Capítulo 2 : Comienzos Rotos

1703 Words
La vida continuaba, y no podía quedarme encerrada en mi apartamento cuando las cuentas seguían llegando y una vida crecía dentro de mí. No podía darme el lujo de faltar al trabajo, sobre todo después de solo un mes de haber empezado. No podía quedar mal con Lucero después de que se esforzó tanto para conseguirme un puesto en la misma empresa donde ella trabaja. Me doy una última mirada en el espejo para asegurarme de que el maquillaje haya cubierto las ojeras y la hinchazón de mis ojos. Luego de un suspiro profundo, salgo de mi pequeño apartamento y camino hacia la parada de autobús, logrando subirme justo a tiempo. El trayecto se me hace eterno, pero finalmente llego a la compañía. Saco del bolsillo mi gafete, lo coloco en el borde de mi blazer, mostrando mi foto y mi nombre. Paso por recepción, murmurando un "buenos días", y tomo el elevador, marcando el piso de producción. Apenas al pisar la planta, me topo con Lucero. —Te estuve llamando anoche, ¿por qué no contestaste? —me mira fijamente, luego hace una pausa—. ¿Qué sucede, Iva? Intento resistirlo, pero no puedo. Suelto un suspiro quebrado y me siento en la silla de mi escritorio, sin poder contener las lágrimas. Lucero se acerca de inmediato. —¿Qué pasa, Iva? —Harold me abandonó —logro decir, entre sollozos—. Me dejó una carta diciendo que no podía... y se marchó, dejándome sola. —¡Maldito imbécil! —masculla, visiblemente molesta—. ¿Así de fácil se va, dejándote sola? —¿Qué más da? —me seco las lágrimas con el dorso de la mano—. No quiero saber nada más de él. Saldré adelante sin su ayuda... Siempre he podido hacerlo sola. De repente, el elevador suena, anunciando la llegada de alguien. Me apresuro a limpiar mis lágrimas y acomodo mi postura mientras Lucero regresa a su escritorio en el otro extremo. —Buenos días, señoritas —nos saluda la jefa de producción al entrar—. Tenemos una reunión en la sala de conferencias en diez minutos. —¿Reunión? —pregunta Lucero, confusa—. ¿Estaba programada? —No, el señor Cárter la convocó anoche. Se hablará sobre los balances de ventas y nuevas adecuaciones. —Estaremos ahí enseguida. —Adelántense. Iré al baño a retocar mi maquillaje. La jefa me mira fijamente, con un dejo de preocupación. —¿Te sucede algo, Ivanna? —Nada importante, Regina —le sonrío, forzada—. Nos vemos en la sala de conferencias. Asiente, y ambas se marchan dejándome sola. Saco mi pequeño estuche de maquillaje y me dirijo al baño de la planta, pero al llegar, noto que está cerrado. Suspiro, frustrada, y me dirijo al baño junto a la sala de conferencias. Al acercarme, veo que está abierto y me apresuro a entrar. Frente al espejo, observo mi rostro, trazado por un agotamiento que no puedo ocultar. Saco el polvo y el corrector, tratando de cubrir los rastros de mis lágrimas y darme algo de color. "Tú puedes, Ivanna. Siempre has podido." Me susurro palabras de ánimo, guardo todo en mi estuche, y me lavo las manos. Mientras me seco, me preparo para salir a toda prisa para no llegar tarde a la reunión. En mi intento por ser rápida, choco de frente con alguien al salir del baño, y mi estuche de maquillaje cae al suelo. —¡Maldición! —murmuro, agachándome para recogerlo. Entonces, el mundo comienza a tambalearse. Un mareo repentino me golpea, y siento cómo pierdo el equilibrio. Lucho por mantenerme en pie, llevando una mano a la sien y cerrando los ojos, hasta que unas manos fuertes me sujetan firmemente, evitando que caiga. —¿Te encuentras bien? Su voz es imponente pero suave, y me resulta extrañamente familiar. Al abrir los ojos, me encuentro con esos mismos ojos grises llenos de melancolía que vi anoche en la cafetería. Él parece reconocerme también, y me observa con curiosidad y asombro. —¿Estás bien? —me susurra, sus ojos atentos a los míos—. Luces muy pálida. —No te preocupes —me enderezo con su ayuda, tratando de recuperar la compostura—. Solo fue un mareo leve. Estoy bien, gracias. —¿Segura? —Aziel, es hora de irnos. Una voz femenina lo llama desde el pasillo, y me alejo rápidamente, intentando evitar otro momento incómodo. Sin decir más, me marcho deprisa, escapando de él... y de la sensación inesperada de que el destino nos haya cruzado. ¿Qué tan pequeño puede ser esta ciudad? Entro rápidamente al salón, mi corazón palpita con fuerza mientras busco a Lucero entre la multitud. La encuentro en la segunda fila, meneando su mano con impaciencia para que la vea. Al acercarme a ella, la tensión en el aire se siente palpable. —¿Por qué demoraste? —musita al sentarme a su lado, su voz apenas un susurro. —Por nada —le resto importancia, tratando de ocultar mi nerviosismo—. Ya va a empezar todo. Un silencio expectante se apodera del salón, todos los ojos fijos en el escenario. El señor Cárter, dueño y presidente de la compañía, se presenta ante nosotros con una presencia imponente. A pesar de su cabellera blanca y su avanzada edad, hay algo en él que aún irradia un atractivo indiscutible. En sus años de juventud, debió ser un verdadero galán. Aunque rara vez se le ve en la compañía, he oído rumores de que es un líder excepcional. La sala se llena de murmullos mientras comienza a hablar. —Una vez finalizados todos los balances, quiero compartir con ustedes una noticia importante —su voz resuena a través del micrófono, firme y clara—. A partir de hoy, mi hijo tomará mi lugar mientras yo me tomo un pequeño descanso para cuidar de mi salud. Los aplausos estallan en el salón como un trueno, pero mi estómago se encoge. Un hombre alto, de cabellera castaña, se levanta detrás de él. Cuando finalmente puedo verlo bien, el asombro me deja sin aliento. —Aziel Cárter, mi primogénito, será quien tome las riendas de la compañía desde hoy —anuncia el señor Cárter, su voz llena de orgullo. Aziel se desplaza con la gracia de un depredador. Su mirada es fría, sin rastro de emoción, como si todo esto fuera un mero trámite. Observa el salón con una expresión impenetrable hasta que, de repente, sus ojos encuentran los míos. El contacto es eléctrico; una mezcla de desafío y curiosidad que me paraliza en mi asiento. La mirada de Aziel se aferra a la mía como si intentara leer mis pensamientos más oscuros. El murmullo del salón se desvanece, y todo lo que puedo escuchar es el latido acelerado de mi corazón. En un instante, soy consciente de la mirada curiosa de Lucero, que parpadea ante la tensión palpable entre nosotros. Pero no puedo apartar la vista de Aziel. Algo en su mirada me atrae, y al mismo tiempo me aterra. El aplauso se disipa, y Aziel comienza a hablar. Su voz es profunda y autoritaria, resonando con una confianza que solo se puede lograr al haber sido criado en el lujo y el poder. Habla de nuevos planes, de cambios en la compañía, pero mis pensamientos se desvían. Me pregunto si está tan ansioso por hacer su propio camino como yo lo estoy por liberarme de esta ciudad que me ha encadenado. A medida que la presentación avanza, siento una necesidad urgente de salir de allí, de escapar de su mirada penetrante. La sala se siente cada vez más claustrofóbica. Justo cuando estoy a punto de levantarme, Aziel dirige nuevamente su mirada hacia mí, y es como si un rayo me atravesara. —Quiero agradecerles a todos por su apoyo. A partir de hoy, mi enfoque será en fortalecer nuestras conexiones —dice, su mirada fija en mí como si quisiera asegurarme de que entienda su mensaje—. La compañía prosperará solo si trabajamos juntos. Sus palabras flotan en el aire, cargadas de una doble intención. Entiendo que no se refiere solo a los empleados, sino a las relaciones más cercanas. La multitud aplaude de nuevo, pero en mi interior, un torrente de emociones me invade. La ciudad, que siempre ha parecido tan pequeña, ahora se siente como un laberinto, lleno de intrigas y posibilidades. Al finalizar la presentación, me levanto con la intención de huir, pero Lucero me detiene. —¿Te encuentras bien? —me pregunta, con una preocupación genuina en su voz. —Solo necesito aire —respondo, tratando de sonreír para tranquilizarla. —¿Son ideas mías o el hijo del señor Cárter te miraba con demasiada curiosidad ? —¿Qué? Seguramente te andas imaginando cosas. —Claro que no Iva. Él no separaba sus ojos de ti. —Estás loca. Sonrió apartándome de ella. Decido dirigirme a la azotea del edificio, buscando un refugio momentáneo. La vista de la ciudad es hermosa, pero me resulta opresiva. Miro hacia abajo, sintiendo el peso de mi vida sobre mis hombros. De repente, escucho pasos detrás de mí. Me vuelvo, y allí está la figura alta y enigmática que se siente como una sombra en este momento. Su presencia es abrumadora y, sin embargo, hay una curiosidad en su mirada que me hace sentir extraña. —No esperaba encontrar a nadie aquí —dice, su voz baja como un murmullo en la noche. —Solo necesitaba un momento de tranquilidad —respondo, tratando de mantener la calma. Pero mi voz tiembla, traicionando la turbulencia interna que siento —. Lo siento señor Cárter. —La tranquilidad es escasa en este lugar —responde, acercándose un paso más —. Pero en tus ojos veo dolor y no tranquilidad. Sus palabras golpean mi pecho y es evidente que el puede leerme tan fácilmente como yo leo sus ojos. —Disculpe, Debo marcharme. Se trataba de mi jefe y a estas alturas no podía hacer o decir cualquier cosa que afectará mi trabajo. Así que salgo a toda marcha de allí regresando a mi lugar de trabajo...
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