CAPÍTULO SEIS A Ceres no le importaba que el castillo fuera el último bastión impenetrable del Imperio. No le importaba que tuviera muros como peñascos escarpados o puertas que pudieran resistir armas de asedio. Esto acababa aquí. “¡Adelante!” exclamó hacia sus seguidores, y estos se apresuraron a seguirla. Quizás otro general los hubiera guiado desde la retaguardia, planeándolo con cautela y dejando que los otros corrieran el peligro. Ceres no podía hacer aquello. Quería desarticular lo que quedaba del poder del Imperio por ella misma, y sospechaba que la mitad de las razones por las que mucha gente la seguía era a causa de ello. Ahora eran más de los que habían sido en el Stade. La gente de la ciudad había salido a las calles, la rebelión se había extendido como cuando a las brasas ar