Las gotas saladas que brota de sus ojos verdes, resbalan por sus mejillas, lo cual me produce una sensación de querer abrazarla, no quiero que llore, no quiero solloce. Sé que no soy un hombre que sonríe ante eventos emocionales, pues nunca encuentro una verdadera razón, pero eso no significa que me agrade ver miserable a otro, y más tratándose de María, por lo que no dudo en llevar mis dedos a limpiar aquellas gotas cristalinas que caen una tras otra. No puedo pensar en otra cosa más que en ella, mi atención está centrada en que deje de llorar, porque siento que mi pecho se desmorona. Definitivamente la sonrisa es mejor compañía a sus labios que una mueca de lamento. Entonces, descubro que para bien o para mal, me estoy vinculando más de lo permitido con ella. … Un amigo muy conocido