Habían pasado tres largos días y aunque debieron ser un ensueño en la nueva residencia que compartía con Roberto, resultó de lo más frustrante. Lo extrañaba más de lo que pensé, ya sentía que mi orgullo comenzaba a flaquear. Roberto casi no estaba en el apartamento, usualmente se iba a trabajar en los pisos inferiores, dónde había instalado su oficina y se reunía con los miembros de seguridad e inteligencia de su organización. Yo pasaba el día vagando acompañada ocasionalmente por el personal de servicio. Al parecer, Roberto se había tomado en serio mi ley del hielo, porque casi no se acercaba a mí, me hablaba únicamente cuando era justo y necesario. Ocasionalmente, yo bajaba hasta los pisos de seguridad con la excusa de usar el gimnasio que habían instalado allí, pero siempre intentand