Silvana tenía el estómago revuelto y seguía con ganas de vomitar, se recostó en la cama y el dolor aumentó, cambió de posición y acomodó las almohadas para soportarlo. El príncipe Jonás no la amaba, solo le seguía el juego para ver qué tan lejos llegaba y la emperatriz podía sustituirla por otro peón en cualquier momento – todos son iguales. La familia imperial gobernaba por derecho divino, dios, quien era dueño de las almas seleccionaba sus destinos, era él quien enviaba al vientre de la emperatriz al futuro gobernante y sus decisiones no podían ser cuestionadas, pero viéndose rodeada de serpientes, Silvana tuvo un pensamiento hereje, consideró, que tal vez, dios realmente no sabía hacia dónde iban las almas y las enviaba al azar. Sí alguien escuchara ese pensamiento, la condenarían.