Capítulo 1 -NUEVOS HORIZONTES

1147 Words
MAGDA Mi tía me da como el abrazo número mil en el aeropuerto de Maiquetia, no quiere llorar, pero sus ojos estan brillosos y parpadea varias veces para retener esas lágrimas que yo también quiero dejar ir,pero soy más fuerte que esto. Mi papá me enseño bien, todo lo puedo, todo lo soy. No puedo dejarme vencer. —Estaré bien, tía Elena. —Lo sé mi niña, es que estoy muy reacia a dejarte ir. Se que debes hacerlo, pero entiéndeme. —Lo sé, tía. Te llamaré al llegar ¿sí? —Esta bien muchacha, no botes el papel con la dirección de mi amiga, ella te ayudará en lo que sea. —Aquí lo tengo, tía. No te preocupes — le asegure. Estaba cagada de miedo, pero eso no me iba a detener de alejarme de este lugar, lo necesito. —Tu primer vuelo— me pregunta la azafata, cuando ya estoy sentada en mi lugar una vez mi tía me dejó abordar. —Eeh… Si, una novata. Creo que se nota mucho— estoy jugando con mis pulgares y tengo sudores fríos. —Solo un poco… Estos viajes pasan rápidos si ves una película. —Gracias, es usted muy amable. —¿Quieres algo de beber? —Tal vez un poco de agua. —Enseguida. La sonrisa tranquilizadora de la mujer me hizo tranquilizar un poco, eso y no ver por el exterior, baje la cortina de las ventanillas y me puse es cinturón. ¿Quién en su sano juicio quiere meterse en una caja de metal que se puede desploma en cualquier segundo? Luego de dos botellas de agua y un vaso de jugo de naranja la naturaleza hizo su trabajo y quise ir al baño, pero estaba ocupado, así que espere afuera. Escuche varios ruidos extraños y golpes, mis ojos se abren de par en par y me alejo unos pasos. Me movía de un lado a otro aguantando las ganas de hacer pis, cuando suena la puerta y se que ya voy a entrar, sale una chica menuda y pelirroja y un tipo parece la mole arreglando su pantalón, mis ojos se salen un poco más y miro al piso, la chica se pone colorada y el hombre sonríe socarrón. —Sí dices algo Alberto, te mató— lo señala desafiante. —Preciosa, no he dicho nada— me ve teniendo la decencia de parecer un poco culpable— estamos recién casados — se excusa. Afirme una vez y no dije nada ¿para qué? Tampoco es mi problema. Ellos regresan a su asiento y ahora si me encargo de mis necesidades que por poco las olvido. Me ha pasado. Horas después estoy en Madrid, con dieciocho años una maleta, sueños y una dirección escrita en un papel. En el aeropuerto agarro un taxi, un hombre bonachón y canoso de mirada amable y con mucha sabiduría en sus ojos oscuros. En el camino me pongo a pensar en mi tía Elena, tengo que llamarla en cuanto llegue, es la única que me tendió la mano cuando salí de Venezuela, mi bello país, ojala no hubiera tenido que huir. Todos me dieron la espalda, no tengo amigos, mi familia… Es mejor no pensar en eso, una terca lágrima se me escapa de mi ojo izquierdo y la limpio rápido, odio llorar es sentirse débil y ¡yo no lo soy! Poco antes de llegar, el taxista y yo cruzamos miradas por el retrovisor y me sonríe, como si ya supiera lo que me sucede, parece un hombre sabio y bueno. —Ya llegamos, damita— yo le devuelvo la sonrisa un poco forzada, le pagó y le doy las gracias por su ayuda. Me bajo en un conjunto de casas y edificios, busco el número que tengo anotado, que ya esta todo arrugado y sudado por mis manos nerviosas, me guardo el papel y busco el 1325 como lo anotó mi tía. Es un bonita casa con adoquines, es de ladrillos rojos y paredes color amarillo claro, toco el timbre y no tengo que esperar mucho cuando aparece tras la puerta una señora con lentes, un vestido floral, un moño de color n***o azabache apretado en la base de la nuca que le da severidad a su apariencia, pero, con una mirada sabia y dulce de color miel, que le brinda ternura a su rostro lleno de unas pocas de arrugas o como dice mi papá lleno de sabiduría y entendimiento. El corazón se me estruja al pensar en mí padre. —Hola, se supone que usted me iba a esperar, Señora Camila. Soy la sobrina de Elena— le hable a la carrera, por los nervios. La mirada se le iluminó con solo mencionar a la buenaza de mi tía. —Mi niña. Por supuesto, pasa, pasa no te quedes allí, ven conmigo— dice muy elocuente. Pase a una pequeña y linda casita de dos plantas, todo limpio y acomodado olía a limpiador y pinos. Había un pasillo que daba entrada a una sala con muebles de cuero marrón que han visto mejores años, una mesa de café de madera y vidrio muy mona y un televisor plasma, esto me sorprendió pues no parece de las personas que se entretiene mucho con programas de televisión, en una de las paredes de piso a techo hay una biblioteca con cientos de libros. Mis ojos no dejan de ver maravillada con tantos ejemplares de libros. Seguí caminando siguiendo a doña Camila a una cocina abierta, la veo moviéndose libremente en la cocina y se que lo ha hecho un millón de veces antes, me sirve una limonada y se sienta conmigo. Duramos unos minutos sin hablar, yo porque no tengo mucho que decir, ella por que está metida en sus pensamientos. Rompo el silencio para agradecerle su hospitalidad. —Gracias, por recibirme— digo nostálgica. Ella levanta la mirada de su vaso de limonada con rodajas de limón y hojitas de menta y me sonríe, su sonrisa es contagiosa y está vez sale sin esfuerzo y la imito. —No te preocupes pequeña…— y se me queda viendo esperando que le diga mi nombre y, me doy cuenta que nunca me presente. Yo bajo la mirada y la vuelvo a subir y trabó mis ojos verdes a la par que los suyos color miel —Me llamo Magdalena Alarcón Ruiz, pero mi familia me dice Magda— digo —No te preocupes Magda, aquí estarás bien, ven te mostraré tu cuarto para que descanses y te refresques, ya más luego bajas para que comas algo, que ya casi esta el almuerzo— se levanta y comienza a caminar. Yo obediente la sigo, para terminar de conocer lo que será mi casa temporal. Se que este cambio es para mejor. Ya no hay vuelta atrás. Ya no puedo volver. Él no puede encontrarme.
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