El no es mi esposo
Mi corazón palpita sin freno, es inevitable no estar nerviosa. Es mi noche de bodas.
—Es mi esposo, todo estará bien —me digo, al mismo tiempo que exhalo y dejo mi cepillo en el tocador—. Será una noche mági…
Pero mis pensamientos se ven interrumpidos, cuando escucho un ruido extraño desde otra habitación. Son gemidos que cada vez se oyen más fuertes, una mezcla de gozo entre un hombre y una mujer.
Miro por la ventana de mi habitación y la lluvía sigue cayendo, algo que desconozco oprime mi pecho, pero decido salir y encontrar el origen de ese ruido. Mis pies me llevan a la puerta donde el servicio lava la ropa, los gemidos se dejan escuchar con mayor claridad, tengo miedo, mas decido abrir, solo para encontrar a mi marido entre las piernas de aquella que consideré mi hermana.
Annet y yo crecimos juntas en la residencia de niñas sin hogar, no nos habíamos vuelto a ver, hasta hace unos meses, ambas nos queríamos mucho, o eso creí.
—¡María! —exclama ella, al darse cuenta de mi presencia, mientras cubre su desnudez con las ropas de la lavandería—. Yo, yo no…
—¡Qué mier…! —Al darse media vuelta, Zack me mirá bajo el marco de la puerta, sus ojos me fulminan y en lugar de dar alguna explicación, este solo se cubre y se acerca a mí para empujarme de la habitación—. ¡Maldita mocosa! ¿Acaso no sabes tocar? —me reclama, volviéndome a empujar, hasta el punto donde mi espalda y cabeza se golpean contra la pared detrás de mí.
Debería decir algo, golpearlo, insultarlo o patearle, pero simplemente mi cuerpo no me responde. Solo siento mi corazón roto y estas inmensas ganas de gritar y llorar.
—Ya me casé contigo, no esperes más. Solo te tomaré cuando esté desesperado o sea necesario, pero créeme, tu presencia me causa repugnancia. Yo necesito una mujer, no una que intenta parecerlo. Así que… —tomando mi barbilla con fuerza, me mira amenazadoramente—, vas a taparte los oídos cada vez que Annet venga a mi cama, y más te vale respetarla, porque no será la única vez —al ver que derramo una lágrima, muestra desagrado y me libera de sus dedos—. Das asco solo de verte, desaparece —finaliza, cerrando la puerta para volver a los brazos de ella.
Es en ese momento donde miró a mi alrededor y veo a los empleados que han presenciado todo, pero solo una de ellas se acerca, para tratar de llevarme a mis aposentos.
—Apresurate, te dije que no salieras ¡Aparte de boba, eres bruta!
Sin embargo, no dejo que me toque ni los hombros, bajo la mirada a mi mano y me saco el anillo de matrimonio.
—¡Váyase al demonio! ¡Y dile que se lo dé a ella, tal vez si le quede!
Me doy vuelta, y estando solo en camisón y sin zapatos, salgo de la casa, donde pensaba iniciar esta nueva etapa.
—¿¡A dónde cree que va!? ¡Vuelva! —me exige, pero ni siquiera miro atrás, sigo de largo en plena noche, donde mis pies se van llenando de lodo.
Pretendo ir al único lugar donde me siento a salvo, mas me equivoco y me he perdido. Termino cayendo de rodillas, es entonces que por fin mis lágrimas caen en la tierra, sintiendo la traición en mi alma.
—¿Qué debo hacer ahora? ¿Qué hago con esto? —me pregunto, con un dolor en la cabeza del que ahora me percato. Toco mi nuca y al ver mis dedos, distingo la sangre de la lluvia.
El hombre que amo, el que creí mi compañero eterno me había hecho esto. Me había empujado tan fuerte que mi cabeza rebotó, pero por el estado en el que yo me encontraba, no le había tomado suficiente atención.
Zack Testa; el hombre que puso un anillo en mi dedo, el que me prometió un cuento de hadas, pero solo resultó terror.
—¿Por qué…? —sollocé—. ¿¡Por qué tuve que ser tan estúpida como para creer en que los príncipes existen!?
La lluvia seguía mojando mi espalda, y eventualmente empecé a toser, mi asma no me dejaba respirar bien, lo peor es que no traía mi medicina, todo estaba en su casa, pero no pienso regresar, así que, intento ponerme de pie, mas solo vuelvo a resbalar en el lodo y caigo de espaldas.
Tal vez dejarme morir no sea tan mala idea, pero yo misma me doy una bofetada mental, miro la luna que apenas brilla, notando cerca de mí, unas mariposas blancas que vuelan sobre un arbusto. Las observo durante unos instantes, hasta que oigo un ruido provenir tras las hojas de los árboles. Asustada y con dificultad para respirar, retrocedo, y de repente, una figura imponente sale ante mis ojos.
—Le dije que le pusiera más gasolina al auto, pero cuando regre… —venía refunfuñando, mas al encontrarse con mis ojos, se detiene llevado por la curiosidad.
Es alto, su cabellera castaña está revuelta por la lluvia, tiene una mirada entre azul y gris, unos labios rosas entreabiertos y cuando más bajo, veo que su camisa deja ver sus marcados abdominales y… ¿sangre?
Nuevamente vuelvo a toser, me cubro la boca, temiendo que él sea alguna clase de criminal o asesino.
—Oye tú… —me dice, al mismo tiempo que se acerca.
—¡No se acerque o se arrepentirá! —le advierto, sin ocultar el temblor en mi voz.
Su seguridad lo lleva a sonreír de lado, mientras pasa la mano por su frente, quitando algunas gotas de lluvia.
—De acuerdo, princesa de lodo, solo me interesa saber una cosa, ¿Hay alguna estación de gasolinera, cerca? Si me das la información, puedo…
Él mete su mano a su bolsillo, pienso que sacará un arma, por lo que sin dudar me pongo de pie y escapo.
—¡Hey! ¿A dónde vas? No puedo quedarme bajo la lluvia, tengo que presentarme como el nuevo gerente y mi celular está muerto.
No le presto atención, y solo sigo corriendo, hasta que vuelto a tropezar y caigo de cara, momento que el desconocido aprovecha para alcanzarme.
Me va a hacer daño, esta vez no tengo escapatoria, voy a morir.
—Muchacha tonta, no tengo tiempo para jugar, ahora vas a decirme que… ¡Ouch!
Mi instinto y la adrenalina se fusionaron, por lo que cuando él se acercó, me di vuelta y le lancé una patada a sus costillas, dejándolo sin respiración, así como quejándose de dolor.
Estoy a punto de escapar, pero noto que mi collar no está en mi pecho. En realidad era una cadena con la inicial de Zack; mi esposo. Puede que se haya perdido, mientras corría, sin embargo, el brillo peculiar de ese objeto llega a mis ojos, de las manos del desconocido.
—¿Es de tu marido? Seguro es muy valioso—pregunta, apoyándose en un árbol—. Pues que mala suerte, porque esto se quedará conmigo por el golpe que me has dado —su ceño fruncido me indica lo furioso que está.
—Se equivoca, eso no vale nada, ¡Y él no es mi esposo!
Veo como muerde sus labios, al mismo tiempo que otras personas parecen acercarse. Acomodo mis mechones rubios detrás de mi oreja. Parece que sí están decididos a secuestrarme, entonces, está vez si consigo escapar, al saltar sobre las rocas y tomar un camino estrecho entre ramas.
Lo había decidido, no iba a rendirme. Tengo mucho por vivir, y la vida es muy corta como para desgastarla llorando.