2; LA PREMIADA

1659 Words
PAOLA Pase todo el día con un punzón en el vientre y un apretón en la garganta por la ansiedad que me producía esperar el momento en que por primera vez entrara a la oficina de mí CEO. Me imagino que estará en su escritorio con tan solo una flor roja cubriéndole el cuerpo de dios griego, y con una botella en la mano de un delicioso coñac. Cuando me vea susurrará: —Paolita sigue que yo soy tu premio. Aunque se me presento el problema de que mi hermanastro a veces me lleva a la casa y preciso hoy se le dio por hacerlo. Debe ser que no le alcanza para pagarme lo que me debe y me quiere transportar para que no le una espera. Intente hacerle mala cara, pero me causa gracia verle los gestos que hace cuando por primera vez, en lugar de correr para subirme en esa moto que es más mía que suya, le digo que mejor se marche, que me voy sola porque tengo que hacer una vuelta. Después de tanta espera al fin suena el timbre de salida, nunca un día había sido tan largo, este sonido chirriante es mágico, produce que en un segundo todos los trabajadores desaparezcan, ojalá así fueran para empezar labores. Yo, en cambio, me quedo, fue muy difícil despegarme de mis amigas, me toco esconderme un rato debajo del escritorio, no quería que de pronto alguna se me pegara a esta cita. Después que noto que no ya todos se han marchado, salgo y me dirijo a ese pasillo que conduce a la oficina del jefe, que parece alargarse al infinito. A medida que me acerco me siento mareada y la ansiedad me abruma, mejor decido hacer una parada en el baño que queda en la mitad de ese interminable corredor. No me arrepiento de entrar, lo necesitaba, es que me excedí bebiendo mucho de lo que me dieron mis amigas, un trago que parece ser fuego líquido. Además, que no pude almorzar por los nervios de mi encuentro, es que me parecía tener un nudo en el estómago, por eso me siento débil. Me observo en el espejo del baño, como siempre no me reconozco, es que soy tan diferente a mi imagen mental que a mi reflejo, por más que peino mi enmarañado cabello, me retoco el maquillaje intentando no caer en excesos, debido a que varias veces me han dicho cara de payaso. Me dan ganas de mejor dejar las cosas de ese tamaño y marcharme para mi casa, pero mejor aprieto el puño y respiro hondo auto motivándome, le digo al espejo: —vamos Paola, tú puedes, este es tu momento, lo tienes que aprovechar. Alcanzo a escuchar unos golpes que vienen de la oficina de mi jefe, don Morales, eso me saca de mis angustiosas reflexiones. Tanteo a mirar con precaución, sin salir, me escondo detrás la salida del baño. Me sorprendo al observar que Sheila, la odiosa secretaria, sale de ese lugar, con sus largas piernas que ondulan temblando nada parecido al estrepitoso caminar que utiliza a menudo que parece como si fuera a partirse incluso da tumbos contra la pared y por poco se cae antes de marcharse a coger el elevador. —¡sí! —se me escapa de la emoción, la partida de la secretaria significa que él se quedó solo. Quizás para darme mi anhelado premio. Me erizo al pensar en que debo hacer cuando llegue a laborar al otro, cuando acuda a la oficina, si llegaré dándole un beso al frente de todos y echaré del trabajo a la porquería de Sheila. Aunque supongo que no estará bien visto que la mujer del jefe deba trabajar llamando clientes, será mejor que mi adorado invente un nuevo puesto más acorde para mí o me tenga en una hermosa mansión con piscina, donde mi único deber será esperar a que él llegue para llenarlo de amor, o para que me llene con detalles y más. Imaginándome estos sucesos, tomo fuerzas para no desmayarme. Retomo el camino por ese largo pasillo, cogiéndome de las paredes como si no tuviera fuerza. Al llegar a la oficina, me quedó acariciando la puerta, una corriente helada me recorre el cuerpo erizándome el cabello. Debido a que al otro lado está mi amor platónico. La cobardía me llega de golpe para atraparme, empujándome al confort de la huida, decido que no soy capaz ni de golpear y mejor me devuelvo. —espera Paola, déjala bobada, ya estás aquí, no desaprovecharás esta oportunidad de encarrilarte con semejante galán. —me expongo a mí misma para darme ánimos, —después de todo, no sería mi primera vez, pues ya estuve con el baboso de Miguelito, asqueroso remedo de hombre, ese, como lo detesto. Fue mi novio únicamente para ganar una apuesta y yo como toda ingenua le entregue mi pureza. —doy media vuelta volviendo a mi objetivo. —aunque no patines en el pasado, aprieta las caderas, devuélvete y golpea la puerta, si es necesario rómpela junto con todos mis miedos. —me aconsejo, es algo que aprendí cuando era vendedora puerta a puerta, es automotivación para proteger la actitud ganadora. Funciona, pues me hago caso. Voy y golpeo varias veces, y nadie me responde, la oficina parece estar vacía. Arremeto con más fuerza, puede que por querer dar una impresión de decencia golpeara pasito y a pesar de que casi me parto la mano golpeando él no me abren ni contesta. Es posible que a mi galán se le olvidara nuestro compromiso, desde luego que es un CEO muy ocupado o quién sabe qué asunto lo embolato. Mejor me dispongo a marcharme, pero escucho un quejido que me detiene, me parece que viene de dentro de la oficina, eso me empuja a girar la perilla de la cerradura y esta voltea sin resistencia abriendo la puerta. Entro mirando el interior, me sorprende los trofeos y cuadros con diplomas, doy pasos gatunos para entrar con cautela, saludando: —buenas tardes, jefe, ¿cómo se encuentra? Es como un destello que no puedo creer que lo veo, sucede, casi como en mi fantasía, resulta que mi jefe está acostado en el escritorio, sin nada de ropa que lo cubra, lo único que tiene es una botella de vidrio medio desocupada. — ¡oh! Jefe, no puedo pensar que usted sea tan atrevido. —susurro a la vez que finjo mirar hacia otro lado para no admirar su bello cuerpo, que muchas veces imagine tocar. —aunque podemos ir más lento, quizás si me invita un helado primero. Sabe jefe, no soy de esas y esto se puede interpretar como un acoso laboral. Por supuesto que si dejara de ser su empleada y me convirtiera en su mujer, por ejemplo, eso puede considerarse legal, supongo. —termino con una risa nerviosa, y me volteo esperando que me agarre por la espalda, que me gire y refriegue contra su ser, pero me quedo esperando en medio de un silencio que no percibo. Vuelvo a mirarlo, ¡caray!, es un espectáculo, se nota que hace mucho ejercicio, escuche que fue campeón de natación. Me sonrojo al darme de cuenta de que me quedo viendo sus partes privadas, es que me abochorna la idea de que me juzgue como una pervertida, por eso mejor le diviso rápido su rostro para ver sus expresiones y un hormigueo gélido me estremece de los pies a la cabeza, resulta que él se encuentra pálido e inexpresivo. —señor Morales, ¿está muerto? —le pregunto como si, de estar de este modo, sería capaz de contestar. Decido revisarlo, apretándole la muñeca y me asusto al constatar que no tiene pulso. Saco mi celular recordando que está sin minutos, como siempre. Mejor intento hacerle los primeros auxilios, le pego en el corazón, le muevo los brazos y le hago respiración boca a boca mezclada con caricias, es que no aguanto. Pero esto le sirve a mi blanco nieves, quien mágicamente revive, abriendo sus hermosos ojos verdes, al fin se los aprecio bien, ya que siempre anda con esa gafas negras que le hacen parecer un agente secreto. Se levanta un poco, y luego gatea en el piso, dirigiéndose a la papelera donde vomita sin descanso, después se acuesta en la alfombra, mirándome con su carita tierna, para luego volverse a quedar dormido. —Jefe, don Morales. —intento despertarlo y nada funciona. Hace mucho frío en esta oficina, no encuentro algo para arroparlo, se me ocurre vestirlo y descubro que su ropa está mojada, supongo que por sus fluidos. Lo único que se me ocurre mantenerlo caliente como vi en una telenovela, usando mis prendas como cobijas y mi cuerpo como calefactor. Aunque la experiencia me encanta, no me puedo quedar aquí, puedo jurar que mi madre me reprenderá muy fuerte. Sin embargo, podría ser un día memorable, de seguro valdrá la pena cada segundo. Los regaños y golpes de mi mamá los soportaré con la fuerza que me den estos recuerdos, desde luego que en estos tiempos modernos, ¿qué es de un momento mágico, sin una fotografía que los transporte de manera más vivida de vuelta en ese instante? Así que tomo mi celular y casi lleno la memoria con fotos y videos de los dos, jugando con los ángulos, las posiciones y los filtros. De esa forma debí de haber descargado el aparato, ya que no sonó la alarma que siempre me despierta para alistarme a ir a trabajar. En cambio, fuimos despertados por el sonido de los muchos murmullos y de los sonidos de las cámaras de los teléfonos móviles que capturaban y subían a las r************* la escandalosa escena del CEO, durmiendo en el suelo de su oficina con nada menos que con la empleada del mes. Protegiéndose del frío y la desnudez únicamente con las prendas del uniforme de la teleoperadora. — ¡qué bochorno!
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