— Es la pelinegra, la que está al lado del bastardo. Se llama Abbigail — dijo Blake, pasándole la foto a su hermano, quien, como siempre, no mostraba ninguna clase de emoción en su frío rostro.
Ethan observó fijamente la fotografía por unos cortos segundos.
— Es sólo una niña — masculló al fin, pasándole la foto a Blake sin mirarlo en ningún momento —. Debe haber otra forma.
— No te dejes engañar por su lindo rostro, Ethan — Blake sonrió con asco, mirando la fotografía en donde estaba la feliz familia —. La chica es una perra, tiene complejo de superioridad. La muy hija de puta piensa que todos deben estar bajo sus pies.
Ethan encendió un cigarrillo, escuchando a su hermano.
No era para nada raro que las hijas del bastardo de Marcus fueran unas jodidas esnob, pero, aun así, esa chica seguía siendo una niña. ¿Cuántos años tenía? ¿Dieciséis? ¿Diecisiete? No podía tener más.
— ¿Y qué de su hermana mayor? — Preguntó mientras le daba una calada a su cigarrillo e inhalaba toda la nicotina que podía llevar a sus pulmones.
— Vive con su prometido, no en la mansión de Marcus — Ethan se cuestionó qué tanto su hermano había averiguado sobre la vida de los Petterson para saber todos esos detalles —. Además, Abbigail es la princesita de Marcus, la idea es darle en donde más le duela — siguió Blake con veneno mientras miraba expectante a su hermano menor, esperando una respuesta de su parte.
Ethan tenía que decir que sí, pensó Blake. Tantos años planeando esa justa jugada. Su hermano no podía echarlo a perder sólo porque a su maldita humanidad le daba por aparecer.
Después de lo que pareció una eternidad, Ethan por fin habló —: ¿Estás seguro de que la chica nos sirve? — Blake asintió de inmediato —. ¿Es ella tan importante para Marcus? — Le preguntó de nuevo, cerciorándose de que no perderían su tiempo con esa niña.
— Sí, Ethan — Blake gruñó con algo de impaciencia —. Ella nos servirá, te lo aseguro.
Ethan lo pensó por un instante.
Si la niña era la debilidad de Marcus, entonces era el objetivo perfecto. Si ese bastardo destruyó lo más importante para él cuando sólo era un niño, entonces él no iba a sentir remordimiento ni compasión cuando acabara con esa niña.
Sus labios formaron una pequeña sonrisa carente de sentimiento, pero al fin de cuentas, una sonrisa.
— Está bien — tiró el cigarrillo por la ventanilla del auto —. Entonces vamos a por la chiquilla.
Blake formó en sus labios una sonrisa cargada de odio.
Que empiece el descenso al infierno para los Petterson.