01.

2783 Words
Ava. —Que conste que esto me pareció ridículo y estúpido—comento, dentro de mi coche, mientras la nieve cae lentamente sobre mi coche. —¿Por qué te hice caso? —Porque dentro tuyo sabes que existe la posibilidad de que Adam tenga a otra. Suelto un suspiro. ¿Estoy haciendo bien esto? Jamás he sido detective, pero sé que debería hacer otra cosa que simplemente quedarme dentro del coche a las afuera de las oficinas de mi empresa. —¿Debería entrar? —¿Estás loca? La idea es agarrarlo con las manos en la masa y si te ve, no vamos a saber nada. Tienes que quedarte ahí, esperar a que salga y seguirlo. Después de algunas conversaciones más con Janice, me cuelga porque tiene que atender su blog y no sé qué otras cosas más. Si bien me ayudó bastante pues vengo en su coche, ya que según ella, venir en el mío habría sido demasiado obvio. Estoy comenzando a sospechar que esta podría no ser su primera vez en esto de hacer de detectives, cuando veo que mi esposo sale del edificio. Estamos en pleno invierno, la ciudad de Nueva York es demasiado fría a esta altura del año, justo por eso en cada invierno, solíamos pedir comida a las oficinas cuando yo estaba ahí, sin embargo, veo que sale al horario de la comida. Se estira un poco en la entrada, lleva algunas carpetas consigo y de pronto, veo que sale una mujer a la que yo no conozco de nada. Claramente están juntos porque comienzan a caminar por la calle, charlando animadamente sin importarles un carajo la mierda de nieve que cae sobre ellos. Yo estoy muerta del frío y eso que tengo calefacción, pero parece no importarles para nada, solo caminan y a mí, me hierve la sangre. Rebusco entre las cosas que tiene Janice en el coche, el cual parece un departamento de soltero, y encuentro unas gafas de sol. Esto es suficiente para mí, me coloco mi gorro después de envolver todo mi cabello y finalmente salgo a la calle, persiguiéndolos a una distancia prudente. No veo entre ellos un acercamiento, ni siquiera puedo verle el rostro a la mujer que va a su lado. Veo que entran al restaurante donde solíamos ordenar nuestro almuerzo y toman posición en la misma mesa donde nos sentábamos cuando íbamos juntos. Aquello me cae mal. Digo, pueden decir que lo estoy imaginando o que incluso estoy siendo algo boba, pero ese pequeño acto, de disfrutar con otra persona, algo que solíamos hacer juntos, me destroza. Ordenan comida y paso pendiente de ellos, como una loca, para ver algún tipo de mirada, toques o acercamientos, pero no veo nada más que dos personas almorzando, revisando papeles. Al cabo de una hora, ambos se ponen de pie después de pagar y lo único que noto es que él le abre la puerta, nada más. Ni siquiera una sonrisa, lo cual me tranquiliza un poco. Cuando regreso al coche, lo primero que pienso es que he enloquecido. Finalmente le he probado a Adam que Janice es una mala influencia porque yo jamás habría tomado la decisión de venir a perseguirlo. Digo, esto no me lo enseñaron en las clases para señoritas y si la señora Higgins se entera, seguro y le da un infarto. Juego en mi móvil, releo algunas páginas de mi libro online, pienso en retirarme hacia la casa mientras las horas pasan y yo muero lentamente por toda la mierda que pasa por mi cabeza. De verdad, me he vuelto loca. ¿Cómo le explicaré a mi esposo que lo estuve persiguiendo todo el día para ver si hacía algo malo? Desde que llegué esta mañana, el pobre ni siquiera ha salido después del almuerzo porque seguramente tiene demasiado trabajo y sus problemas de actitud vienen acompañados de problemas laborales. Después de esto, tendrá todo el derecho del mundo a molestar conmigo. Cuando nos casamos, ambos prometimos tenernos confianza, y es así que pusimos nuestro dinero en una cuenta común, mientras que en otra separada, tenemos el dinero que nos pertenece por herencia, la cual sí tenemos en cuentas diferentes. El caso es que el dinero jamás fue un problema porque sin importar cuánto gaste, siempre lo reponemos y eso es confianza, dar con ojos cerrados algo tan importante como tu estado económico a otra persona. Di ese paso, el cual ni siquiera mi padre quería que diera. Peleé contra todos por ese punto, querían bienes mancomunados, pero Adam les aseguró que nuestro amor era para siempre, y yo le creí. Le creo. Nunca me ha demostrado lo contrario. Siempre correcto, con las palabras adecuadas y en el momento justo. Él... Adam es el cuento perfecto. —Me cansé, me largo de aquí—comento para mí misma, cuando veo que la mayoría de los empleados comienzan a salir para irse a sus hogares. Cuanto más pasan los minutos, pienso más en que debería estar de camino a casa porque sé que él debe de estar por salir, pero tarda demasiado, y por eso me quedo, incluso después de haber encendido el coche. —No quiero desconfiar de ti. Al cabo de veinte minutos del horario de la salida, decido llamarlo. Para él, estoy en casa y dado que el coche de Janice es blindado, el ruido de afuera no se siente para nada, así que me aviento. Pasan cinco tonos, una llamada pérdida, cinco tonos más y por fin responde. —Hola—dice a secas. —Estoy trabajando todavía. Trago grueso. —¿No vas a venir a casa hoy? Duda unos segundos. —No creo, tengo demasiado trabajo y de verdad necesito terminar. —Tienes un estudio en casa también—le recuerdo. —Ava, ¿Necesitas algo? Tengo que colgar. Suelto un suspiro. —¿A qué hora crees que llegarás? Me gustaría beber unas copas contigo. Hace tiempo que no pasamos una noche juntos—comento. —Pues no tengo tiempo. Quizás llegue pasada la medianoche así que no me esperes despierta. Adiós, Ava. No me da tiempo ni siquiera a preguntarle algo más cuando cuelga y por más que llame de nuevo, sé que no responderá. Miles de preguntas inundan mi mente. ¿Será que Janice tenía razón o solo tiene demasiado trabajo como dijo? De ser lo segundo, comprendería que no quisiera dormir, pero ¿Llegar a medianoche? Todos saben que en Nueva York es peligroso conducir de madrugada en pleno invierno. Las calles se cubren de hielo, hay neblina y es casi imposible transitar con tranquilidad cuando es tan crudo el clima como este año, pero a él parece no importarle y juro que a mí tampoco me habría importado, de no ser porque veo que su coche sale del edificio casi cinco minutos después de hablar conmigo. Con esa mujer al lado. Enciendo el coche marchando detrás de él. No quiero pensar en nada, de verdad que intento que mi mente quede en blanco el mayor tiempo posible y es que me fascinaría tener la respuesta para este comportamiento, saber que está fingiendo para darme una sorpresa, que está planeando dejarla en alguna estación de bus para que regrese a su casa, pero cuando toma el camino contrario a nuestro hogar, los malos pensamientos me abarcan y las lágrimas me nublan la visión. No quiero llorar. Apenas me detengo en un semáforo, me limpio el rostro para poder conducir mejor mientras los sigo a una distancia bastante corta, sin llegar a ser notoria. Ruego porque no vayan a un motel, aquello sí que no podría soportarlo dado nuestro último encuentro s****l la noche anterior, cuando llegó a despertarme para coger y luego dormirse sin siquiera haberme besado. No quiero, me niego a creerlo. Y justo cuando creo que voy a morir lentamente, él se detiene frente a un restaurante un poco modesto. Le abre la puerta, intento pasar el hecho de que le tome la mano, pero no puedo. No bajo del coche porque no es necesario ya que toman la mesa que da hacia el estacionamiento, donde tengo la visión perfecta de ambos. Entonces sucede, él le toma la mano. Entrelazan sus dedos mientras les sirven una botella de champaña y se nota que ambos tienen una relación bastante cercana. Puedo notarlo por la forma en que la mira, como solía hacerlo conmigo. Es en ese momento en que mi corazón necesita confirmar lo peor que de mis últimos años. Siendo masoquista de nacimiento, saco mi móvil marcando su número, siendo testigo de cómo rechaza la llamada apenas ve que se trata de mí y eso me quiebra, pero intento de nuevo. Ella rueda los ojos, tornándose serie y él le pide unos minutos, haciendo seña de que se mantenga en silencio. Eso me cabrea. ¿Cuántas veces habré llamado y ellos tuvieron la misma interacción? —Dime, Ava. Trago grueso. —¿Podrías regresar? —¿Qué sucede? ¿Estás enferma? Porque puedo llamar a Janice para que vaya a verte. —No quiero a Janice, quiero a mi esposo—digo con autoridad—¿Por qué no dejas el trabajo? Veo que rueda los ojos. —¿Y perder horas invaluables? No, gracias. Nos vemos mañana si no tienes nada más qué decir. Aprieto los dientes con fuerza. —Iré a llevarte comida. —No es necesario. Estoy por cenar. —¿Con quién? —Solo—hijo de puta—¿Algo más? ¿Quieres que envíe una fotografía? Veo que estás con tus delirios de nuevo. Está tan hastiado de mí, que le hace muecas para que ella sonría. —Ava, deja de molestar que no estoy haciendo nada raro, te lo prometo. Trago grueso. —¿Molesto? —Sí—admite con firmeza—Adiós, mañana hablaremos de tus histerias que tengo demasiado trabajo. Cuelga de nuevo, dejándome en ese coche sola, con frío, con un móvil en la mano y el corazón destrozado, para luego tomar asiento como si nada frente a ella, a quien coge de la mano de nuevo. Ambos sonríen, son felices con el dolor que me provocan, con la traición y eso lo sabe esa mujer. Quizás le habló de mí, quizás otros lo hicieron, pero sabe que es un hombre casado, y lo disfruta. Ser la amante para ella es lo mejor, se siente bien y lo noto. Es una... Y es aquí cuando obtengo la gota que rebalsa el vaso, al ver que un mesero le acerca un pastel con velas encendidas. Ella ríe emocionada, él la sorprendió. Saca su móvil para hacerle fotos mientras sopla las velas y los comensales le cantan el feliz cumpleaños, haciendo retumbar en mis oídos la verdad, que prefirió pasar el cumpleaños con su amante a su aniversario conmigo. Puta madre. No puedo más. No pienso contenerme y no por más que hubiera querido, la bola de fuego que toma mi corazón, me está quemando tanto por dentro que grito con todo lo que da dentro del coche, captando la atención de varios comensales de adentro, incluidos ellos, aunque no pueden verme por la oscuridad, por los vidrios tintados y por las gafas que traigo puestas. Solo saben que hay una loca gritando a todo pulmón en un coche. No quiero continuar siendo un hazmerreír y por eso arranco, yendo a toda velocidad hacia esa mierda de casa donde el imbécil llega después de coger con esta otra mujer, fingiendo que todavía siente algo por mí, tomándome cuando ella no quiere saber nada, y cogiendo conmigo mientras la tiene. Aquello despierta una arcada. ¿Cómo es posible que el amor acabe tan pronto? ¿En qué cabeza cabe que te comportes de esa manera con una mujer que te lo ha dado todo? Porque yo cumplí su capricho de casarnos, porque fue él quien lo propuso, para así tener a la puta empresa unida y dar una imagen más serie y comprometida para los empleados. Fue él quien quiso postergar el tener una familia al principio, porque decía que no era tiempo y me hizo creer que fue una decisión de los dos, cuando en realidad yo solo caí en su puto juego. Y fue su puta idea que dejara mi empleo, que me fuera de la empresa y quizás fue para poder continuar con ella sin ninguna intervención de mi parte, fingiendo que quería comenzar una familia así que ahora me encuentro en la puta lona, pensando que todo lo que me ha dicho desde que me retiré, fue una mentira. ¿Cómo se puede herir de esa forma y dormir tan tranquilo por las noches? Su mierda me lastima, sus palabras justas y secas, sus actitudes tajantes y sus noches durmiendo fuera de casa. Todas fueron señales las cuales ignoré por el simple hecho de amarlo como lo hago, de creer en él a ojos cerrados, pensando que todo era imaginación mía, que él jamás sería capaz de hacerme tanto daño y entonces lo encuentro una noche bebiendo y disfrutando con una mujer a la que no tuvo que mentirle y la enamoró, llevando la sortija de casado en la mano. La repulsión que siento no se compara al odio que tiene mi corazón guardado en estos momentos, buscando el tiempo perfecto para explotar. Juro que me siento como una bomba de tiempo, de esas que llevan cronómetro y todo porque cuando estaciono en frente de la mansión que compró para cuando “tengamos hijos”, pierdo por completo los estribos. Bajo de la camioneta. Siento que las piernas me flaquean, que tengo una llamarada ardiendo en el pecho que es lo que ahora mismo me está dando el poder de continuar. Abro la puerta, sin importarme a quién despierto, lanzo lo primero que encuentro contra la pared donde descansa una fotografía de nosotros en una navidad hace no sé cuánto tiempo. —¡Hijo de puta! —grito con fuerzas, sintiendo el ardor en mi garganta, el mismo que me asegura que pronto estallaré con más fuerzas. Tomo un jarrón, obsequio de boda, haciéndolo añicos en el suelo de la sala, disfrutando del crujido que hace al romperse en miles de pedazos. Es como si sintiera la necesidad de sacar mi frustración de esta forma, pues así me aseguro de no sufrir un maldito ACV. —¡Mentiroso, canalla, manipulador de mierda! —lanzo mi zapato contra el espejo de la entrada—¡Qué reunión ni qué ocho cuartos! Estoy ciega. Nada en mí funciona como debería porque ahora mismo soy un cuerpo lleno de todo: odio, rabia, vergüenza, dolor, irritación. Todo al mismo tiempo y de un solo tirón. Sentimientos encontrados, guardados durante semanas enteras, están saliendo a la luz y es por esto que no veo a Janice sino que mi mente la enfoca cuando me sacude por los hombros. Al ver su expresión alarmada, sé que algo va mal en mí, puesto que jamás la había visto tan asustada en toda mi vida. —¡Por Dios, mujer! ¿Qué pasa contigo? ¡Has destrozado toda esta planta! —Ese hijo... el maldito... —comprende a la perfección sin tantas palabras, pero igual tengo qué decirlo pues para mí, será más fácil admitirlo frente a ella que sola. Tomo aire, valor y la poca dignidad que me queda, cuando admito que el hombre al que casi he venerado, me valora lo suficiente como para poner una amante por encima de mí. —Tiene otra mujer. Hoy es su cumpleaños, él se quedó con ella y me mintió, Janice. Ese hombre... por Dios, ¿Qué haré ahora? ¿Qué sigue después de esto? Me acaricia los hombros. —Ahora nada, porque estás demasiado alterada. Tomarás algunas cosas, vendrás a casa conmigo para no cruzarlo cuando regrese. Nos inventaremos algo luego, pero por el momento, es lo que haremos—susurra, plantando su mirada en mí—Y mañana, revisarás todo aquello que te negabas a ver. Cuentas de banco, transacciones pasadas, vas a seguir sus huellas como un perro de caza, cariño. Adjuntaremos pruebas, podrás hacer lo que quieras con ellas, pero serás fuerte mañana. Hoy, ahora, llora todo lo que quieras, porque no quiero ver esta debilidad en ti de nuevo, no cuando se avecina una tormenta. Las lágrimas caen por mis mejillas. El dolor que siento es abrumador, pero más abrumador es no saber cómo demonios continuar mañana con esta vida donde estoy casada a un hijo de puta. —¿Y después de eso qué? Siento... joder, Janice, destrozó mi corazón, mi dignidad, mi vida... —Y por eso, tú vas a destrozar la suya.
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