Las luces de la ciudad parpadeaban en la distancia, apagándose y encendiéndose como el eco de mis propios pensamientos. Había subido a la azotea buscando un respiro, un lugar donde nadie me exigiera nada, donde pudiera simplemente observar desde la distancia y sentirme en paz. Pero ese pequeño instante de tranquilidad se esfumó demasiado rápido.
Ella apareció.
No podía entender por qué sus ojos me habían capturado de esa forma. En ese breve intercambio, durante la reunión, vi algo que me desconcertó. Dolor, sí, eso era evidente, pero también algo más profundo. Una intensidad que reconocí de inmediato, porque alguna vez yo también me había sentido así. Esa mirada de alguien que sigue de pie solo por pura resistencia, como si estuviera luchando contra una tormenta de la que no tiene escapatoria.
Apreté la mandíbula, sintiendo una frustración inexplicable conmigo mismo. Había aprendido a levantar muros, a mantener la distancia, a no dejar que nada ni nadie se acercara lo suficiente para derribarme. Pero esa mujer... Ivanna. Había logrado colarse por una pequeña grieta que ni siquiera sabía que existía.
Sin pensarlo demasiado, me acerqué. Las palabras salieron de mi boca antes de poder detenerlas. —No esperaba encontrar a nadie aquí —le dije, tratando de sonar neutral.
Ella se sobresaltó, pero rápidamente intentó disimularlo. —Solo necesitaba un momento de tranquilidad —me respondió, y aunque su voz era calmada, noté el temblor en sus palabras.
Algo en su respuesta me removió. Podía reconocer fácilmente cuando alguien intentaba ocultar sus debilidades; después de todo, yo lo hacía cada día. Y sin embargo, con ella, me vi impulsado a ser honesto, o al menos, directo.
—La tranquilidad es escasa en este lugar —comenté, dando un paso más, mirándola fijamente—. Pero en tus ojos veo dolor, no tranquilidad.
Ella apartó la mirada, y sentí una punzada de arrepentimiento. Tal vez había sido demasiado brusco, demasiado sincero. No era mi intención exponerla así, ni hacerla sentir vulnerable. Lo que yo decía, o hacía, normalmente no me preocupaba. Pero esta vez... me inquietaba.
—Disculpe, debo marcharme —dijo ella con prisa, sin mirarme, y se dio vuelta para salir.
La observé mientras se alejaba, y algo dentro de mí quiso detenerla, pedirle que se quedara, que me contara por qué llevaba esa tristeza en la mirada. Pero no lo hice. No era mi papel. Después de todo, no soy alguien que escuche historias ajenas ni que se apiade de los demás. Durante años, me he mantenido a distancia, aislado por elección y necesidad. Con mi propio dolor tenía más que suficiente, ¿qué sentido tenía cargar con el de otra persona?
Sin embargo, algo en ella... Esa fragilidad oculta bajo su máscara de fortaleza... Me había removido algo, algo que pensaba haber enterrado hacía mucho tiempo.
Me apoyé en la barandilla de la azotea y dejé escapar un suspiro. Quizás esta ciudad era demasiado pequeña para ambos. Tal vez el destino había cruzado nuestros caminos con algún propósito, aunque yo nunca había creído en ese tipo de cosas.
Lo único que sabía, con certeza, era que esos ojos me seguirían rondando la mente mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir.
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—No tienes ni una pizca de emoción por tomar el lugar de tu padre —murmura Marlon, mirándome con cierta frustración—. ¿Qué más tengo que hacer para sacarte de ese pozo? He intentado de todo y nada parece alcanzarte.
Mis pensamientos están muy lejos de él, enredados en la imagen de esa mujer, en su mirada. ¿Cuál era su nombre? ¿Dónde en esta empresa trabaja? No pienso dejarlo como una duda pasajera.
Levanto el teléfono de mi escritorio y, sin responder a Marlon, pido a mi asistente que entre de inmediato.
—¿Acaso no tienes intención de escucharme? —gruñe Marlon.
Antes de responderle, mi asistente entra rápidamente en la oficina.
—Señor Carter, ¿en qué le puedo ayudar?
—Organiza un recorrido por todos los departamentos —ordeno, sin rodeos—. Quiero conocer a cada jefe de departamento y a su personal.
Mi asistente titubea.
—Claro, ¿para cuándo lo programo?
—Ahora mismo.
Ella asiente con un leve destello de sorpresa, pero lo oculta enseguida y se apresura a salir para organizar todo. Me levanto de mi asiento, tomando el móvil mientras Marlon me sigue.
—¿De verdad necesitas ver cada rincón? —pregunta, con una sonrisa irónica—. Supongo que será entretenido ver cómo se te eriza la piel cada vez que alguien intenta hablar contigo.
Le lanzo una mirada gélida antes de responder.
—Veamos si puedes mantener el ritmo, Marlon.
Recorremos departamento tras departamento, y comienzo a perder la esperanza. Quizás fue un error. Quizás ella no trabaja aquí después de todo. Solo quedan dos secciones, y he empezado a aceptar que tal vez esta búsqueda no tenga sentido.
—Este es el departamento de producción, señor Cárter —anuncia mi asistente—. Aquí está a cargo la señora Regina Smith, junto a sus asistentes.
Regina, una mujer de mirada astuta, extiende la mano con un gesto de respeto.
—Es un placer conocerlo finalmente, señor Cárter. Bienvenido.
—Gracias, señora Smith. —Hago una pausa, y luego agrego—: Me gustaría conocer a todo el personal de su equipo.
—Por supuesto, por aquí —dice, guiándonos hacia el salón de producción.
Al abrir la puerta, mis ojos captan al instante una cabellera ondulada que cae sobre unos hombros firmes. Ella está ahí, de pie junto a otra mujer de cabello rizado, y sus ojos se encuentran con los míos, ampliándose un poco como si también me reconociera. Algo en su mirada se tensa y, sin embargo, no puede apartarla.
—Ellas son Lucero Montoya e Ivanna Fletcher, mis asistentes de producción.
Lucero me da un apretón de manos rápido y nervioso, pero cuando Ivanna extiende la suya, apenas me sostiene la mirada, enfocando sus ojos en algún punto del suelo. Su mano es suave y ligeramente fría al tacto. Un escalofrío atraviesa su piel y veo cómo un rubor sube por sus mejillas, tiñéndolas de un rosa suave.
Un leve carraspeo detrás de mí rompe el momento. Marlon, siempre inoportuno. Ivanna suelta mi mano y da un paso atrás, intentando recomponerse.
—¿Trabaja aquí hace mucho tiempo, señorita Fletcher? —pregunto, ignorando la incomodidad de Marlon.
Su voz es apenas un susurro.
—Llevo solo un mes, señor Cárter.
Esquiva mi mirada, como si tuviera un secreto que teme revelar. Siento una inexplicable necesidad de saber más, de entender qué hay detrás de esos ojos que han capturado mi atención de forma tan inesperada. En su postura hay una mezcla de fortaleza y vulnerabilidad que despierta algo en mí, algo que me creía incapaz de sentir.
—Bienvenida, entonces —murmuro, con una suavidad que me sorprende incluso a mí mismo. Ella levanta la vista un instante, y en esa fracción de segundo siento que algo se establece entre nosotros, algo que no había sentido en mucho tiempo.
Asiente y vuelve a enfocar su mirada en el suelo, como si el peso de nuestra breve conexión fuera demasiado para sostenerlo.
Marlon se mueve incómodo a mi lado.
—¿Seguimos, Aziel?
Sin mirar atrás, asiento. Pero mientras camino hacia la salida, siento que una parte de mí se ha quedado en esa sala, anclada a esa mirada profunda y a esa inexplicable conexión que me inquieta más de lo que quiero admitir...