Bajo del coche a paso lento y silencioso. Aunque trato de controlar mis manos temblorosas, no puedo. El rudo martilleo de mi corazón es insistente, haciéndome sentir como si estuviera a punto de entrar en una batalla, y tal vez lo estoy.
Me sorprendo de que esta vez Ethan me esté esperando en la puerta de la casa para entrar después de mí. Hasta el momento, es el primer signo de caballerosidad que ha demostrado, una cualidad que claramente él no posee.
Cuento hasta tres, suspiro y sonrío para que nadie note lo afectada que estoy.
Lo primero que veo al entrar son las enormes maletas justo al lado de las escaleras que llevan a las habitaciones, entonces la realidad me termina de golpear. Ella realmente está aquí.
— Gracias por traerla, Ethan — la voz de mi padre proviene de la cocina, pero no me giro a mirarlo porque sé que ella está a su lado.
— Te había dicho que lo mejor para Abbigail era que la internaras en un reformatorio, Marcus, pero no me has querido hacer caso — su voz venenosa llega a mis oídos y, de inmediato, mi piel se pone de gallina —. ¿Ya ves que eso es lo mejor? Estuve averiguando y en Italia hay un reformatorio para niñas rebeldes y sin rumbo como ella...
— Con todo respeto, señora Noellia — mi padre la corta —. Abbi es mi hija, yo decido qué hago con ella. Así que le agradecería que deje de insistir con eso, porque no lo haré.
Mi abuela suspira dramáticamente, mis manos haciéndose puños cuando siento su presencia detrás de mí.
— Mi hija lo habría hecho sin dudarlo, mira que Abbigail es...
— Jenna ya no está — la voz de mi padre se eleva un poco —. Y estoy seguro de que ella nunca habría hecho algo así. Abbi es mi hija y va a estar a mi lado, no en un reformatorio.
— Pero...
Mi padre vuelve a cortarla para hablarme con voz fuerte —: Abbi, tienes totalmente prohibidas las salidas por una semana.
— ¡No puedes hacerme eso! — Replico, girándome para mirarlo —. ¡No tienes ningún derecho a...
— Soy tu padre, Abbigail, no lo olvides. Tengo todo el derecho a hacerlo. Si no obedeces, no habrá ningún viaje con Luke.
Perfecto, ahora siempre va a manipularme con eso.
— ¡Deja de chantajearme con lo mismo! — Le grito furiosa, frustrada y exasperada.
— Es increíble que dejes que esa mocosa te hable así — por fin miro a mi abuela, su fría mirada cayendo en mí —: Mi niña Fancy nunca te ha hablado de esa forma tan irrespetuosa, Marcus. Deberías ser más duro con Abbigail para que aprenda un poco de modales y algún día logre ser algo parecida a su hermana.
Habla de mí como si no me tuviera justo en frente de ella, como si yo fuese invisible.
Muerdo mi labio, evitando decirle todo lo que quiere salir de mí en una explosión de palabras.
Lo mereces, me repito para controlarme.
— ¿Para dónde vas, Abbi? — La voz de mi padre me detiene cuando empiezo a subir las escaleras.
— Quiero dormir — miento.
Sólo quiero encerrarme en mi habitación para evitar seguir escuchando a mi abuela. Ya es humillante que me trate de esa manera, pero aún más humillante es que lo haga justo frente a Ethan, un completo desconocido.
— Saluda a tu abuela y después puedes marcharte.
Vuelvo a detener mi caminar, mi estómago revolviéndose ante su petición. Reprimo el grito que quiere salir de mis labios y, a paso lento, me acerco a la señora que se hace llamar mi abuela.
— Hola — es todo lo que me limito a decir.
Cuando estoy dispuesta a girarme, ella me detiene con su agarre sobre mi brazo. Casi maldigo al sentir el ardor en mi piel ya lastimada. Por instinto, mis ojos viajan a Ethan quien observa la situación con expresión inescrutable, atento a cada movimiento de todos, como un halcón observando sus presas.
— Dame un abrazo, niña — sus brazos me atraen a ella y puedo decir sin duda alguna que es el abrazo más falso que me han dado en toda mi vida —. Sigues con ese cabello, Abbigail — su voz enfadada —. Deberías teñírtelo de rubio como el de tu madre o mi niña Fancy. Ese n***o no te queda nada bien. Es más, deberías pedirle ayuda a esa amiga que tienes... Barbarita.
— Bárbara y Abbi ya no son amigas — mi padre le aclara —. Y Abbi está preciosa así. No tiene nada por cambiar.
— Eso lo dices porque eres su padre, cariño.
Suficiente.
Me giro, no dispuesta a seguirla escuchando.
— Hasta mañana — susurro antes de subir a paso rápido hacia mi habitación.
Cuando entro, me sobresalto al ver a alguien acostado en mi cama, pero me calmo inmediatamente cuando reconozco a mi nana.
— Nana... — susurro, mis ojos llenándose de lágrimas.
— Oh, preciosa — de inmediato me refugio en sus brazos mientras las lágrimas caen en la tela de su pijama —. Todo estará bien. No dejes que ella consiga lo que quiere. Sólo quiere verte mal, Abbi. No le des ese placer.
— No puedo — susurro con voz queda —. Me lo merezco y lo sabes.
Mi nana resopla, enojada por mis palabras. Al estar todo el día en casa, haciéndose cargo de la limpieza y comida, mi nana ha escuchado a lo largo de los años todo el maltrato verbal que recibo por parte de mi abuela. También sabe lo mucho que me afecta. Nana es mi consuelo e intenta ayudarme. Sólo que nadie puede hacerlo. Estoy jodida, lo he estado desde que nací.
— Esa es la cosa más estúpida que te he escuchado decir, Abbi — sus manos peinan con dulzura mi cabello —. Ellas no murieron por tu culpa y tienes que entenderlo.
— Pero sí es mi culpa — susurro, aferrándome con fuerza a ella, sintiendo cómo el ardor en mi pecho se intensifica, haciendo dolorosa la simple tarea de respirar —. Por eso me odia, por eso todos me tienen que odiar. Ella me lo dijo... soy una asesina, nana.
— No puedes seguir así, Abbi, reprimiendo todo lo que sientes y creando barreras para que nadie se te acerque. No es sano.
Al principio, tal vez sí eran barreras lo que creaba, pero ha pasado tanto tiempo desde que he actuado de esa forma que creo que me convertí en esa persona que fingía ser. Soy cruel, mimada e irrespetuosa. Daño a las personas que no me importan y que me hacen mal, y ni siquiera sé si estoy arrepentida por eso. ¿Y las personas que sí me importan? Me aseguraré de que nunca se enteren de ello.
— Estaré bien, nana — limpio mis lágrimas y la miro —. ¿Puedes dormir conmigo?
Ella asiente, sus dedos ayudando en mi tarea de limpiar mi húmedo rostro.
— Estarás bien, Abbi... es lo que mereces.
Pero ella está equivocada, porque no lo merezco.
[...]
El fin de semana se pasó rápidamente mientras evitaba con todo mi esfuerzo a Noellia. Teniendo en cuenta que mi padre estaba en casa, ella no intentó acercárseme con sus palabras hirientes y ponzoñosas. Además, estuvo feliz porque mi hermana Fancy vino a visitarla con su prometido Kyle, así que realmente no tuvo la oportunidad de fijarse en mí porque estuvo entretenida con su nieta favorita.
El lunes, de vuelta a clases, bajo a paso rápido las escaleras para ir al comedor en donde mi nana y Katia ya me tienen el desayuno preparado. Beso rápidamente la mejilla de nana y tomo una manzana de la canasta, evitando la comida.
— Nana, voy tarde, desayunaré algo en la escuela.
Antes de que ella pueda replicar, me apresuro a salir entre risas de la casa.
Buena suerte la mía cuando me topo con el perro guardián justo en la entrada. Un «buenos días» que suenan más a una maldición sale de sus labios. Le doy un simple asentimiento de cabeza que él ni siquiera observa porque ya me ha dado la espalda para ir hacia el coche, el imbécil.
Le ignoro todo lo que puedo de camino al instituto mientras tarareo en voz alta las canciones que suenan en el estéreo.
A mitad de camino mi teléfono vibra y, cuando veo que es Mason, contesto de inmediato.
— Hormiga, lo del shampoo de mi hermana, lo siento, pero lo he olvidado.
— ¡¿Qué?! Maldición, Mason, ¿qué tan difícil podía ser dejar el shampoo en su baño? Hasta un niño de ocho años lo habría podido hacer sin ningún inconveniente.
— Abbi, tengo una vida — resoplo, fastidiada por sus palabras —. Lo olvidé, no armes un escándalo por eso.
— Vete al infierno — cuelgo el teléfono con rabia.
Cuando llegamos al instituto, me bajo de inmediato del coche, pero la voz de Ethan me detiene.
— Abbigail — ¿Qué pasó con el «señorita Abbigail»? —. ¿A qué hora paso por usted?
— Se supone que ya lo debe saber, ese es su trabajo — le recuerdo mientras él me mira cabreado, lanzándome dagas por los ojos —. No le diré. Si va a hacer el trabajo, hágalo bien. No quiero incompetentes trabajando para mí.
Cierro de un portazo, dejándolo con la palabra en la boca y tan cabreado que es imposible que no sonría ante esa imagen.
Luke me espera en el lugar habitual, su rostro con una mueca de preocupación.
— ¿Qué sucede? — Le pregunto mientras acomodo el morral en mi hombro.
— Es Bárbara — me tenso inmediatamente cuando él la nombra —. Estaba en el baño y escuché a Hunter hablando con Jordán, decían algo acerca de un video.
¡No puedo creer que lo haya hecho!
— ¡Maldición!
Luke traga saliva antes de continuar —: Hunter la grabó mientras tenían relaciones sexuales. Va a mostrar el viernes el video frente a toda la clase.
— Maldita, estúpida y tonta Bárbara — suprimo el grito de frustración e impotencia que quiere salir de mis labios —: ¿Estás seguro, Luke?
— Sí, Darling. Todo era una apuesta y Hunter al fin lo consiguió.
Ese cretino de Hunter. Se lo advertí, le dije que no lo hiciera. Y lo peor es que ni siquiera sé quién es más imbécil, si ella o él. ¿No se supone que Bárbara debería odiarlo después de todo lo que ha pasado? Él la dejó por mí, me eligió por encima de ella. ¿Qué tan estúpida es esa rubia para aceptarlo de vuelta después de todo lo que sucedió? Al parecer, demasiado estúpida.
— Dime todo lo que escuchaste, Luke.
— Sólo eso, nada más.
— ¿No dijeron nada acerca del video? ¿No sabes en dónde está? — Insisto.
Luke cierra los ojos, tratando de recordar.
Por favor, por favor, recuerda.
— En su cámara. El video está en la cámara de Hunter.
— ¡¿Y la cámara dónde está?! — Le pregunto con histeria.
— ¡No lo sé, Abbi! Sólo escuché eso, nada más.
Cierro mis ojos, concentrándome, tratando de armar un plan, pero nada llega a mi cabeza.
— Vamos a clases, después te digo lo que haremos.
Luke asiente sin preguntarme por qué quiero ayudar a Bárbara. Supongo que él lo sabe, siempre lo ha sabido.
Las clases pasan como un borrón, mi cabeza en otro lado mientras trato de encontrar la forma de tener ese jodido video en mis manos. Hunter parece un chicle a mi lado y controlo mis ganas de vomitar cada vez que siento sus manos en mí, pero, por el momento, me conviene mantenerlo conmigo. Las peleas con Bárbara son iguales y muchas veces casi le digo lo estúpida que es por permitir que Hunter le haga eso, pero me controlo. Ella no necesita saberlo, ella no tiene porqué saberlo.
En clase de sociología, la última del día, saco mi teléfono y envío un mensaje a Luke.
A: ¿Puedes conseguirme pastillas para dormir?
Él se voltea en el asiento que está frente de mí, mirándome con confusión. Ruedo los ojos y él resopla, volviendo su atención a la profesora. Al poco tiempo, su respuesta me llega.
L: Sí, puedo. ¿Para cuándo y para cuántas personas?
Tecleo mi respuesta cuando la maestra no está mirando.
A: Para dos personas y las necesito para hoy, Luke. Máximo a las tres de la tarde.
L: Está bien, Darling. Yo te las consigo. ¿Qué más necesitas?
A: Que vayas a mi casa tan pronto las consigas, tengo un plan.
L: Está bien.
Me estiro un poco para patear suavemente la silla de Hunter que está diagonal a mí. Él se gira a mirarme. Señalo mi teléfono para que sepa que le voy a enviar un mensaje y entonces le escribo con dedos rápidos.
A: ¿Tienes algo por hacer esta tarde? No sé qué se apoderó de mí para encerrarte el viernes en la fiesta, así que me gustaría disculparme por mi mal comportamiento. Te tengo una sorpresa, te encantará. Me incluye a mi desnuda... en tu cama.
Su respuesta no se demora en llegar.
H: ¡Diablos, sí! Sabes que mis padres están de viaje, tenemos la casa para nosotros solos. Te espero cuando quieras.
A: En la tarde nos vemos, guapo.
[...]
Tan pronto Luke llega a mi casa esa tarde, lo llevo corriendo a mi habitación.
— Aquí están — me tiende en sus manos dos pastillas —. ¿Para quiénes son?
— ¿No es obvio? — Luke me sigue mirando, sin entender. Contengo mis ganas de rodarle los ojos —. Son para Hunter y el perro guardián — sus ojos se abren como platos por mis palabras —. Sólo dime cómo funcionan. Rápido, Luke, no hay tiempo.
— Se disuelven. Es sólo que las introduzcas en una bebida, eso es todo. Se supone que hacen efecto a los pocos minutos.
Asiento, leyendo en la letra minúscula detrás de su empaque las advertencias y precauciones.
Nada de qué preocuparse.
— Espérame aquí.
Bajo de dos en dos las escaleras y agradezco que mi abuela se haya ido al spa porque, con menos gente en casa, mucho mejor. Cuando entro en la cocina, me encuentro con Katia lavando algunos platos mientras mira muy entretenida por la ventana. Me acerco a paso de pluma para que no me note y observo qué es en lo que está tan entretenida.
Vaya. El perro guardián está en el jardín, lavando el coche sin camiseta. Y, por más cliché que pueda sonar, él se ve malditamente caliente. Me pregunto por su edad. Se ve mayor y ese ceño fruncido que siempre lleva, lo hace lucir incluso más duro y con más edad de la que probablemente tiene. ¿Treinta, tal vez treinta y dos años? No puede tener más.
Salgo de mi aturdimiento y toso audiblemente para que Katia me escuche. Ella brinca en su puesto y se gira inmediatamente a mirarme, luciendo un poco asustada. Katia es joven, diría que hasta bonita. Lleva siendo la empleada de servicio de casa desde hace algunos años. También es ahijada de mi nana, pero, aun así, nunca me he detenido a hablarle... hasta ahora.
— Señorita Abbi — mueve sus manos nerviosamente, su mirada asustadiza en mí —. Yo...
— ¿Te gusta? — Le pregunto, señalando distraídamente al perro guardián —. Él es guapo. Ustedes tal vez puedan... tener algo.
— ¿En serio lo cree? — Ella me mira, sus nervios desapareciendo y ahora me sonríe como si fuésemos grandes amigas —. No lo sé, él es tan serio y callado. He tratado de acercarme, pero no me presta atención. Nunca habla. Las únicas veces que lo he escuchado hablar es porque...
Madre mía, que alguien detenga su diarrea verbal por el bien de mis oídos.
— Tengo un plan — la interrumpo, sonriendo con fingida alegría. Saco la idea de algunas de las ridículas telenovelas que mi nana ve en las tardes —. ¿Y si le llevas algo de beber? Con este calor y él lavando el coche. Debe tener sed, ¿no crees? Además, es una manera sutil de que él sepa que estás interesada.
Katia me sonríe, emocionada.
— Es una gran idea — se acerca a la nevera, pero la detengo.
— Oh, no — sostengo la puerta de la nevera mientras la miro —. Déjame a mí buscar la bebida, mientras tanto tú ve y péinate un poco para que él te vea hermosa.
Katia ríe como una colegiala antes de salir corriendo hacia el baño del personal de casa, obedeciéndome.
Rápidamente busco en la nevera y ¡bingo! Hay un jarrón de zumo de naranja. Tomo un vaso de vidrio, lo lleno del refresco y le introduzco la pastilla que se disuelve casi al instante.
Que haga efecto rápido, por favor.
Cuando Katia llega, le entrego la bebida y ella me vuelve a agradecer antes de salir corriendo al encuentro con el perro guardián. Los observo por la ventana mientras interactúan. Katia le dice algunas cosas con una muy exagerada sonrisa. Ethan sólo la mira, seriedad en su rostro, pero puedo ver desde aquí que sus ojos se han suavizado un poco. A ella no la mira con la frialdad y odio que siempre tiene para mí. Katia le toca el brazo suavemente cuando él acepta la bebida y yo pego un brinquito de felicidad cuando el perro guardián se toma el refresco extremadamente rápido. Ella trata de seguir charlando, pero por los hombros tensionados del perro guardián, se ve que está incómodo. La sonrisa de Katia va desapareciendo poco a poco y, a los pocos segundos, se devuelve a la cocina con hombros caídos, un claro signo de derrota.
— No le intereso, es muy obvio — me dice cuando me ve esperándola.
— No te preocupes — finjo que me preocupo por ella —. Él se lo pierde.
Katia me sonríe, simpatía brillando en sus ojos.
Las personas pueden ser tan fáciles. Sólo es decirles lo que desean oír y eso es suficiente para tenerlos bajo tus pies.
— Gracias, señorita Abbi.
— Está bien, Katia — camino distraídamente por la cocina, mirando las frutas que están sobre el mesón —. ¿Y mi nana?
— Está haciendo algunas compras.
— Oh — finjo decepción.
— ¿Necesita algo, señorita Abbi?
Y son predecibles, la mayoría de las personas son demasiado predecibles.
— Mi abuela se estaba quejando porque su habitación estaba sucia, ¿puedes ir a limpiarla, por favor?
Ella frunce sus cejas, confundida.
— Pero yo misma me aseguré de limpiarla esta mañana.
Me acerco a ella y toco su hombro suavemente para que piense que estoy siendo agradable —. Ya sabes cómo es mi abuela. Creo que es mejor que vuelvas a limpiar, ¿no te parece?
Ella asiente y vuelve a agradecerme antes de salir corriendo con los utensilios de aseo hacia la habitación de mi abuela. Subo inmediatamente a mi recamara para encontrarme con Luke acostado en mi cama, tecleando algo en su teléfono.
— Vámonos — le digo, tomando mi bolso —. Tenemos que ir rápido al jardín. Ya le di la pastilla al perro guardián. Vamos antes de que se caiga y se golpee.
Bajamos rápido las escaleras para salir de la casa al jardín en donde Ethan continúa lavando el coche. Nos escondemos mientras esperamos algún síntoma de parte del perro guardián y, cuando él se apoya pesadamente contra el capó del coche, sé que es hora de intervenir.
— ¿Ethan, estás bien? — Le pregunto con fingida preocupación, acercándome.
— ¿Qué demonios me hiciste? — Me dice, tratando de mantener sus ojos abiertos, pero falla olímpicamente en el intento —. ¿Qué me diste Abbig...
Sus palabras mueren cuando cae hacia atrás, pero Luke lo sostiene para evitar que se golpee.
— ¿En dónde lo dejamos, Darling?
— Llevémoslo a su habitación — le digo, acercándome y ayudándole a cargarlo.
Mierda, el perro guardián es demasiado pesado.
A trompicones logramos llevarlo a su habitación. Mis ojos caen en sus duros músculos del pecho cuando lo acostamos en su cama. Sin pensarlo, mis dedos viajan a su piel, delineando las palabras de tinta negra que están tatuadas en donde se supone que está su corazón.
— El odio te hace fuerte — leo, mi piel erizándose por el oscuro significado que esas palabras pueden tener para él. Pero, a pesar de todo, estoy de acuerdo con su frase. El odio te hace fuerte y el amor te hace débil. Es real.
Luke aclara su garganta, sacándome de mis pensamientos sobre el perro guardián. Alejo mi mano de su piel y evito la mirada de mi mejor amigo mientras salimos de la habitación.
— ¿En qué auto vamos, Abbi?
— Yo iré en mi auto nuevo — sonrío porque por fin voy a poder utilizarlo —. Tú ve en el tuyo y estaciona lejos de la casa de Hunter para que no sepa que vas conmigo.
Cuando estoy a punto de subir en mi coche, Luke sostiene mi brazo, deteniéndome.
— ¿Abbi, eres consciente de que estarás a solas con ese sujeto? Es muy peligroso.
Un nudo se forma en mi garganta porque soy consciente de lo peligroso que es lo que voy a hacer, pero no hay otra opción.
— Si pasa algo, prometo enviarte un mensaje o llamarte, pero no vayas a entrar en la casa de Hunter a menos que te lo diga — le advierto. Esta es la única oportunidad que tenemos de conseguir el video. No hay más opciones y no lo podemos estropear.
— Abbi, cuídate — me advierte, su mano renuente a dejarme ir.
— Estaré bien — lo tranquilizo.
Estaré bien, las palabras retumban en mi cabeza.
¿De verdad lo estaré?