Al salir rápidamente ella de mi oficina, me dirijo a la de Marlon a sabiendas de que allí la encontraría.
—¿Por qué hiciste eso? —reclamé finalmente.
—¿Hacer qué? —preguntó serena.
—¿Qué hiciste, Mía? —preguntó Marlon, confundido.
—No hice nada malo. Sólo invité a la chica que estaba almorzando contigo en tu oficina a cenar esta noche en casa con nosotros —hizo un gesto con los hombros, restándole importancia—. Esa chica es algo más que una colaboradora de aquí, ¿o me dirás que a todas las llevas a tu oficina a comer como lo estabas haciendo con ella?
—¿Estabas comiendo con Ivanna en tu oficina? —preguntó Marlon, asombrado—. Esa chica sí que te ha pegado duro, amigo.
—¿Entonces sí tienen algo? —cuestionó Mía—. ¿Por qué no me habías dicho nada?
—No tenemos nada.
—Aún —interfirió Marlon, y lo fulminé con la mirada—. Vamos, amigo. Hace años no mostrabas interés en nada ni en nadie, y desde que apareció ella has cambiado por completo.
—Es cierto. Ya no eres el Aziel con cara de piedra que veía siempre, hermanito —Mía se acercó sujetando mis mejillas—. Es muy guapa la chica, debo admitirlo. Tienes buen gusto y no parece una perra interesada.
—Mía...
—¿Qué? Te recuerdo que la última mujer con la que trataste de tener algo después de la muerte de Eva resultó ser una maldita embustera interesada.
—Es mejor que evitemos ese tema —intervino Marlon—. Hace días que no veo a tu hermano de mal humor gracias a Ivanna, por favor no dañes eso.
—Entonces los dejo, muchachos. Si esta noche no llevas a Ivanna, me encargaré de conseguir su número y dirección, y yo misma la llevaré, hermanito.
Tomó su bolso, dejó un beso en mi mejilla y salió, dejándonos a solas.
—¿Crees que se atreva? —le pregunté a Marlon.
—Es mejor que no trates de averiguarlo, Aziel. Mía es igual de decidida que tú, y no quisiera que esto se saliera de tus manos.
—No sé en qué momento mis padres decidieron que ser hijo único era malo.
—¿Qué tal Ivanna hoy? La vi hace un rato cuando bajé a darles la noticia de Regina y se veía muy seria, al menos conmigo.
—Suele ser así cuando no tiene confianza. Actúa a la defensiva —sonreí al recordarla—. Mía tiene razón. No sé qué me pasa con ella, pero hace mucho que no me sentía así.
—Pues veremos qué dicen tus padres al conocerla esta noche...
El día había transcurrido rápido. Observé el reloj y estaba a tiempo de ir por Ivanna. Salí de mi oficina, despidiéndome de mi secretaria, y bajé al área de producción.
Su semblante parecía un poco más relajado. Se encontraba tecleando en su computador, y el puesto de su compañera estaba vacío.
Me aclaré la garganta, llamando su atención. Al verme, rápidamente se exaltó.
—Señor Carter, ¿necesita algo?
—Te espero en el estacionamiento subterráneo en cinco minutos —musité en voz baja—. Tenemos una cena a la cual asistir.
Antes de que pudiera contestar, caminé de regreso al elevador, marchándome sin esperar una respuesta.
Al llegar al estacionamiento subterráneo, mi camioneta estaba estacionada a un lado.
—Señor Carter.
—Armando.
Me giré y la vi salir del elevador, caminando hacia nosotros mientras miraba cautelosamente cada rincón.
Al llegar a mi lado, Armando nos abrió la puerta, le ayudó a subir y luego subí yo, cerrando la puerta. Él fue a su puesto para poner la camioneta en marcha.
—¿A dónde vamos?
—Por un vestido y zapatos para ti, y luego a mi penthouse para alistarnos e ir a la cena en casa de mis padres.
—Aziel, yo...
—No aceptaré un no como respuesta, y tampoco creo que Mía lo haga.
Sacó su móvil y contestó una llamada. El camino fue corto y, al llegar al centro comercial, entramos en una boutique donde una chica con una sonrisa despampanante nos recibió.
Al decirle lo que buscábamos, rápidamente se acercó junto a otras dos dependientes más, que trajeron diferentes vestidos.
Después de probarme varios vestidos, finalmente una de las dependientes regresó con algo que llamó mi atención. Era un vestido elegante, de color azul noche, con un diseño sencillo pero sofisticado. Tenía un escote en V discreto, tirantes finos y una caída fluida que acentuaba la silueta sin ser demasiado ajustado. La tela era de satén, suave al tacto y con un ligero brillo que captaba la luz de manera sutil, otorgándole un aire refinado.
Me lo puse y, al mirarme en el espejo, sentí cómo el vestido se adaptaba perfectamente a mi figura, resaltando lo justo y cubriendo lo necesario. La dependiente sonrió ampliamente.
—Es perfecto para ti. Resalta tu elegancia natural.
Aziel, que hasta ese momento se había mantenido en silencio observándome, se acercó unos pasos. Me miró de arriba abajo, con una expresión indescifrable en su rostro, antes de asentir.
—Llévalo. Es justo lo que buscaba.
—¿No crees que es demasiado? —pregunté, incómoda.
—Es ideal. Mis padres apreciarán tu buen gusto —respondió con seguridad, desviando la mirada hacia las dependientes—. También necesitamos unos zapatos que hagan juego.
En cuestión de minutos, una de las chicas regresó con un par de tacones plateados, delicados pero cómodos. Me los probé, y, para mi sorpresa, eran perfectos. Combinaban a la perfección con el vestido, añadiendo un toque de brillo sin opacar su elegancia.
—Está decidido entonces —dijo Aziel, sacando su tarjeta y entregándosela a la dependiente.
Intenté protestar.
—Aziel, no puedo permitir que pagues por todo esto...
—Ivanna —me interrumpió con una mirada firme—. Es mi decisión. Además, no es cualquier cena. Es la cena que papa realiza cada año por beneficencia y asisten muchas personas importantes.
Suspiré, sin más argumentos para debatir. La verdad era que, a pesar de lo incómodo de la situación, algo dentro de mí disfrutaba del gesto.
Cuando finalmente salimos de la boutique con las bolsas en mano, Aziel me miró de reojo mientras caminábamos hacia la camioneta.
—Ahora, vayamos a mi penthouse. Tenemos que prepararnos para la cena.
Su tono era tranquilo, pero había algo en su mirada que parecía estudiarme. No sabía si era mi nerviosismo o la impresión que él quería causar, pero sentía que esta noche iba a ser mucho más significativa de lo que ambos anticipábamos...