Capítulo 6: Una señal

1220 Words
Cuando recuperé el aliento y la confianza en mí misma, volví la mirada hacia él y arremetí con uno de mis típicos comentarios ácidos. Quería lograr que se alejara tal y como hacían todos los hombres que había conocido hasta entonces. Era tan triste… bastaba con mostrarles a una mujer independiente y segura para que se sintieran demasiado insignificantes como para brindarte su compañía. Aún no entendía cómo podían temerle tanto a una mujer que no dependiera emocionalmente de un hombre para sentirse completa consigo misma. Parecía que incluso eso los ofendía. La verdad del asunto, era que las experiencias pasadas me llevaron a ser más tosca que mis amigas al momento de responder románticamente frente a una propuesta masculina. Y en los últimos meses, sólo me había dedicado a descartar posibles parejas con el transcurso de una única cita. Pero aquella noche, los ojos de los hombres tenían un brillo diferente. O al menos, los de aquel joven frente a mí lo eran. De un metro noventa de altura, con unos ojos verdes oscuro que lograban una intensidad en su mirada de tal magnitud que no podías escapar de sus encantos innatos. De un físico esbelto con el que fácilmente podías identificar la definición de la palabra adonis. Mi corazón estalló como si de un fuego artificial se tratara, tenerlo frente a mí era la sensación más agradable que pudiera sentir. El que se acercara a hablar derritió mis instintos más oscos de preservación. ¿Cómo evitar que mi corazón se fuera desbocado en otro amor? Era un caso perdido, estaba perdidamente enamorada de él… lo más ridículo era que para lograrlo, no habíamos intercambiado más que un par de palabras… Aun así, muy en el fondo sabía que había perdido esa batalla. Mi mente lo intentó pero obviamente, mi corazón supo imponerse en esa ocasión. — Más te vale, soy todo un partido. Aunque la verdad, no creo que dures ni un round. — le respondí tan pronto como fui capaz de articular palabras. Como respuesta simplemente sonrió frente a mi desafío e internamente me desarmó por completo, metafóricamente hablando, me tenía en la palma de su mano. ¿Cómo podía un ser humano tener tanto poder sobre alguien? Era la perfección en persona y tenía su atención al cien por ciento. No podía pedir más nada por esa noche… ¿O si podía? Mis amigas cayeron bajo el encanto generado por esa sonrisa y suspiraron a la vez maravilladas por tan tremendo regalo caído desde los mismísimos cielos. — ¿Sabes qué me haría muy feliz en este momento? — preguntó con la voz simulando ser un susurro aunque obviamente era totalmente audible para todas. — ¿La verdad? No sé si me importa. — contesté a modo de chiste y verdad. Recibí un pellizco bien disimulado por parte de Lara, no podía creer que me comportara de ése modo… ni ella ni yo, obviamente. Él era perfecto, mi complemento. Ése viaje astral debió de ser una señal. Quizás estábamos atados a un destino. De vuelta la sonrisa, esta vez, la mirada parecía aún más brillante dejándonos ciegas a mis amigas y a mí con su maravillosa existencia. Mientras mis amigas se derretían detrás de mí a la misma velocidad que yo, algo dentro de mí nacía. Una necesidad prehistórica y a la vez igual de apremiante. Estaba palpitando mi humanidad, más allá de mi corazón desbocado, podía sentir un llamado desde mis carnes más íntimas exigiendo atención urgente. — Me encantaría que me contaras cómo te llamas. — quiso saber. — Astrid. — bufé mi nombre como pude. Estaba ruborizada, tenía la impresión de que podía leerme y percibir mi incomodidad conmigo misma. Sentía que internamente me estaba ganando una urgencia física por sobre la consistencia de mi razonamiento lógico. — Astrid…— dijo en un soplo renovador que terminó por atravesar mi corazón con la flecha más grande que cupido hubiera podido escoger. Al escuchar el coro de fondo, no tuve más remedio que volver la vista hacia atrás sólo para encontrarme con un trío de adolescentes en cuyos ojos sobresalían corazones por doquier. Al parecer no había sido la única cautivada por los encantos de aquel adonis. Para suerte mía, aquel muchacho no parecía importarle que tenía un público más amplio del que creía. Descubrí que había varias espectadoras entorno a nosotros, algunas de ellas me clavaban los ojos irradiando celos por ser quien mantenía privatizada la mirada del caballero de mirada penetrante. — Astrid, por favor, permíteme traerte un trago más refrescante. — me ofreció su mano para acompañarlo nuevamente a la barra. Dudé pero poco me duró el instante de vacilación porque mis amigas me empujaban con sutileza a mis espaldas, apoyando la noción de dejarnos a solas. Avancé estirando mi mano para alcanzar la suya y después de aquel contacto, lo único que recordaba era mi cuerpo retorciéndose entre sábanas de seda y compartiendo un momento con el resto del universo que jamás creí que fuera capaz de vivir. La experiencia más abrumadoramente placentera de toda mi existencia. Los espasmos de una noche gratificante todavía hacían eco en mi femineidad pero la magia retomó sin previo aviso en la mañana, a plena luz del día. Fueron horas y horas haciendo una y otra vez el acto del amor, fundiéndonos en la piel del otro a tal punto de no reconocer un solo espacio lejos uno del otro. El juego de ir y volver lo hacía tan emocionante, parecía no saciarse jamás y lo que era aún mejor, yo tampoco cedía ni un ápice. No hubo pose que no experimentáramos hasta que el cuerpo dijo basta y tuvimos que detenernos para reponer energía con algo de comida. Cuando finalmente estuvimos tendidos en la cama totalmente exhaustos, después de un fin de semana extremadamente acaramelado, terminamos por aceptar el hecho de que al día siguiente debíamos volver al mundo real y a su rutina habitual. Me acompañó hasta la puerta de mi departamento, fuimos en su coche deportivo que aún tenía olor a nuevo. Se bajó primero y me abrió la puerta con una caballerosidad impecable, haciéndome sentir la mujer más afortunada del planeta. Nos besamos con pasión en la puerta de mi casa, con un fuego que solo los dioses del olimpo han sido capaces de contemplar en su magnífica existencia. Una despedida que se traducía por ambas partes en un “Hasta pronto”… y no en un “Hasta nunca” como terminó resultando... — El llamará… estoy segura. Lo que pasamos juntos fue increíble… va a llamarme, estoy segura. — pensé en aquellos días. — Va a llamarme, tuvimos un chispazo desde el principio. Todo, hasta el más mínimo detalle, fue excelente. Se pondrá en contacto pronto, estoy seguro. — pensó él también en aquellos días. Y así ése par de tortolos entraron en una profunda depresión, porque obviamente ninguno de los dos llamó se llamó. Con cada hora y cada día que empezaba a transcurrir desde aquel fin de semana de pasión, cada uno por separado fue creyendo con más convicción que lo que pasó entre los dos no había sido más que una experiencia desastrosa para el otro… fuimos perdiendo poco a poco los estribos al punto que el amor se terminó convirtiendo en odio puro…
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD