Hunter abre la puerta de su casa con una sonrisa repugnante y lo peor de todo es que tengo que fingir que se me es agradable. Respiro profundo tres veces antes de sonreírle con coquetería, dirigiendo mi mirada a lo largo de su cuerpo. Muerdo mi labio cuando mis ojos caen en su entrepierna cubierta por la tela de su jean. Él gime, demostrándome que lo tengo justo en donde quiero.
— ¿Puedo entrar?
Él acepta de inmediato y se hace a un lado para dejarme pasar. Suprimo las ganas de mandarlo a la mierda cuando siento su mano en mi trasero, golpeándome no tan suavemente.
— Así que... — su voz es sugerente sobre la piel de mi cuello —. ¿Por dónde empezamos?
Me alejo de él cuando sus manos están a punto de llegar a mis pechos.
Cierro mis ojos, cuento hasta tres y me digo que esto es lo correcto por hacer.
— ¿Tienes vino? — Le pregunto, mirándolo mientras desabrocho algunos botones de mi camiseta, revelando un poco de mi sujetador de encaje —. Hace calor y quiero brindar.
— ¿Brindar? — Él mira desvergonzadamente mis pechos, sin una pizca de disimulo.
— Claro — trato de que mi voz salga calmada cuando en realidad mi corazón está latiendo con extremada fuerza y velocidad —. Tenemos que brindar por lo que haremos, ¿o no te parece una ocasión importante?
— Sí, claro —sacude la cabeza —. Lo lamento. Ve por las copas en la cocina, yo iré al despacho de mi padre a sacarle un vino.
Asiento y Hunter me da una mirada lasciva antes de salir en busca del dichoso vino. Voy rápidamente a la cocina y saco dos copas. Asegurándome de que él no me vea, mantengo la pequeña pastilla en mi mano para introducirla en la primera oportunidad que encuentre. Me sobresalto un poco cuando él llega con el vino ya abierto, una sonrisa en sus labios mientras se dirige a mí. Con cuidado, vierte el vino en las copas y cuando se gira para dejarlo sobre la encimera, introduzco la pastilla.
— Bridemos porque... — le entrego la copa, sonriendo —. Hoy tendré sexo con mi novio... al cual amo.
La sonrisa de Hunter desaparece poco a poco, sus ojos llenándose de pánico. Me habría reído si no tuviera tanto miedo como el que tengo ahora.
— ¿Al cual amas? — Lleva la copa a sus labios y toma el vino a grandes y rápidos tragos —. ¿Amar como amor? ¿Amor de amar?
Alzo mi ceja.
— ¿Existe otro amor? — No me responde nada. Dejo la copa a un lado, tomo la suya ya vacía y la dejo junto a la mía —. ¿Es que acaso tú no me amas? — Llevo mis manos a su pecho, acariciándolo suavemente.
— Yo... Sí, Abbi, claro que sí.
Jodido mentiroso.
— Perfecto — me pongo en las puntas de mis pies y doy un suave beso en sus labios —. Me amas y yo te amo. ¿Qué más podemos pedir?
— Mjumm... — sus manos bajan a mi trasero, tocándome de forma desagradable mientras sus labios se posan en mi cuello —. ¿Qué más podemos pedir?
Sin darme tiempo a procesarlo, sus manos quitan mi camiseta, dejándome en sujetador.
Hielo recorre mi cuerpo y, por instinto, doy un paso atrás.
— Deberíamos ir más despacio — le sugiero, mis manos temblando ligeramente.
— Despacio — asiente, pero sus ojos no se apartan de mis pechos.
Mi miedo y asco aumentan cuando él me atrae a su cuerpo, sus manos de nuevo en mi trasero y su boca cae en la mía. Me besa con brusquedad, sin cuidado. Sus dientes raspándome sin importarle en lo más mínimo que me duela y ruego interiormente que la pastilla haga efecto, porque su mano está llegando a mis pechos.
Mis ojos se llenan de lágrimas cuando sus labios llegan a mi escote, sus manos tocándome, marcándome con brusquedad, dejando el rastro de su toque de forma dolorosa en mi alma.
— Hunter... — trato de alejarlo cuando sus manos amasan mis pechos, pero él no se aleja.
Por favor, Dios, por favor, que se duerma.
— No sabes cuántas ganas tengo de cogerte, Abbi — puedo sentir la bilis subiendo por mi garganta debido a sus palabras —. Eres malditamente caliente.
— No — detengo sus manos cuando están a punto de desabrochar mi sujetador.
— ¿Qué pasa?
Alejo mis lágrimas y, armándome de valor, le regalo una sonrisa mientras mis manos intentan quitar su camiseta.
— Déjame tocarte.
Cuando su torso queda desnudo frente a mí, paso mis manos por él mientras mis labios besan su cuello. Incluso me atrevo a dejarle un chupetón, tratando de entretenerlo. Sus gemidos chocan en la piel de mi hombro mientras sus manos siguen divagando por todo mi cuerpo.
Por favor, por favor, duérmete.
Cuando sus manos empiezan a perder fuerza sobre mi cuerpo, agradezco al cielo.
— Me siento... — susurra, su voz adormilada —. De repente tengo mucho sueño, ¿tú no?
No le respondo, continúo besando su cuello hasta que siento su peso muerto contra mí. Lo dejo en el suelo, mi pie sacudiéndolo un poco para asegurarme de que está realmente dormido. Lo está, pero mi corazón aún continúa acelerado en mi pecho, sabiendo del peligro al que me estoy acercando.
¿Dónde diablos está su cámara?
Voy a su habitación y busco entre sus cajones, pero todo lo que encuentro son papeles y revistas porno. Abro su closet, pero de nuevo no encuentro nada. Ropa, ropa y más ropa. Busco en el maldito baño y tampoco hay nada.
Piensa, Abbi, piensa.
¿En dónde podría dejar un idiota como Hunter su cámara?
Busco en todas las malditas habitaciones. Los minutos se sienten como segundos mientras no encuentro nada. La desesperación se empieza a apoderar de mí. Las lágrimas caen por mi rostro cuando sigo sin encontrar nada.
Va a despertarse.
Él va a despertarse y yo aún no tengo nada.
Gruño, llena de frustración.
Sostengo mi cabeza con fuerza, tratando de iluminar mi mente, pero ninguna idea llega a mí.
¡Maldita cámara y maldita Bárbara por ser tan estúpida!
Hago un repaso mental de los lugares de la casa en donde puede estar la cámara. Las habitaciones y baños están descartadas, así que me apresuro a ir a la sala de estar. Bajo al primer piso, mis manos buscando con velocidad por todo el lugar, tratando de dejar a un lado la desesperación y el miedo que me invaden.
Nada, tampoco hay nada.
El despacho de su padre.
Ahí tiene que estar porque no hay otro lugar que se me pueda ocurrir.
Busco entre los libros, pero no hay nada, así que evidentemente tiene que estar en el escritorio. Abro todos los cajones y grito de alegría cuando la veo. Ahí está, la jodida cámara. La enciendo, busco en ella y lo encuentro, el maldito video de él follando con Bárbara en este mismo escritorio.
Saco mi teléfono y le envío a Luke un mensaje.
A: La tengo, ya salgo.
Guardo mi teléfono en el bolsillo de mi short de seda y cuando estoy a punto de eliminar el video, escucho su voz.
Mierda.
— ¿Qué demonios estás haciendo con esa cámara? — Hunter gruñe —. Deja eso en su lugar o te lo juro que te arrepentirás, Abbigail.
— No.
— ¿No? — Aprieto la cámara con más fuerza cuando él da un paso hacia mí —. Deja la cámara quieta y te prometo que te dejo ir.
— ¿Cómo eres capaz de hacer esto? ¿Sabes que Bárbara de verdad te quiere, Hunter?
Él rueda los ojos.
— ¿Y a mí qué me importa lo que esa idiota sienta por mí? Suelta la cámara, Abbigail — niego y su rostro se llena de una furia aterrorizante —. ¡No entiendo a ti qué diablos te importa! Bárbara y tú se odian. Al final, que muestre ese video frente a la clase debe hacerte feliz, es una humillación perfecta para ella, ¿no lo crees? Además, ganaré muchísimo dinero gracias a esa pequeña puta.
— No me compares contigo porque yo nunca haría algo así.
Él se ríe, su cabeza cayendo hacia atrás mientras fuertes carcajadas dejan su boca.
— No me vengas con esos cuentos, Abbi. Tú no eres buena, eres una maldita perra odiada en todo el instituto. ¿Sabes por qué se acercan a ti? Por interés, por el dinero de tu padre, por tu fama. Pero al final, tú no le importas a nadie.
— Tus palabras no me afectan — miento —. Y no me importa lo que pienses de mí, pero a Bárbara no la vas a humillar de esta forma, no te lo voy a permitir.
Y elimino el video.
— ¡No! — Sus manos me quitan la cámara, maldiciones saliendo de sus labios y después lanza el aparato contra la pared, destrozándolo en un sonido que me hace brincar y estremecer con fuerza —. Maldita perra, ese era el único video que tenía.
— Perfecto — me trago mi grito de dolor cuando sus manos llegan a mi cabello y me lanza con fuerza contra el piso. Un dolor agonizante en mi costado me hace apretar los dientes con fuerza, el impacto de mi cuerpo contra el suelo me deja desubicada —. ¡No! — Fuego doloroso recorre mi costado derecho cuando su pie impacta fuertemente contra mis costillas, el dolor quemándome por dentro.
— ¡No te metas en lo que malditamente no te importa! — Otro golpe —. Te vas a arrepentir de esto, Abbigail — y un golpe más.
Me hago bola contra el piso, tratando de aliviar el dolor, pero sus golpes no se detienen mientras continúa pateándome en mi torso con fuerza.
Duele, duele mucho.
— Detente — sollozo, el dolor haciéndose demasiado fuerte.
No sé cuánto tiempo pasa, sólo soy consciente del fuerte dolor en mis costillas y vientre. Es agonizante, siento que en cualquier momento perderé la conciencia y aunque trato de gritar, se me es imposible.
Por Bárbara, me repito una y otra vez en la cabeza, esto lo hago por Bárbara.
Después de unos segundos de agonizante silencio, siento que me sacuden con suavidad por los hombros, un olor familiar llenando mis pulmones.
— ¡Abbi! ¡Abbi! ¡Mírame! ¡Soy yo! — Abro los ojos y una sensación imposible de describir invade mi cuerpo cuando me encuentro con la seguridad de su mirada.
Luke.
Miro a mi alrededor, encontrándome con Hunter tirado en el piso, vidrios de lo que parece ser un florero están tirados a su alrededor.
— ¿Qué pasó? — Mi voz suena estrangulada, el dolor punzante en mis costillas haciéndome difícil la tarea de hablar.
— Me enviaste ese mensaje y no salías, me preocupé — sus ojos miran con dolor mi torso aún desnudo —. Sé que me dijiste que no entrara, pero no salías, Abbi. Así que entré por el jardín y lo golpeé con lo primero que vi.
— Gracias — susurro antes de lanzarme a llorar en sus brazos.
[...]
— ¿Seguro estarás bien, Darling? — Luke estaciona el auto frente a mi casa —. ¿No le dirás nada a tu padre?
— No, no — toco mi costado, tratando de suavizar el dolor que quema como mil lengüetazos de fuego —. Si mi padre se entera, se armará un lío y no quiero que Bárbara lo sepa.
— Pero Hunter intentará...
— Después sabremos qué hacer con él — miro hacia mi casa, sorprendida de que todas las luces estén apagadas —. ¿Seguro quieres recoger mi auto de la casa de Hunter? No tienes que hacerlo, yo...
— Lo recogeré — me interrumpe —. Un taxi debe estar a punto de llegar para llevarme de vuelta a su casa. Te prometo que seré cuidadoso. Estaré pronto en tu habitación.
— Gracias, Luke, por... todo.
— Eres la única persona que tengo, Darling, y te amo.
Le sonrío a medias, el dolor escociéndome con fuerza.
— Te espero en mi habitación — le digo antes de bajarme con cuidado del auto para ir a casa.
Todo está oscuro y al parecer no hay nadie. Lo agradezco mentalmente porque no quiero que nadie me vea así. Y aunque Hunter me golpeó sólo en el torso, lugar que es escondido por mi camiseta y la chaqueta de Luke, estoy segura de que mi rostro es un desastre lleno de las manchas del maquillaje debido a mis lágrimas.
Casi tropiezo con mis propios pies cuando la voz de Ethan llega a mis oídos.
— Lo sabía — su voz cargada de fría furia me produce escalofríos. Me sostengo de la baranda de las escaleras para sostenerme un poco, sin atreverme a mirarlo —. Sabía que usted estaba bien, que esto sólo era uno de sus estúpidos juegos para seguramente escaparse a otra fiesta.
— Ahora no, Ethan — sólo necesito llegar a mi cama, tomar algo para el dolor y olvidar todo lo que ha pasado.
No lo necesito a él y a su frialdad.
Definitivamente no.
— Me durmió y de alguna manera se las ingenió para que fuera Katia quien me diera la bebida. Usted no es más que una mocosa inmadura, Abbigail. Mi trabajo y el de Katia no son un juego. Necesitamos el dinero y casi nos despiden por su culpa — me sostengo con más fuerza, el dolor haciéndose casi insoportable —. Su padre y abuela se fueron a la policía para tratar de encontrarla — se ríe, como si encontrara ese hecho un chiste.
Le ignoro, pero cuando estoy a punto de subir el primer escalón, su mano me detiene, envolviendo fuertemente mi brazo.
— Suélteme — mascullo entre dientes, sin atreverme a voltear y mirarlo.
— ¿Es consciente de lo que hizo?
— Sí, pero no me importa, así que déjeme en paz — trato de alejar mis lágrimas para evitar que me vea llorar, para evitar que me vea débil, porque el dolor físico y mental me están superando —. Ethan, suélteme — susurro bajito.
— No. Si nadie es capaz de decirle sus verdades en la cara, pues entonces yo sí lo haré.
Casi me río porque, realmente, ¿qué tanto él me conoce para decirme mis verdades? Él no sabe nada de mí. Al menos, no más de lo que yo misma quiero que crea.
— Ahora no, suélteme — trato de zafarme de su agarre, pero su fuerza es mayor a la mía. Aun así, me niego a mirarle porque no quiero encontrarme con esa mirada llena de odio que, incomprensiblemente, siempre tiene para mí.
— Por su culpa, una inmadura y egoísta niña que no piensa más que en ella misma, Katia y yo estuvimos a punto de perder nuestro empleo. ¿Es consciente de eso?
— Le repito que no me importa — llevo aire con cuidado a mis pulmones, evitando sollozar del dolor que siento —. Suélteme, Ethan.
Él se ríe con amargura, el sonido poniendo mi piel de gallina.
Mi vista se vuelve un poco borrosa y puedo sentir que dentro de poco me desvaneceré.
— Pero por supuesto que no le importa. A usted le vale una mierda si por su culpa alguien pierde el empleo, le vale mierda lo que pase con los demás, excepto con usted misma.
— ¡Deténgase!
— Una egoísta, eso es lo que usted es. Una persona egoísta que merece sufrir un poco en su maldita vida para que entienda que todos no lo tenemos tan fácil como usted lo tiene. A algunas personas nos toca trabajar para ganar dinero, no nos lo da nuestro querido y multimillonario papi con sólo tronar los dedos. Algunas personas nos esforzamos por lo que queremos, ¿sabe usted lo que es el esfuerzo? ¿Sabe lo que es luchar por lo que se quiere? — Puedo sentir las lágrimas rodando por mis mejillas, porque él no tiene idea de lo que está hablando. Él no tiene derecho a juzgarme porque simplemente no me conoce, no sabe por todo lo que he pasado, lo rota que estoy por dentro —. De eso se trata la vida, ¿sabe? De luchar por lo que se quiere. ¿Pero qué va a saber usted de eso? Usted no sabe nada de la vida, Abbigail.
— ¡Déjeme en paz! — Me giro a mirarlo, cansada de escucharlo.
— Oh, pero mira — sus ojos siguen el camino de mis lágrimas, como si estuviera fascinado de verme llorar —. Pero si la princesita sí llora. ¿Por qué llora? ¿Por orgullo? ¿Le jode que le digan la verdad en la cara?
— Deténg...
— Al final, usted sólo me da lástima porque lleva una vida vacía, rodeada de personas que realmente no se interesan en lo más mínimo por usted.
Cierro fuertemente los ojos por un segundo, consciente de que, si me quedo a escucharlo, me voy a romper.
— No estoy dispuesta a seguir escuchándolo — limpio con el dorso de mi mano las lágrimas, tratando de evitar darle el placer de verme así, porque no lloro por sus palabras. El dolor en mis costillas, me digo que es por eso. Es por la golpiza que Hunter me dio, no lloro por las palabras de este sujeto. No lloro por eso.
— Y los entiendo, ¿sabe? De verdad que usted es... un asco de persona, Abbigail. Nunca he conocido a nadie más humillante, egoísta, odiosa, caprichosa y egocéntrica que usted. No puedo imaginarme a alguien que quiera estar a su lado, no puedo imaginar que exista una sola persona que se preocupe sinceramente por usted. ¿Sabe por qué? Por su actitud de mierda que aleja a cualquier persona de su lado — eso es lo que quiero, me digo en la mente, eso es lo que buscaba —. Y porque no se lo merece, Abbigail, no merece que nadie se preocupe por usted porque sólo tiene mierda para dar.
Olvidaré todo lo que me dice, serán como palabras huecas, sin sentido, y mañana ya no las recordaré.
Ya no las recordaré.
Ya no las recordaré.
¿Entonces por qué siento que se están grabando en mi piel como un tatuaje?
— No es cierto — niego más para mí que para él, tratando de convencerme a mí misma —. Hay gente que se preocupa por mí.
De nuevo escucho su amarga risa e inconscientemente, cierro mis ojos, tratando de mitigar el sonido burlón que me hiere de una forma que no debería hacerlo.
— ¿Como quién, Abbigail? — Abro los ojos, encontrándome con los suyos. Odio, eso es lo único que él me da. Y entonces me pregunto, ¿qué diablos le he hecho? Porque no puedo recordar algo lo suficientemente malo para que me esté tratando de esta forma —. ¿Su abuela? ¿Sí? ¿Como su abuela?
Doy un paso hacia atrás, chocando con un escalón. Mis brazos van a mi vientre para tratar de aliviar mi dolor y para evitar caerme. Él sabe exactamente qué decir, qué temas tocar. Entonces me pregunto si él fue creado sólo para esto, para destruirme, porque siento que eso es lo que hace. Está destruyendo los pedazos de confianza que todos estos años he tratado de recoger, la fuerza que inútilmente he conseguido, porque aquí está un desconocido, llevándome de vuelta al inicio.
— Por favor, deténgase — y ya ni siquiera me importa estar suplicando, sólo quiero que pare.
— Respóndame. ¿Qué persona se preocupa por usted? ¿Su abuela? — Por favor, por favor, detente —. No hay que pasar mucho tiempo cerca de ustedes para darse cuenta de que ella no la quiere. Entonces viene la pregunta más importante, Abbigail. Si su abuela, alguien de su propia sangre, no se preocupa por usted, ¿cómo esperar que alguien más lo haga? ¿Cómo esperar que alguien la quiera si ni siquiera su propia familia lo hace? Imposible, simplemente es imposible, Abbigail.
La crueldad de sus palabras y el frío en su mirada me revuelven el estómago al mismo tiempo que un gran nudo se asienta en mi garganta, impidiéndome respirar. Mis manos van a mis labios, tratando de callar mis sollozos, porque todas sus palabras me las creo.
Una a una, me las creo.
Quiero alejarme de él, su mirada haciéndome daño y sus palabras golpeándome con fuerza, hiriéndome incluso más que los golpes de Hunter. Y es que sus palabras no son lo que más me duele, lo que más duele es que todo tiene sentido. Es estúpido esperar que alguien me quiera, que alguien se preocupe por mí. Si mi propia abuela me odia, ¿cómo esperar que alguien se interese un poco por mí? Yo soy la del problema. Y ya lo sabía, pero que él me lo esté recordando lo hace mucho más real que nunca.
No es posible que alguien me quiera.
Ella me lo ha repetido desde que soy una niña, ella me ha hecho ser consciente de lo poco que valgo y él... él me lo está afirmando.
Mi mente se llena de imágenes y palabras que colisionan con fuerza contra mi corazón, contra los pedazos que me quedan. El dolor en mi torso escociéndome por dentro y la respiración dificultándose hasta el punto de que se vuelve doloroso.
Lo último de lo que soy consciente antes de caer en oscuridad, es de su voz llamándome —: ¡Abbi!