edificación rumbo a la carretera principal. Tomaré un taxi, ni loca me voy con el insoportable. Siento que he caminado kilómetros y no veo un bendito taxi desocupado, a este paso voy a llegar a pie a casa. Un descapotable rojo se acerca y se detiene. El rubio se quita los lentes de sol y se carcajea de mi situación. —Vamos, sube —pide. —Ya casi estoy llegando. —Sabes bien que no es así. Sube, no queremos que a la princesa de papi se le cansen sus pies. —No le llevo la contraria y me subo del lado del copiloto. —Ni pienses en dirigirme la palabra en todo el camino, por favor. —Le quito los lentes, me los pongo y me recuesto sobre el asiento mirando al otro lado. De reojo lo observo sonreír y de repente se me antoja que nunca había visto una sonrisa así de brillante como la de Vade. Sí, Vade, esa maldita piedra en el trasero es muy atractivo; tiene cierto aire de italiano pero con apellido turco. Me muerdo los cachetes para reprimir una risa. Atractivo o no, sigue siendo un pendejo.
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