—¿Puedo pasar? —pregunto, tras tocar su puerta. —Sabes que sí, Pax. Mi hermana sonríe, invitándome a hacerle compañía. Sus manos me señalan el espacio que hay a un lado de su cama, en lo que oculta algo bajo su almohada. —Creí que estarías con María. Sentándome a su lado, apoyo mi mano en su cama, para contarle dónde estaba María, y la razón de que todo estuviera en silencio. —Sabes que esa mujer no puede estar en un solo lugar. Fue a traer a las niñas del orfanato, y como no hay nadie más que nosotros, se pueden escuchar hasta a los grillos. —Niñas… —murmuró, apretando la sábana con sus manos—. Deseaba tener una pequeña a la que pudiera hacerle peinados, vestirla como muñequita. Tantas cosas que ahora son imposibles —aquella mirada que es peculiar de nosotros, los Palmieri, muestra