Roberto estaba abriendo la pequeña cajita cuando le di mi respuesta, se quedó paralizado por unos segundos, parecía haberle caído un balde de agua fría encima, la pequeña abertura que dejaba ver la brillante sortija, se cerró de golpe. Yo comencé a llorar con más fuerza, tape mi rostro con mis manos, me sentía tan mal, tan avergonzada, tan cruel. Él se levantó y dio media vuelta, dispuesto a salir de allí, apenas sentí sus pasos y me di cuenta de que se iba, me destapé el rostro y me estiré para sostenerlo. Alcance agarrar una punta de la parte de atrás de su camisa. — ¡Espera! ¡Por favor, espera! Tienes que escuchar, déjame explicarte ¿Acaso no puedes escucharme?. — Comencé a balbucear entre lágrimas mientras él seguía allí, de pie, de espaldas, sin voltear a mirarme. — Creo que es s