El sueño de una princesa (1)
A los nueve años tuve mi primer amor, era el mes de abril, se celebraba el festival de las flores y en el tercer piso, con las ventanas abiertas y una hermosa luz brillante, Azucena, mi hermana gemela, agitó una tela roja de flores negras bordadas y yo me enamoré.
Era muy pequeña, no entendía el concepto de romance y lo dije en voz alta – la amo, amo esa tela.
Azucena no se molestó, ella había puesto sus ojos en una tela de color beige con toques primaverales y agitó la tela roja para apartarla, pero yo la abracé con fuerza y cubrí mi cuerpo con ella.
La tela era suave en el revés y en el frente podía sentir cada bordado del relieve con mis dedos, y esa tela que yo tenía en las manos iba a ser convertida en un vestido gracias a las manos de una modista, era como magia.
La mujer que trabajaba para mi familia me mostró sus dedos callosos y yo seguí pensando que era maravilloso.
Mi madre sonrió – cariño, ¿te gustaría aprender?
A los nueve años decidí que sería una modista, la mejor del mundo y que toda la vida tendría telas tan hermosas como esas en mis manos que serían convertidas en vestidos gracias a la magia que saldría de mis dedos callosos.
Mi madre no paraba de sonreír – pero, mi cielo, esa tela es un poco, es muy madura para ti, tal vez algo más floral, ¡te gusta el azul!, ¿por qué elegiste esa tela?
– Porque es igual al cielo de mis sueños, mamá, ¿lo recuerdas?, el sueño donde mato personas y me las como.
Y así, mi primer amor terminó.
Mamá me arrebató la tela y corrió a la modista, después alejó a Azucena, me tomó de los hombros y me habló con rudeza – Sasha Alina Leonidova, ¿cuántas veces debo decírtelo?, nunca, ¡nunca!, hables de tu…, situación.
Sostuve entre las manos a mi primer amor por muy poco tiempo, la tela que aún vive en mis sueños y que he tratado de replicar con numerosos bordados, y me la arrebataron porque hablé sobre ello.
Mi situación.
Yo, estoy maldita.
Desde el día en que nací, todas las noches a las ocho en punto, me quedo dormida, podría estar en la cama, en una silla, sillón, mesa o podría encontrarme en un carruaje a mitad de un viaje, todos los días sin falta en el momento en el que el reloj marca las ocho yo me convierto en peso muerto y me desplomo, y doce horas después, en punto de las ocho de la mañana, despierto, como si nada hubiera pasado, ¡solo despierto!, un poco hambrienta, tal vez adolorida y con una imagen muy vivida de mis sueños.
Las personas tienen sueños diferentes cada noche y hay ocasiones en las que dicen que no soñaron, pero yo tengo un solo sueño, el mismo cada noche, cuando inicia, lo primero que veo es un techo de piedra, porque yo estoy recostada sobre una gran cama con una serpiente que se arrastra por mi piel con un aterrador siseo que parece decir, ¡mío!, también hay ocasiones en las que veo el cielo rojo, escucho los gruñidos de los monstruos, los arañazos en las paredes y a veces, esas criaturas entran a mi habitación y yo los asesino y los devoro.
El sabor de la carne, el olor de la sangre y el crujir de mi mandíbula, todo es tan real, tan vivido, jamás sentí asco, no me importaba saber que me estaba alimentando de un ser vivo al que yo había asesinado porque sabía que esa era la forma correcta de vivir.
Dentro de mi sueño, todo lo que hago es correcto y es así, hasta que dan las ocho de la mañana y despierto.
A lo largo de los años mis padres consultaron a muchos médicos, algunos dijeron que mi cuerpo había entrado en un estado comatoso y que era probable que jamás despertara, y presenciaron anonadados que mis padres no les mintieron, tan exacta como un reloj, al momento en que dan las ocho, la mitad de mi cuerpo se levanta y yo despierto.
Uno de los médicos tenía ochenta años, le provoqué un infarto, por suerte no murió, al menos no en ese momento.
Y los sueños continuaron.
Tan vividos, tan reales, tan inmersos, como mirar la superficie de un lago y hundirse hasta tocar el fondo, y descubrir que, en esa profundidad es más fácil respirar que en la superficie, así que me atreví a decirlo en voz alta – tal vez, el castillo bajo un cielo rojo es mi realidad y este mundo en el que soy una niña con personas que me aman, es un sueño.
Era la hora de la cena, todos a mi alrededor guardaron silencio, mi madre sonrió nerviosamente, mi primo Watson hizo un gesto de desagrado, mi gemela proyectó leche por la nariz y mi pequeña hermana recién nacida Lydia Francisca, comenzó a llorar.
Mi madre puso orden en la mesa indicando que yo no volvería a comer dulces después de la cena.
¡Pero los sueños continuaron!
Mi hermana Azucena y yo nacimos el mismo día y teníamos la misma apariencia, pero ella siempre fue más hermosa, inteligente y madura, creo que incluso su cabello era más brillante y ella, no estaba maldita, Azucena tenía todo lo que yo no tenía y claro que sentí envidia, pero no podía odiarla porque mi hermana era la más maravillosa.
– Le diré a mamá que quiero aprender a bordar y buscará una maestra, ella me enseñará a mí y yo te enseñaré a ti, ¡lo vez! – sonrió, con ella a mi lado era como si los problemas no existieran y emocionada la abracé.
Aprendería a coser, a bordar y a tejer, porque no tenía idea de por dónde comenzar y no quería perder mi primer amor.
Por supuesto mamá sabía nuestras intenciones, y no le importó, contrató a una maestra para que le diera clases a Azucena por las tardes y por las mañanas ella me enseñaba a mí.
Tuvimos pijamadas matutinas, sufrimos cuando el estambre se enredaba, nos frustramos cuando descubrimos que habíamos cocido la parte que no era y entramos en pánico varias veces cuando no pudimos responder a la pregunta – ¿dónde pusiste la aguja?
Mi hermana era la mejor y siguió siéndolo después de aquella noche, cuando desperté y descubrí a mi perro muerto sobre la cama.
Un año después, poco después de que cumplí los doce años, desperté y vi a una mujer muerta sobre la alfombra, no era la primera vez que venía la sangre, así que pasé por su lado y bajé a desayunar, hubo una extensa investigación, papá estaba asustado, contrato más guardias y mamá estaba aterrada pensando en que alguien pudo lastimarle.
Yo estaba tranquila.
Ese año conocí a mi prometido, un joven de una buena familia que no sabía sobre las muertes, tampoco sobre mi maldición y la razón por la cual me comprometí, fue porque una bruja le dijo a mi madre que, para ponerle fin a mi maldición yo tenía que casarme.
Así que tomé sus manos, miré su cabello castaño, sonreí y prometí con todo el corazón que lo amaría para liberarme de mi maldición, incluso prometí amarlo más que a mis bordados.
Un par de meses después un adolescente apareció muerto en mi habitación y la casa se sumió en un escándalo.
La familia completa trabajaba en la mansión y rechazaron el dinero que mi papá les ofreció como compensación, dejaron la mansión, su hogar, su trabajo y todo con tal de esparcir la noticia.
¡La señorita Sasha Alina Leonidova, hija del conde Gregory Leonidova, lord del condado Ferdis era una asesina!
Por seguridad me quedé encerrada en la mansión, protegida por las paredes de piedra, pero no era sorda, podía escuchar a los sirvientes murmurando y temiendo ser asesinados, los escuché decir que lo más sensato era enviarme lejos del imperio de Clavelid y hubo quienes cuestionaron la presencia de aquel adolescente en mi cuarto durante la noche.
Yo jamás lo había visto, hasta que lo encontré muerto.
– No escucharé más tonterías – alzó la voz mi padre – quien le tenga miedo a una niña puede tomar su basura y largarse porque yo no lo quiero en mi casa.
Una parte de mí, se sintió feliz, pero la otra, desearía que me hubieran exiliado, porque de haberlo hecho, Azucena seguiría viva.
Siempre que la recuerdo veo su sonrisa, sus ojos brillantes y escucho su voz dulce y melodiosa, el día en que Lydia nació, mi madre enfermó, varios médicos la atendieron y todos coincidieron en que lo mejor era que no volviera a embarazarse, con tres hijas y ni un solo heredero varón mi padre fue a los límites del condado a buscar a su hermano menor y regresó con Watson, nuestro primo y futuro heredero.
Mamá cuidaba a Lydia, papá educaba a Watson y sin proponérnoslo, Azucena y yo nos convertimos en una isla, justo en el medio con las manos entrelazadas y teniéndonos una a la otra.
– Me quedaré contigo – me dijo esa noche mientras cargaba su almohada – aseguraremos las ventanas, pondremos guardias en la entrada y encontraremos al traidor, y cuando lo atrapemos, papá hará que sea castigado y nadie volverá a hablar mal de ti o se las verá con mi puño.
Sus palabras me dieron confianza, me recosté sobre la cama abrazándola y mis ojos se abrieron en esa habitación fría con una gran serpiente arrastrándose sobre las sábanas y la vista de un cielo rojo, pasé largas horas pensando y sintiéndome más como un animal que como una persona y esa noche, después de quedarme dormida, abrí los ojos y me incorporé, me encontraba en el piso, sobre la alfombra húmeda y la fuente de esa humedad era la sangre que brotaba de la cabeza de Azucena.
Muchas veces miré la muerte y podía reconocerla, sabía que ese era su rostro, deformado por las últimas palabras que intentó articular, mi respiración se volvió ruidosa y violenta, pensé en todas las personas que habían muerto en mis sueños y al levantar la mano derecha me di cuenta de que había un objeto al que me estaba aferrando con fuerza.
Grité.
Los guardias entraron y miraron el cuerpo de mi hermana con sangre y a mí a su lado sosteniendo una lámpara rota y ensangrentada.
Quise decir que yo no lo había hecho, pero, ¿era así?, mi sueño y mi realidad se superpusieron y no pude negar su asesinato.
A partir de ese día mi padre me exilió.
No tengo quejas, mi hogar es agradable, casi una mansión, con sirvientes llevando la comida cada mañana, limpiando y trayendo consigo comida, vestidos y accesorios, un profesor me da clases y me trae cartas de mi familia, recibo visitas a menudo y luego, al caer la tarde, todos se van y me dejan sola en esta prisión de azulejos y brillantes colores.
Mi realidad y mi sueño comenzaron a parecerse, ambos vivíamos en prisiones, alejados de nuestras familias, mirando por la ventana en completa soledad.
Han pasado cuatro años, hoy tengo dieciséis.
– Mi lady, tiene visitas.
La condesa Margarita Syanova, mi madre, ella aún cree en mi inocencia, pero cada vez que la veo mi pecho duele, yo maté a su hija, la asesiné a sangre fría, este amor que estoy recibiendo ella jamás podrá volver a sentirlo, ¡no es justo!, mamá, ¿por qué sigues amándome?
– Te traje un regalo, va a gustarte.
Sobre la mesa hay una caja con flores blancas sobre un fondo azul.
– Lo probé en una fiesta, es importado, todos en la ciudad hablan de su misterioso sabor, anda, quiero ver tu expresión cuando lo pruebes.
– Gracias – tomo la taza con un líquido de color extraño y le doy un sorbo, ella me mira con los ojos muy abiertos, este sabor, es asqueroso.
Mi madre suelta una risotada idéntica a la que tenía Azucena – debiste ver a las mujeres de la corte, la baronesa Monser sonreía de oreja a oreja como si fuera lo más dulce del mundo, creí que algo andaba mal con mis papilas gustativas, ¡cómo puede gustarles esto! – prueba un poco – es una moda en el extranjero, se llama café y es altamente adictivo, esta semana me tomé doce o trece tazas, ni yo misma me entiendo.
Así que, necesitas tomarlo seguido para acostumbrarte, sigue siendo asqueroso y amargo.
– Tal vez sí le pones un poco más de azúcar, tu padre lo toma con tres cucharadas, yo prefiero dos y tu primo solo le pone una.
Mi primo está a punto de cumplir diecinueve – ¿cómo está Watson?
Mi madre sonríe – tan presumido y arrogante como siempre, tu padre siempre dice que es un genio y él terminó por creerlo, estudia todo el día, me gustaría que su intelecto nos ayudara a evitar el número de platos rotos en la mansión, entonces sí estaría impresionada, cariño, tú eres mucho más inteligente.
Mamá me ama demasiado, no es objetiva – y papá, ¿él aún está molesto?
Suelta un largo suspiro – cariño, te lo he dicho muchas veces, tu papá no está molesto contigo, él está ocupado con los asuntos del condado, pero siempre que regreso me pregunta por ti, ¡sí tan solo lo escucharas!
Es mentira, papá me odia, lo vi aquella noche, después de que Azucena muriera, mi padre cargó a Lydia y la alejó de mí, como si temiera que le hiciera lo mismo a mi hermana menor.
Inesperadamente mi madre toma mi mano – cualquier congoja que tengas, debes decírmela, eres sobrina del príncipe Crisoldo Syanova del imperio más perdurable, las personas deben tratarte con respeto y llegará el día en el que podremos festejar tu cumpleaños de la manera correcta.
Y yo espero que eso jamás suceda, porque mi cumpleaños es el mismo día que el de Azucena – claro que sí, mamá.
Sus visitas son cortas, los hombres del ejército esperan por ella con órdenes de sacarla de la mansión a las seis de la tarde, si ella se negará, papá no la dejaría venir, es parte del trato, estoy muy feliz porque mi padre es estricto y todas estas medidas son para su protección.
Si le hiciera daño a mi madre mientras duermo, no sé si podría seguir viviendo.
– El mes entrante es el cumpleaños de tu hermana, no podré venir – toma mi mano y me da un beso en la frente – cuídate mucho.
En esta mansión perdida en el bosque, sigo recibiendo cartas, regalos y visitas de mi familia.
Pese a todos mis pecados, soy amada.
¡Duele!
– Señorita, ya es tiempo de que duerma.
Esta es mi maldición, se acerca la hora, las campanas suenan, dan las ocho de la noche, es la hora…
*****
De despertar…
¡Ah!
¡Maldita sea!
Me duele el pecho – ¿cuántas veces tengo que decírtelo Viola?, ¡no te duermas encima de mí!
Maldita serpiente.
Creo que hoy puedo levantarme un poco, estos días han sido especialmente amargos.
¿Quién soy yo?, ¡soy Odio!, príncipe del inframundo, primera calamidad, en el día de la gran guerra encabezaré un ejército y llevaré hordas de demonios a las puertas de Verium.
O debo decir, que eso es lo que era, ¡estoy maldito!, hace dieciséis años un accidente quemó la mitad de mi cuerpo, necesito un bastón para caminar y hay días en los que únicamente me recuesto sobre la cama porque, cada día, a la misma hora me quedo dormido y no despierto hasta doce horas después.
Y en el intermedio están esos sueños – Sasha Alina Leonidova – sí fuera real, ¡la mataría!