Tenía las orejeras puestas mientras caminaba. Mañana Nanna tenía cita con el doctor y yo estaba algo angustiada. Como cada vez que teníamos cita y yo aún no tenía el dinero de su operación, solo iba a la mitad, desde que nos dijeron que había una posibilidad de que ella pudiera volver a caminar, arrojando luz a la joven vida de Nanna.
Mis pasos eran lentos y cansados, las personas pasaban a mi lado con mucha prisa, eran las siete de la noche y el coche estaba lejos. Se iba oscureciendo muy deprisa.
Alguien tocó mi hombro y yo no me detuve, pensando que solo era alguien que había chocado de todas las personas que habían en la acera ir de un lado a otro sin parar. La música cambió y comenzó a sonar Mirror de Justin Timberlake. Mi boca tarareaba la canción en voz baja y mis pasos comenzaron a tomar ritmo, sintiendo en mi piel cada letra que pasaba. Cerré mis ojos unos segundos y los abrí con prisa. Había mucha gente en la calle como para caminar con los ojos cerrados.
Volví a sentir ese toque en mi hombro y retiré una de las orejeras, convencida de que no se trataba de alguien que chocaba con mi hombro por casualidad.
—Vero.— Escuché decir, aunque la forma de llamarme no coordinaba con el tono de voz, es decir, parecía ser la voz de Jonathan pero este nunca me había llamado así. Me decía simplemente Verónica.
Me detuve, era él.
—¿Jonathan?—le miré, tenía una mano en el bolsillo y otra levantada para volver a tocar mi hombro.
—Llevo llamándote unos minutos, te vi desde la otra acera, te estaba llamando como un loco, pero luego vi que tenías las orejeras puestas. Aunque ibas lento, parecías concentrada, por eso te topé con cuidado.—Me quedé mirándole. Hacía un mes de la última vez que nos vimos, aquella noche frente a mi casa.—Ha sido coincidencia, de verdad.—dijo, viendo que yo no decía nada.
—Si, imagino que si.—intentaba ocultar con todas mis fuerzas la emoción que sentía de verlo después de todo un mes.—Tengo que…—señalé el camino. Tenía que llegar a casa para preparar la cena, Nanna me esperaba. Ahora solo estaba trabajando hasta las cinco de la tarde, solo que gracias a eso tenía que hacerlo de lunes a sábado, pero al menos ya no tenía que trabajar de noche.
—Oh, si, claro. No te quito tiempo, ha sido un gusto volverte a ver, Vero.—volvió a llamarme de aquella forma, puede que lo estuviera haciendo a propósito.
Me coloqué las orejeras y seguí caminando, con la musica en pausa y al mismo ritmo que iba antes, sin prisa. Mi corazón estaba haciendo de las suyas mientras mi rostro tenía dibujado una sonrisa. Lo había vuelto a ver. Me vi tentada a mirar hacia atrás pero tenía miedo de hacerlo, pero también quería verlo mientras se marchaba. Vaya indecisión. Estaba lejos de él, aún así miré hacia al frente con algo de nerviosismo. Por esta razón debía de alejarme de Jonathan. Me hacía muy vulnerable, poco racional.
—Vero.—escuché su voz con fuerza, mas que la música estaba en pausa, miré hacia mi lado izquierdo y allí estaba él, caminando a mi lado. Retiré las orejeras y me detuve, haciendo él lo mismo.
—¿Si?—oculté de inmediato mi sonrisa. Levanté la vista para verle.
—¿Podemos ser amigos?—me preguntó Jonathan Fletcher. ¿Amigos? ¿Era en serio? ¿Amigos? ¿No veía mi baba destilar por mi boca cerca de él a pesar de lo idiota que yo sabía que era? ¡¿Amigos?! ¡Tenía que ser un broma! Mi suerte no podía ser peor y más degradante.
—¿Amigos?—mi cara expresaba exactamente lo que yo pensaba y mi boca pocas veces decía otra cosa que no fuera la verdad.—¿Quieres que seamos amigos?
—Si, creo que… creo que es una buena forma de empezar cualquier cosa.
—Supongo que es cierto, pero yo no sé si quiero ser tu amiga.—debía de ser clara con mis intenciones. —Pero admito que es una buena forma de empezar cualquier cosa. ¿Estás saliendo con alguien?—él negó con la cabeza al momento, yo dejé salir media sonrisa al saberlo.
—¿Te sigo gustando?—yo asentí, mirándolo a los ojos. Allí si que no pude evitar sonreír.
—¿Estás teniendo sexo casual con alguien?—Jonathan negó.—¿Estás pagando por sexo?—debía saber si aquello seguía siendo una opción abierta para él.
—No.—dijo de manera firme.—¿Tienes novio?
—No, pero estoy viéndome con alguien.—había tenido varias citas con un hombre que no me caía nada mal, habíamos tenido nuestra cuarta cita y nos besamos unas cuantas veces, era un hombre apuesto, un poco mayor que yo, pero muy elegante y educado, todo un caballero.
—¿Te gusta?—¿qué clase de preguntas nos estábamos haciendo uno al otro?
—Supongo.—Me quedé pensativa. Ricardo era agradable.—Me gusta.
—¿Más que yo?—sus ojos bajaron a mis labios y mis subconsciente bien consciente, se encargó de hacerme morderlos con cuidado, viendo como los ojos de Jonathan se movían sobre mis labios.
—Nadie me ha gustado mas que tú en mucho tiempo.—dije sin pensármelo bien, dejándome llevar por el corto momento de tensión. Ahora me sentía avergonzada por mi confesión, por lo que comencé a caminar y de forma rápida, Jonathan caminaba a mi lado. Llegué a mi coche en compañía de él.—Ya me marcho.—quité el seguro.
—Eres muy sincera incluso cuando no quieres. No has respondido a mi pregunta. ¿Quieres ser mi amiga?
—No estoy segura de eso, ¿serías amigo de alguien que te gusta tanto?—pregunté y luego recordé que ese fue su caso.
—De ser necesario, si. Si quieres a una persona, no solo te interesa una relación, quieres todo.—obviamente no estaba hablando de mi.—Si no puedes ser mi amiga, creo que lo entiendo muy bien, Vero.—sus ojos tristes, que sabía que no era tristeza por mi, hicieron erizar mi piel.—Nos vemos.
—¡Espera!—dije, gritando mi error.—Puedo intentarlo. Puedo intentar ser tu amiga. Estoy buscando la forma de que ya no me gustes, por lo que creo que no estará tan mal. Será soportable.—y así, mi patética yo, aceptó ser amiga de Jonathan Fletcher. Solo amigos, nada más.
—Gracias. Seré un buen amigo.—de eso no tenía dudas.
Nos despedimos.
Cuando llegué a casa, Nanna me recibió en la puerta. Mientras yo estaba nerviosa por la cita médica de mañana, ella estaba muy ansiosa y anhelando que ya se acabara este día para que llegara el siguiente, tenía su ropa elegida y colocada sobre la cama. Significaba mucho para ella cuando llegaban las fechas. Analizaban sus avances y veían si todavía estaba aquella minúscula oportunidad de que la operación saliera bien.
Esperaba que si.
—Vero, ¿que tal tu día?
—¿Qué tal el tuyo?
—Bien, estudiando mucho. ¿Cómo te fue?
—Bien, ¿me acompañas hacer la cena?
—Te veo un poco rara.—salí de la habitación con mis pantuflas de andar en casa, ella me siguió a la cocina.—Estás rara.
—¿Cómo rara?—saqué las verduras y las lavé, ahora estaban sobre la tabla y comencé a picarlas. Debido al tiempo que llevaba trabajando en el restaurante, no solo como gerente, empecé siendo camarera, los cocineros me habían enseñado a preparar unos que otros platillos, que dada la practica, ya me salían bien.
—Hoy me encontré con Jonathan en la calle, hace un rato, quizás por eso… me veas un poco rara. Todavía estoy asimilando el hecho de que acepté ser su amiga. Me lo pidió.
—¡¿Te pidió ser su amiga después de que robaras su coche?!
—¡Oye! Tuve mis razones. Y sí, me pidió que fuéramos amigos, nada más.
—Por algo hay que empezar, ¿no crees? Pero, dijiste que te ibas a alejar de él.
Tenía mi rostro levantado mientras cortaba la cebolla en pequeños trozos.
—Y lo hice, no lo veía en todo un mes. Esto ha sido casualidad.
—Mmm.
—Ya me alejé, ahora intentaré ser su amiga. Estoy casi saliendo con alguien mas, Jonathan no es un peligro.
—Está bien.
—¿Por qué lo dices de esa manera? Parece que no me crees.—mi móvil vibró en el bolsillo izquierdo t*****o del pantalón.—¡Puede ser él!—tenía las manos llenas de cilantro y con trozos de cebolla, no lo podía sacar.—Revisa, creo que es Jonathan.—me acerqué a Nanna y ella sacó el móvil.
—¡Deja el alboroto! Si solo es un mensaje.
—¿Pero de quién?
—El número no está registrado. ¿Lo abro?
—Si.—colocó la clave que ya se sabía y abrió el mensaje.—Por favor, léelo.
—Ahora somos amigos, creo que nos podemos enviar mensajes. No creo que te moleste, Vero.—leyó Nanna. Era Jonathan.—Me huele a que tendré nuevo cuñado, apuesto a que sí.
Saqué la pequeña salten, repitiendo en mi mente que solo tenía que cultivar una bonita amistad con Jonathan y centrarme en el buen pretendiente que tenía.
Deposité un chorro de aceite en la salten y encendí el fuego.
Me sentía muy alegre.
—Escribe, por favor. No quiero que cenemos tarde, hay que dormir temprano.—aunque visiblemente Nanna parecía molesta, yo se que en el fondo estaba tan contenta como yo, solo que no quería emocionarse. Y eso era exactamente lo que yo también tenía que hacer.—Es lo que hacen los amigos.—eso Nanna escribió.
—Ha respondido. ¿Qué mas hacen los amigos? Nunca he enviado una nota de voz a través de un móvil, ¿puedo enviarte una? Muchas caritas de risas. Parecen dos tontos usando la tecnología.
—No me le llames tonto, yo solo te envío notas de voz a ti, dile que sí, que envíe una nota de voz.
—Está escribiendo.
Las verduras comenzaron a sofreír y mi corazón solo estaba pendiente a la nota de voz que iba a enviar Jonathan. Lavé mis manos y las sequé, para solo escucharla yo. Tomé el móvil de su mano y esperé con el chat abierto.
La nota de voz llegó, solo eran trece segundos de audio. Lo puse en mi oido y este comenzó a reproducirse.
“Solo… solo es un audio de prueba, me hace gracia en pensar como se escuchará mi voz en una nota, supongo que igual que en una llamada. ¿Me envías una?”
—Quiere que le envía una nota de voz.
—Pues solo graba una nota de voz.
Solté el móvil y eché los tomates troceados a las verduras.
—Bien, enviaré la nota. Me da vergüenza hacerlo frente a ti, estás mirándome como si yo fuera un extraterrestre.
—Te miro como si fueras una adolescente. Así es como te miro, vamos, hazlo sin pena. No pienso moverme a ningún lado.
—Tu voz escucha igual, igual que en las llamadas, incluso igual que en persona.—solo eso dije y Nanna me miró con cara de decepción.—¡¿qué?! ¿Qué es lo que esperas de una charla entre dos amigos?—miré el móvil que volvió a vibrar con la llegada del mensaje. —Quiere… quiere que hagamos una videollamada.
—Eso si ya es algo.
—Pero mírame, llevo el mandil, huelo a cebolla y ya no llevo maquillaje.
—Te ves bien, no seas tonta.
La llamada comenzó a entrar y yo no sabía si responder.
“Aceptar”
—H-Hola.—saludé con una sonrisa forzosa, viendo su rostro en pantalla.
—Es la primera vez que hago una videollamada con alguien más que no sea el pesado de mi primo. Te ves bien.
—Tu también. ¿Donde estás?
—En casa, estoy leyendo una lista de estudiantes universitarios. ¿Qué haces tú?
—Estoy haciendo cena.—cambié la cámara para que él viera la salsa de tomate.
—Se ve muy rica, ¿dónde está Nanna?
—Aquí en la cocina conmigo.—la vi pasarse rápido la mano por su pelo y luego enfoqué la cámara hacia ella.
—Hola, Nanna.
—Hola, Jonathan.
—¿Qué tal cocina tu hermana?
—Comestible, algunas veces.—ambos comenzaron a reír mientras yo clavaba los ojos en la pequeña c****a que estaba frente a mi, hablando de mis ricas comidas.—Pero eso ya tendrás que verlo tu mismo, un día te invitaremos a cenar.
—Eso me parece bien, un gusto verte Nanna.
Cambié la cámara otra vez.
—Cocino bien, soy una experta. —comencé a decir en defensa de mis platillos.
—Ya tendré que probarlos. No te quito más tiempo, Vero.
—No me quitas tiempo, ahora solo es cuestión de que la salsa se haga y luego hiervo la pasta. ¿Estás ocupado?
—No, no lo estoy, hablemos un rato más.
—Nanna, me voy a la habitación.—dejé el fuego en dos, para darle tiempo a la salsa y a la vez poder hablar. Cerré la puerta con cuidado y me tiré en la cama.
Allí nos quedamos hablando muchas tonterías, mientras dos los reíamos por cualquier cosa. Había pasado el tiempo y me olvidé de la pasta, de la salsa o de que había que cenar temprano.
Mi móvil gritó por batería.
—¿Qué harás mañana?
—Antes de trabajar, tengo que llevar a Nanna al hospital, tiene cita médica.
—Bien, entonces volvamos hablar en la tarde de mañana.
—Hasta mañana, Jon.
—Hasta mañana, Vero. Me gustó tu habitación.
—Y a mi tu salón.
No me dio tiempo a decir nada más porque el móvil se apagó, lo dejé sobre la cama y corrí hacia la cocina, ya allí no había nada. La mesa estaba puesta con la cena en ella y Nanna sacando el rallador y el palmesano.
—No digas nada, quiero tener un cuñado pronto. Siéntate. Debemos de dormir temprano, tienes que conducir cuatro horas desde las cinco de la mañana.
Aquella mañana madrugamos y salimos de casa para llegar con tiempo a la clínica, donde estaban atendiendo la condición de Nanna.
Le hicieron todas las revisiones cuando llegó nuestro turno, al final ella salió con la enfermera a la sala de espera y el doctor me dio una servilleta, sabiendo ya que yo iba a llorar, su cara me decía todo.
—Lo siento, Verónica. Se lo mucho que te esfuerzas. Pero sabes que Natalia lleva mucho tiempo así, sus músculos van a terminar dañándose del todo por la falta de actividad y aunque hagamos la operación, si tardas mucho más, nada asegurará que ella pueda volver a caminar, incluso después de la intervención. ¿No tienes a nadie que te preste la cantidad que te falta? No tienes mucho tiempo, estás arriesgando demasiado, lo siento.
Lloré por un buen rato allí con el doctor, porque luego tenía que salir con Nanna y decirle que todo iba a estar bien, que solo tenía que conseguir el dinero.
Saqué mi pequeño bolso de maquillaje y me di un retoque en los ojos, que se me había corrido por las lágrimas.
—¿Cuál sería mi tiempo límite?
—Tres semanas sería lo ideal, para no correr riesgos de un fracaso, podría ser la última oportunidad para Natalia.
¿Cómo iba a conseguir todo ese dinero en tres semanas?
Literalmente era imposible, a menos que me lo robara de las cuentas del restaurante.
Pero… las posibilidades de que mi hermana empezara a caminar, dependían solo de eso. ¿Qué era capaz de hacer por ella? ¿Robar o…?
—Vero, ¿tienes hambre? Estás un poco pálida.
—¡Muero de hambre!—dije, con un solo nudo en la voz.
Tenía que ser sincera con ella, ella sabía que algo pasaba, pero no me preguntaba nada. Nanna tenía que saberlo, que si no conseguía ese dinero en tres semanas, podría ser que se quedara en esa silla de ruedas para siempre.
En el camino, de regreso a casa, me decidí a decírselo.
—Solo tenemos tres semanas, es el tiempo que contaría como máximo para realizar la operación y que esta salga con buenos resultados.
—¿Falta mucho dinero?
—Nanna, falta mucho dinero. Lo siento.
Mis lágrimas salían al saber que mis esfuerzos, todos mis ahorros y cada cosa que había hecho, solo eran en vano y que no podría lograrlo.
—No te angusties, se que has hecho todo lo posible, mucho mas que yo. Te amo, Vero. Seguiremos siendo tú y yo.
Tuve que detener el coche, porque no podía seguir.
Salí, mientras el viento se llevaba mis lágrimas.
Cuando la dejé en casa y me fui al restaurante, lo primero que hice fue mirar en la pequeña caja fuerte el dinero que tenía allí en efectivo para el restaurante, los del banco no los podía tocar, ya que tenía que dar cuenta inmediatamente del gasto para que se usó, pero este… quizás podía usarlo.
Cerré la puerta con seguro y puse el dinero sobre mi escritorio, contando y dejando a un lado la cantidad que necesitaba para la operación de Nanna.
Si lo tomaba, ¿en qué tiempo podría devolverlo? Me tomaría muchos meses, pero también estaba la amplia posibilidad de que de la nada el dueño solicitara que se lo ingresara a su cuenta, como solía hacer, sin previo aviso. Era un riesgo muy grande, podría ir presa por robar ese dinero.
Mis manos estaban atadas.