La santa Agustina, madre del emperador, era una mujer mayor, con el cabello canoso, la vista cansada y un agudo dolor en las rodillas que los médicos curaban con pastas de hierba, no funcionaban y la dejaban con un olor desagradable. En los días en que no sentía dolor iba a la iglesia, como ocurrió esa mañana en que dejó el palacio junto a su nieta, la princesa Evelyn – esa niña, Fátima – mencionó a la señora Stephen – me mostró una noticia interesante, fuiste a la inauguración del hospital y atrajiste mucha atención. Evelyn miraba por la ventana del carruaje – acompañé a mamá, no hablé mucho, abuela, sabes que no me gustan los lugares muy concurridos, todas esas personas mirando, me pongo nerviosa. La señora Agustina suspiró – tampoco me gusta que te expongas, debes ser más precavida, ¿