TRES Caitlin corrió. Los bravucones estaban de vuelta y la perseguían por el callejón. No tenía salida; estaba frente a un muro inmenso pero continuó avanzando, directo hacia él. Conforme corría, incrementaba la velocidad hasta un punto imposible, y pudo ver cómo pasaban los edificios a un lado como manchas. Sintió cómo el viento se deslizaba por entre su cabello. Cuando estuvo más cerca, saltó, y, con un solo impulso, llegó hasta la cima del muro, a diez metros de altura. Con otro salto voló en el aire de nuevo, diez metros, seis, y aterrizó sobre el concreto sin perder el paso; seguía corriendo, corriendo. Se sentía poderosa, invencible. La velocidad se incrementó aún más y sintió que podía volar. Miró hacia abajo y vio frente a sus ojos cómo el concreto se tornaba en césped, un largo