Capítulo 1

2536 Words
— ¿Estás jugando conmigo? — Le pregunto a mi padre, frunciéndole el ceño lo más que puedo para que capte que ni loca voy a aceptar un perro guardián detrás de mí las veinticuatro horas del día. — Abbi... — él suspira con pesadez y luego apoya las manos sobre el escritorio de su despacho, sus ojos mirándome de esa forma, como si esta situación fuera un negocio más de su empresa —. Es necesario.  — ¿Necesario? — Golpeteo los dedos sobre mi barbilla, fingiendo que estoy analizando esa estúpida palabra —. Necesario es que aumentes el dinero en mis tarjetas de crédito. Necesario es que me dejes manejar mi auto nuevo. Necesario es que me dejes ir a Hong Kong con Luke en vacaciones. Necesario es... — ¡Basta, Abbigail! — Abbi — le corrijo, rodando los ojos —. Mi nombre es Abbi. Grábatelo, ¿está bien? Mi padre cierra los ojos por tres segundos, como si estuviera tratando de tranquilizarse, pero soy yo quien debería estar tranquilizándome. Es a mí a quien quiere poner un maldito perro guardián las veinticuatro horas del día, no a él. Sus guardaespaldas sólo están con él cuando él mismo lo requiere, que es... oh, sí, casi nunca. — Abbi — dice mi nombre despacio —. Vas a tener un guardaespaldas. No hay discusiones respecto a esto. — Mira, padre — recalco la última palabra, diciéndola con ironía —. No querrás que me vaya mal en los exámenes del instituto, ¿no es cierto? Mira que tener un perro guardián detrás de mí puede agobiarme tanto, pero tanto que, oh Dios, de pronto mis calificaciones podrían bajar repentinamente. — No vas a manipularme de nuevo con tus notas — se pone de pie y apoya duramente sus manos en la madera oscura del escritorio —. Tendrás un guardaespaldas... no... ¡Tienes un guardaespaldas! Y no hay discusión respecto a ese tema. Resoplo y en un santiamén me pongo de pie y, al igual que él, apoyo mis manos en el escritorio. Lo encaro, mirándolo con todo el rencor que puedo expresar en una sola mirada. ¿De un momento a otro se le dio por recordar su papel de padre y cree que se lo voy a dejar tan fácil? Pues no. — ¡No! — Grito, utilizando mi voz chillona e irritante, esa que no le gusta a nadie, mucho menos a él —. ¡No voy a tener un perro guardián! — Abbigail Petterson — chasqueo mi lengua cuando vuelve a llamarme por mi nombre completo —. Tu seguridad no es un juego. He estado recibiendo amenazas y me niego a dejarte desprotegida. — ¡Deja la paranoia que no te queda para nada bien! — Golpeo la madera con fuerza, provocando que él se sobresalte un poco —. No voy a tener un guardaespaldas. Tómalo o déjalo. Y me dispongo a salir de su despacho. Tengo una fiesta a la cual necesito ir y no estoy dispuesta a seguir perdiendo mi tiempo con sus estupideces. — Te cancelaré todas las tarjetas — me detengo por sus palabras —. Todas. Te las cancelaré todas, Abbi. Y me aseguraré de que no tengas dinero para absolutamente nada. Muerdo mi labio, evitando maldecir, pero infiernos, él me tiene. Cuadro mis hombros antes de girarme a mirarlo. — No eres capaz — le desafío, arqueando a la perfección una de mis cejas, evitando que vea el temor que siento debajo de mi tan perfeccionada mascara. Él me sonríe con amargura. — ¿Hacemos la prueba? Rechino mis dientes y aprieto duramente mis manos en puños, alejando la humedad en mis ojos que amenaza con volverme débil. — Te odio, ¿lo sabías? Marcus se encoge de hombros, demostrando lo poco que le importa cómo pueda sentirme por él. — Prefiero que me odies estando segura, a que me ames corriendo peligro — ¿Ahora se cree filósofo o algo así? Porque no le viene —. Siéntate ya mismo — ordena, señalando el asiento en el que segundos antes me encontraba. Sólo por miedo a perder mis tarjetas, le obedezco y me siento con un estruendoso ruido que hago intencionalmente al arrastrar la silla. — Si aceptas obedientemente tener al guardaespaldas, aumentaré tus ingresos y... — Irás al colegio y le ordenarás al director que sancionen a Bárbara Louwin. — No voy a hacer eso, Abbi. Que esa chica y tú tengan sus peleas caprichosas no tiene por qué afectar de alguna forma su estadía en el instituto. Y no me voy a aprovechar del dinero que aporto al colegio sólo para complacer tus mimados juegos. — ¡Pero esa zorra... — ¡Vocabulario, Abbigail! — Me interrumpe con bastante enojo. Lo que él no sabe es que no me importa que se enoje, eso es lo que merece por atreverse a querer ponerme un perro guardián. Eso es lo que merece por todos estos años que no ha estado conmigo. — Ni que tú fueras un santo... — murmuro en voz baja, pero lo suficientemente audible para que él me escuche. Quiero que me escuche, quiero que se enfade y quiero que haga lo que yo quiero. Pero él me ignora; ignora mi intento por enfadarlo y, volviendo a adquirir un semblante serio y tranquilo, continúa hablando —: Como venía diciendo, te aumentaré tus ingresos y dejaré que vayas a Hong Kong con Luke. ¿Es suficiente para ti? — Está bien. Aumentarás mis ingresos al triple — le digo y él mira hacia el techo con evidente molestia, pero finalmente acepta —. Y me dejarás conducir mi auto nuevo. — No — niega de inmediato —. Tu guardaespaldas cubrirá las funciones de protegerte y ser tu chofer. No necesitarás tu auto nuevo. — Pero... — Tú decides, Abbi. ¿Quieres ir a Hong Kong con Luke? ¿Sí o no? Obviamente que sí. Hemos hablado de este viaje desde hace tres años, no me lo perdería por nada. — Está bien — acepto —. Pero también pagarás todos los gastos de Luke. Mi padre me mira con los ojos abiertos como platos, sacude la cabeza y niega. — No... — Entonces no hay guardaespaldas — digo con voz rotunda y me vuelvo a poner de pie para salir del despacho. — Espera... — sonrío con triunfo —. Está bien, los gastos de Luke también correrán por mi cuenta. — Perfecto — engrandezco mi sonrisa —. Ah, y un teléfono nuevo no me vendría mal. — Lo cambiaste hace menos de un mes, Abbi — masculla entre dientes. — Necesito otro nuevo — lo miro, esperando a que acepte. Cuando lo hace, sonrío con suficiencia —. Hablamos cuando vuelvas a tener tiempo, padre. — Aún no, Abbi, espera. Llamaré a Ethan para presentártelo. — ¿Quién es Ethan? — Es la primera vez que escucho ese nombre en mi vida. — Tu guardaespaldas. — ¡¿Qué?! ¡¿Ya lo contrataste?! — Oh, no lo puedo creer. ¡Pero si ni siquiera sabía si yo aceptaría o no! — Sí, también lo instalé en la casa. — ¡Retrocede y repite! — Me vuelvo a sentar en la silla, de repente siento que voy a desmayarme —. ¡¿El perro guardián vivirá con nosotros?! — Sí — mi padre responde distraídamente mientras saca su teléfono, teclea algo y lo lleva a su oreja —. Ethan, puedes venir. Ruedo mis ojos mientras maldigo diez mil veces a mi padre y diez mil veces más al perro guardián. No me giro cuando segundos después escucho la puerta abrirse y pasos detrás de mí. En su lugar, me concentro en el maquillaje de mis uñas. No me interesa conocer al perro guardián. — Señor Petterson, ¿me necesitaba? — Escucho una ronca y profunda voz, pero, aun así, no me giro. — Sí, Ethan — mi padre tose, tratando de llamar mi atención, pero le ignoro —. Abbi... — masculla, pero sigo entretenida con el maquillaje de mis uñas. Yo en ningún momento dije que quería conocer al perro guardián, así que se tendrán que aguantar mis modales o, bueno, mi falta de ellos. Mi padre suelta un pesado suspiro y, con voz avergonzada, dice —: Ella es Abbigail, mi hija. — Abbi — le corrijo, mirándolo con fastidio —. Mi nombre es Abbi. — Ya sabes, muchacho — mi padre me ignora y continúa hablando con el perro guardián al que aún no me he dignado a mirar —. Es a ella a quien cuidarás. Abbi es lo más importante que tengo, así que te pido que hagas muy bien tu trabajo. Sin fallos. — Qué dulce discurso — le digo con sarcasmo y me pongo de pie, dispuesta a conocer al perro guardián —. Así que tú e... Mierda. Este atractivo hombre frente a mis ojos no puede ser un guardaespaldas. ¡Qué desperdicio! Debería estar en las pasarelas, modelando ropas de Gucci o Louis Vuitton. Mis ojos repasan cuidadosamente ese musculoso y grande cuerpo escondido por ese traje n***o. Pies grandes, piernas largas y caderas estrechas. Subo mi mirada a ese pecho que, a pesar del estorbo de la tela, se ve que está muy bien trabajado. Mis ojos caen en sus anchos hombros para después mirar esos esculpidos y delineados labios. Su mandíbula cuadrada me insta a pasar mis dedos por ella y sus altos pómulos sólo lo hacen lucir más varonil. Entonces cometo el error de mirar esos grises y fríos ojos y mi piel se estremece por completo, pero no por motivos buenos. Casi me escondo debajo del escritorio porque su fría mirada sólo me produce desasosiego. Incluso la zorra de Bárbara que me odia hasta morir, nunca me ha mirado de esa forma tan cruda y amenazante como él lo hace. — Señorita — me da una suave inclinación de cabeza y, por si solos, sin pensarlo, mis pies dan un paso atrás. Mis muslos chocan con el borde del escritorio, desestabilizándome un poco. Es como si mis instintos supieran algo que yo aún no sé y sólo me pidieran que corra y me aleje de él. — Ethan estará disponible las veinticuatro horas del día para ti, Abbi — la voz de mi padre interrumpe las paralizantes sensaciones que invaden mi cuerpo —. No dudes en buscarlo si lo necesitas. Algo me dice que haré lo necesario para no necesitarlo. Asiento y mi padre me mira con confusión, sin entender mi raro comportamiento. ¿Es que él no ve la mirada en los ojos del perro guardián? Yo no estoy loca, estoy segura de eso. No me imagino cosas. El odio y frialdad en su mirada no son producto de mi imaginación. Entonces, ¿por qué parece que yo soy la única que lo ve? — Yo... — aclaro mi garganta y decido dejar de parecer una idiota frente al perro guardián. Así que me enderezo en mi lugar y me concentro en mirar a mi padre —. Hoy hay una fiesta en casa de Hunter. Iré. — ¿A quién le pediste permiso? Ruedo los ojos. El asunto del perro guardián pasa a un segundo plano; por ahora, tengo otra prioridad. — Me pedí permiso a mí misma, no se lo tengo que pedir a nadie más — alzo mi barbilla de forma desafiante. — ¡Abbigail! — Marcus me reprende, pero sólo le ruedo los ojos —. No vas a ir a esa fiesta y no se discute de nuevo. — ¡¿Pero por qué?! ¡Hunter es mi novio! ¡Tengo que estar allá! — Ese muchacho no me gusta para ti, Abbi — me apunta de forma amenazante con su dedo —. Y no irás. Si supieras lo mucho que a mí también me agrada, pienso con sarcasmo. — Voy a ir a la fiesta, te guste o no. La respiración de mi padre se vuelve pesada y entonces me grita con fuerza —: ¡No irás! Con rabia, tiro al suelo todas las hojas que hay sobre el escritorio y, cuidando en no volver a mirar al perro guardián, salgo del despacho con un fuerte y estrepitoso portazo. Necesito ir a esa fiesta, lo necesito. Subo a toda prisa las escaleras hacia mi habitación, mientras saco mi teléfono para llamar a Luke. — ¿Qué pasó, darling? — Mi padre — resoplo mientras me lanzo a mi cama y llevo un almohadón a mi pecho —. No le bastó con ponerme un maldito perro guardián las veinticuatro horas del día, sino que también me prohibió ir a la fiesta de Hunter. — ¡Espera! — Me grita, escandalizado —. ¡¿Cómo me sueltas una bomba de esas con detalles tan vagos?! ¡Repite todo con más calma, Abbi! Gruño, frustrada. — Me puso un guardaespaldas, Luke. ¿Puedes creerlo? — Me estremezco cuando recuerdo esos fríos ojos grises —. Aparte el tipo es un lunático, te lo juro. — ¿Qué? ¿Por qué? — No importa, después te cuento — sacudo la cabeza —. Ahora sólo ayúdame a planear cómo escaparme de casa. Luke ríe al otro lado del teléfono. — Está bien. [...] Paso por última vez el labial rojo escarlata por mis labios mientras me miro en el espejo. Acomodo mis rizos oscuros y bajo un poco mi vestido en el escote de mis pechos para que se vean más abiertamente. Rocío un poco de perfume Armani en mi cuello y repaso por última vez mi cuerpo. Mi diminuto vestido n***o se moldea a la perfección en los lugares indicados y los altos tacones Louis Vuitton hacen lucir mis piernas más largas. Necesito que Hunter se concentre sólo en mí. Guardo mi teléfono y billetera en el bolso a juego con mi vestido y después abro la puerta de mi habitación para sólo sacar mi cabeza. Miro a un lado del pasillo, luego al otro. Nada, no hay moros en la costa. Cuidando que mis tacones no hagan mucho ruido contra la alfombra roja, bajo cuidadosamente cada uno de los peldaños de las escaleras para llegar a la planta baja. Me llevo un susto de infarto cuando veo la luz de la cocina encendida. ¿Es nana? No, ella a estas horas está dormida, pero entonces nadie más vive con nosotros. Finalmente, vislumbro al perro guardián usando nada más que una franelilla blanca y pantaloneta de dormir. Casi maldigo al cielo por haberme olvidado de él. Sólo por un segundo, me permito observar su trabajada espalda que se contrae mientras abre la nevera para sacar un vaso de lo que parece ser leche. Sacudo la cabeza y organizo mi mente de nuevo. La fiesta. Hunter. Bárbara. Tengo que salir ya mismo de aquí. Camino silenciosamente hasta la entrada de la casa y, cuando mi mano llega al manubrio de la puerta y logro girarlo, me siento triunfadora. Pero entonces escucho los pasos del perro guardián, seguido por su voz diciendo —: ¿Quién está ahí? Mierda.
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