Una noche con él.

2395 Words
Soy Rafaela, he amado a Charles Turner desde siempre, pero nunca pensé que mi sueño de estar entre sus brazos se haría realidad, menos, que luego de aquella noche sería aborrecida y odiada por toda la familia Turner. Mi vida dio un vuelco la noche en que me entregué a Charles. Al amanecer, reporteros ingresaron a la habitación del hotel donde nos estábamos quedando y captaron el momento en el que, el impresionante Chales Turner le era infiel a su prometida de toda la vida, la nieta del socio de su abuelo, con quién estaba a punto de casarse. Y la traicionaba nada más y nada menos que, conmigo, con la hija de una empleada de la mansión Turner. Eso, fue una bomba para todo el país. Pues Charles, era conocido como un hombre culto, provenía de una familia con principios y valores, quienes jamás en sus vidas habían estado envueltos en chismes. Yo no comprendía lo que sucedía, ¿cómo fue que llegaron los reporteros a este hotel? Estaba en shock, observando cómo Charles sacaba a cada uno de los reporteros, los cuales no dejaban de capturar ese momento. Tras cerrarse la puerta, Charles regresó a la habitación, detuvo sus pasos al posar su mirada en mí. No podía descifrar sus pensamientos, me parecía que, estaba arrepentido o impresionado de verme ahí. ¿Será que no se acuerda de nada? ¿Por qué no se acordaría? Es cierto que estaba borracho, incluso yo lo estaba, pero, los recuerdos de la noche anterior estaban tan presentes en mi cabeza. Sintiendo su mirada sobre mí, como si lo que había pasado anoche fuera un error. Es que seguro para él era un error, pues en su vida debió desear acostarse con la hija de una empleada. —¡Vístete! —dijo con frialdad. Y aquí terminaba el cuento de hadas, aquí se terminaba ese momento mágico en el que sus gemidos y susurros me hacían sentir deseada. Con un dolor en el pecho me levanté, coloqué mis prendas y abandoné la habitación. Antes de salir miré la mancha de sangre, la prueba de que había perdido mi virginidad con el hombre que siempre soñé, pero a él no le importó. Al salir a la calle todos me miraban, no entendía por qué razón, pero cuando vi un grupo de personas contemplando las grandes pantallas de las calles, comprendí lo que pasaba. Pasé gruesa saliva al ver mi imagen desnuda sobre esas pantallas, a Charles sacando los reporteros de la habitación. —¡Qué puta! —dijo una mujer y otras asintieron. Antes de que descubrieran que yo era esa mujer, detuve un taxi y me dirigí a casa. El taxista me miraba de una forma que me preocupaba. Decidí quedarme en la siguiente cuadra y continuar caminando. Mientras lo hacía pensaba en todo lo que se me venía. A estas alturas en esa casa ya debería saber lo que pasó. Mi madre estaría muy decepcionada de mí. Seguramente la estarían cuestionando, y conociendo esa familia, la deberían estar humillando. Aceleré el paso, para enfrentarme a mis propios problemas y que mi madre no pagara por lo que yo había hecho. Cuando estaba por llegar, vi el auto de Charles pasar, no se detuvo. ¿A qué se iba a detener? ¿A recoger la empleada que se acababa de coger? No era nadie importante en su vida, solo la mujer con la que pasó la noche por despecho. Al llegar a casa, una de las empleadas vino a mí y muy angustiada me dijo que esperaban por mí en el salón. Tragué gruesa saliva al imaginar lo que me iban a decir. Pero como nunca les huía a mis problemas, fui hasta ahí. La señora Victoria se levantó, se acercó a mí y me lanzó una cachetada que me tiró al mueble—. ¡Zorra! ¡desvergonzada! —cubrí mi rostro, con el cabello cubriendo parte de mi cara la miré con desprecio. —¿Qué hiciste Ela? —cuestionó mi madre. —¿Todavía preguntas que hizo la zorra de tu hija? Se metió con un hombre comprometido, con mi hijo, que está a punto de casarse. Esa mujer iba a seguirme golpeando, pero me paré detrás del mueble y dije—. No lo obligué, fue él quien me pidió que lo acompañara. —¿Estás diciendo que mi hijo te obligó a estar con él? —No —dije de inmediato—. Solo digo que él fue quien empezó a seducirme. Yo solo me dejé llevar. —¡Maldita trepadora! ¡recoge tus cosas y lárgate de mi casa porque tú nunca pertenecerás a la familia! —Señor, ¡por favor! —mi madre suplicó al señor Turner, pero este solo me miró con desprecio y masculló con enojo. —Ya has escuchado a mi nuera. Tu hija se largará de esta casa, tú puedes quedarte. ¿Por qué solo me cuestionaban a mí? ¿Por qué no lo cuestionaban a él? Fue él quien me invitó a esa playa, me emborrachó y llevó a ese hotel. ¿Dónde estaba Charles? ¿Por qué no impedía que toda su familia me insultara y tratara como una cualquiera? Había llegado a casa, pero no se atrevía a bajar, a dar la cara, decir que fue él quien quiso pasar la noche conmigo cuando acababa de pelear con su novia. Esa mañana, la familia Turner nos trató de la peor forma a mi madre y a mí. Nos echaron de la mansión jurándole a mi madre cerrarle las puertas en cualquier lugar donde fuera, ya que no quiso quedarse con ellos. Mi madre era muy apreciada, pero luego de lo que hice, ellos me echaron y ella no iba a dejarme sola, decidió abandonar esa mansión por mí. Antes de abandonar la mansión miré hacia lo alto. Ahí debía estar, como todo un cobarde, escondido sin dar la cara. ¿Por qué siempre la mujer era la juzgada? ¿Por qué ellos no eran cuestionados? Conseguir una pieza decente fue difícil, ya que todos nos rechazaban por ser la amante de Charles Turner. Me sentía culpable de arrastrar a mi madre a esta vida, siendo ella una mujer enferma. La diabetes la tenía mal, y pasar por momentos así le hacía daño. Logramos encontrar una pieza, en un barrio de clase muy baja, dónde los arrendatarios no le importaban lo que habíamos hecho, simplemente querían rentar sus piezas y generar dinero. Miré con asco el sitio, porque era un lugar muy diferente a lo que había estado acostumbrada. A pesar de ser la hija de la criada, desde pequeña estuve rodeada de los lujos de esa mansión, incluso la casa donde vivíamos con mi madre era muy lujosa, a pesar de ser pequeña. Pero aquí, parecía madriguera de ratas. ¿Así tendríamos que vivir de ahora en adelante? —Ela, son tus actos los que nos trajeron hasta aquí. No solo perdiste tu dignidad, te convertiste en la comidilla de todo el condado. —¿También vas a juzgarme? —El hombre propone y la mujer dispone. Te enseñé desde niña que la pureza de una mujer se debía entregar a quien sería tu esposo, pero mis consejos no escuchaste, ahora nos encontramos en esta situación. No sé cómo vayamos a salir de esto, porque te has atrevido a ofender a una de las familias más ricas del estado de Florida. Estoy muy decepcionada de ti —dijo llorando. Me senté en esa cama a llorar porque mi error me había cerrado las puertas a todo lo que quería. Ya no podría estudiar, seguir mis sueños, porque todos me mirarían con asco y repudio como si fuera la mujer más malvada del mundo. Buscar trabajo para ambos fue difícil, recibía constantes insultos, y es que me había metido con Charles Turner, a quien muchos amaban y adoraban. Una noche, caminaba por las calles, pensando en qué hacer con toda esta situación. Tropecé con unas chicas que salían de un bar. Al verme me miraron desde arriba hasta abajo, supuse que me reconocieron, no tardarían en insultarme, pues todos en esa ciudad lo hacían, incluso la que nos rentaba la casa. Aunque nos despreciaba, nos rentaba porque decía no tener inquilinos desde hace mucho y por ello nos soportaba. Las chicas con las que tropecé no me insultaron, solo se dedicaron a contemplar mi cuerpo lo que me llevó a pensar que eran lesbianas. —¿Quieres trabajar? Miré hacia el lugar donde salían, entonces negué. —No somos lo que piensas —dijo otra—. Solo estamos aquí divirtiéndonos. —Nuestro trabajo es el modelaje —señaló sus cuerpos—. Somos modelos, y tú tienes un cuerpo estupendo. —¿A qué agencia pertenecen? —cualquiera que fuera, seguro me cerrarían las puertas. —A ninguna —dijeron—. Somos independientes. Estaba en una situación en la que necesitaba si o si un trabajo, por lo que accedí a trabajar con ellas. No eran el tipo de modelo que se contrataba para desfiles de moda de alta gama, pero si para lucir prendas de pequeños empresarios que realizaban desfiles en las plazas o en los pueblos. Ellas hacían otro tipo de trabajos si algún cliente lo solicitaba, pero decían que era voluntad de nosotras aceptar. Aunque se ganaba más, nunca me fui con un viejo baboso, pues no estaba estudiando para ser una prostituta, estaba estudiando para ser una profesional. Debo reconocer que ahora que empecé con esto del modelaje me encantó. Me estaba gustando esto de desfilar. Iba a prepararme porque sabía que en un futuro la gente se olvidaría de la zorra que destruyó la relación de Charles Turner y su adorada novia, y cuando eso sucediera, me aventuraría a las agencias para explorar el mundo de la moda. Realizábamos desfiles tres veces a la semana, el siguiente desfile que realicé, fue en un centro nocturno. Habíamos sido contratadas para modelar piezas muy pequeñas. Antes de colocármelas las observé, y quise retirarme, pero mamá seguía sin encontrar trabajo, entonces lo que ganaba era lo único con lo que sustentaba la casa. —Siento que voy desnuda —reproché. —Estás preciosa —dijo mi jefa y me palmó un beso en la cabeza—. Recuerda que es el organizador quien elige los trajes y lugares, así que, nosotros solo debemos lucirlos. Suspiré profundo y procedí a formarme. En esta vez iría de primero. Salí dejando la vergüenza a un lado. Cuando iba por media pasarela lo vi. Estaba ahí, sentado en medio de todos, con sus ojos negros mirándome profundamente. Vi su mandíbula tensarse, por consiguiente, lo vi levantarse y caminar hacia mí, sacó su chaqueta y me cubrió con esta, me tomó en sus brazos y me bajó del escenario. Me quedé anonada ante su actuar, incluso observando sus facciones mientras me alejaba de ese lugar. Su fragancia me envolvía en un dilema que no me dejaba pensar con claridad. Cuando me dejó en el suelo, reaccioné. —¿Qué te pasa? —Ya no vivíamos en su casa, no era jefe de mi madre, no tenía por qué tratarlo con respeto. —¡Que te pasa a ti! —bufó con enojo—. ¡Qué es eso de prostituirte! Sus palabras me hirieron. Pero no me quedé callada. —¡No me estoy prostituyendo! Estoy trabajando, lo que hago es modelar bikinis. —Esas no son modelos, son prostitutas que trabajan por ese medio, terminando el desfile se van con los clientes. Y me dices que no es prostitución. —Solo es la que quiere hacerlo. —¿Y tú? ¿Lo has hecho? —cuestionó sosteniéndome del brazo. —Eso no te importa —quise salir, pero de un jalón me acercó a él. —Claro que me importa Ela, porque eres mía. Su respuesta me deja en trance, pues no pensé que respondería de esa forma—. Su-suya. —Mía, Ela —volvió a decir—. Fui tu primer hombre, y seré el último y único —dijo mientras tenía atrapado mi rostro con sus tibias manos. Seguido me besó suavemente, haciéndome perder la conciencia, pero no del todo. Recordé cómo me trató después de que pasamos la noche juntos, incluso lo que me hizo su familia, sobre todo, que él estuvo escondido en la habitación mientras su madre y los demás me trataban como una casa fortunas, arribista que iba detrás de su dinero. —No, no soy suya señor Turner. Usted me usó para satisfacer sus deseos carnales porque había discutido con su prometida. Y al día siguiente me trató como si yo hubiera sido la que se metió a su cama, sobre todo, no enfrentó sus actos cuando su familia… Volvió a besarme, intenté resistirme, no obstante, era imposible hacerlo. Sus labios era la droga de un adicto, la medicina del enfermo, el oxígeno de la tierra, imposible de rechazar, porque si lo hacía, la locura, arrepentimiento y desolación me esperaban. Dancé mis labios con los suyos, di paso a su lengua que invadía mi boca, incursionando cada parte de ella hasta dejarme sin aliento. Sentí sus manos rodar por mis nalgas, desde ahí me ajustó mientras me devoraba con primicia. Soltó sutilmente mis labios, respiraba pesadamente y manteniendo los ojos cerrados. —¡Los siento! —musitó sacándome del trance lívido en el que me encontraba—. Siento no haber estado ahí —intenté alejarme, porque ahora que estaba cuerda me daba cuenta de la estupidez que cometí al besarlo, no obstante, me seguía sosteniendo—. No estaba en casa ese día. —Vi tú auto pasar. —Te juro que no estaba ahí. El coche quedó en la playa, mientras nos adentrábamos al primer hotel que encontramos —expresaba restregando su nariz en mí—. Te extrañé, Ela —¡Dios!, este hombre me dominaba solo con unas palabras. —¿Volvió a discutir con su novia? —inquirí casi que, desmayada. —¿En serio crees que voy a buscarte cada vez que discuta con ella? Mi labio inferior tembló. Charles trazó una línea sobre este, cerré los ojos, sintiéndome como en un cuento de hadas. —¿Qué quiere de mí? —susurré suave, sintiendo mi vientre en el aire.
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