— ¿Para qué empeñaste esa cadena, Abbigail? Miro a Ethan sobre mi hombro mientras salimos de la joyería. — No te importa — muerdo mi labio, pensando en si es buena idea que él me lleve a la fundación —. Necesito ir a un lugar... sola. — Suerte con ello, muñeca — ruedo los ojos por su particular forma de llamarme —. Me pagan por ser tu sombra, ¿lo olvidas? — Mi padre no lo sabrá. — Ni de coña. — Ethan. — No, Abbigail. — Te pagaré — resopla como si mi propuesta le enfadara —. Ethan, necesito ir sola. — Y ya te dije que lamentablemente para ambos, no puedo separarme de ti. Así que no, iré contigo o no vas. — Ethan... — Mierda, yo lo intento, te lo juro que lo intento, pero infiernos, Abbigail, tú te ganas el premio mayor a la persona que más me toca las narices. Te he dicho que no.