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EL MILLONARIO, LA OTRA Y YO.

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Blurb

Dos gemelas.

Un millonario.

Una herencia

Una traición familiar.

Muchos secretos salen a la luz, cuando dos mundos totalmente diferentes se cruzan. ¿Qué sucede cuando dos hermanas se enamoran del mismo hombre? ¿Qué pasaría si descubres que tienes una doble? ¿Y si te enteras que eres una de las herederas del imperio Montenegro?...¿Qué serías capaz de hacer por amor y ambición?

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PREFACIO I
Los Montenegro han sido desde tiempos memorables los dueños del gran imperio llamado como su apellido, una empresa dedicada a la extracción de piedras preciosas y conversión en joyería de lujo. Su fundador Philip Montenegro, tuvo dos hijos, mellizos, Samantha y Samuel. Durante años la familia ha ganado numerosos premios por la alta calidad de sus joyas, teniendo un gran renombre. Viviendo en la alta sociedad, donde la mayoría de los matrimonios eran arreglados para de esta manera salvaguardar la fortuna de cada familia. Philip Montenegro arregla el matrimonio de su hija Samantha con el gran heredero Massimo Miller, claro que ella nunca estuvo de acuerdo con ese arreglo que hizo su padre, pero aun así lo aceptó. Lo que nadie sabía era que Samantha amaba locamente a otro hombre, quien no era de su clase, pero le enseñó lo que era sentirse amada y respetada. Samantha se escabullía durante su día o noche para verse a escondidas con su gran amor, Arturo Suarez, un joven sudamericano que había llegado a los Estados unidos de manera ilegal, claro es, pero que se dedicaba a la elaboración de estructuras y acabados de construcción, siendo un obrero. Samantha lo conoció cuando hizo las oficinas para su padre, fue amor a primera vista, la química existente entre ellos se desató de manera imparable apenas se conocieron, cuando ella fue a entregarle un cheque de adelanto por la obra. Desde ese día, Arturo quedó absolutamente flechado por ella, así que, sin dudarlo por un minuto, decidió acercarse a la joven e invitarla a tomar unos tragos y ella por supuesto aceptó. Así nació un romance prohibido, entre dos personas de clases muy diferentes que, claramente jamás podrían estar juntos. Un día cualquiera, Samantha se encontraba desayunando en el gran comedor de la mansión Montenegro, cuando su padre decidió acompañarla y así contarle las buenas noticias que traía, claro que para ella no serían tan buenas como pensaba. ―Buen día, padre. ¿Cómo te encuentras el día de hoy? ―inquirió Samantha con falso interés, pues ella imaginaba por qué su padre había decidido acompañarla a desayunar, para variar, ya que la mayoría del tiempo no lo hacía. ―Hola hija, muy bien, ya sabrás el porqué de mi felicidad―responde, Philip, con una encantadora y muy luminosa sonrisa en su rostro, mientras Samantha sentía su corazón latir con fuerza, ya sabía que su padre no tardaría en arreglar su matrimonio. ―, Como sabrás, estás próxima a cumplir tu mayoría de edad, hija mía. Es hora de que aseguré tu futuro, por lo que conseguí al hombre ideal para ti y esta familia. ―¿Quién es? ¿Al menos lo conozco? ―preguntó con cierto temor, Samantha ya lo presentía, su padre no dejaría que ella fuera feliz con su novio, Arturo, porque no era digno de la gran familia Montenegro. ―No lo conoces, pero pronto lo harás. Su nombre es Massimo, hijo de un socio mío. ―respondió con alegría, sus ojos se deslumbraban al tan solo mencionar a quien sería su futuro yerno, mientras que, para Samantha, era una pesadilla el tener que casarse con alguien que no amaba. ―¿Cuándo lo conoceré, padre? ―preguntó ella, mientras sentía un profundo dolor en su pecho, ¿Cómo le diría a Arturo? ¿Cómo podía casarse con otro hombre que no era su amado? Evitando advertir a su padre de su gran inconformidad con la noticia, Samantha optó por sonreír. ―Estoy planeando una cena de presentación, querida. No te preocupes, pronto lo conocerás. ―respondió, le dio un último sorbo a su taza de café y se levantó dispuesto a retirarse, beso la mejilla de su hija y se marchó. Samantha resopló, cuando se aseguró de que su padre se había marchado, se largó a llorar. ¿Cómo era posible que su propio padre le hiciera eso? Desde que había muerto su madre, Margaret, por la tuberculosis, su padre había perdido toda comprensión y ternura que algún día lo caracterizó, esa dulzura que él irradiaba y brindaba a sus hijos. Conteniendo sus ganas de correr a brazos de Arturo, Samantha permaneció ese día llorando sin consuelo en su habitación. Cuando Samuel, su hermano, se percató de lo que le ocurría a su hermana, decidió hablar con ella. Tocó la puerta de madera con desdén, cuando su hermana le permitió el ingreso, entró con suma delicadeza, observando a su hermana tirada en la cama, sollozando. ―Oh, eres tú. ―artículo sin dejar de llorar. ―, ¿Qué ocurre? ¿Por qué estás aquí? ―Te he buscado por todos lados, Mayra me ha dicho que no has salido de tu habitación desde que hablaste con nuestro padre―responde este, luego de sentarse en la orilla de la cama. ―, ¿Qué te ocurre? ¿Acaso estás enferma? ―No es eso, Sami―responde ella, usando el diminutivo cariñoso que ocupaba para su hermano―, Nuestro padre ya ha encontrado a quien será mi esposo―responde, volviendo a sollozar. ―, Sami, amo a otro hombre. ―¿Cómo? ¿Nuestro padre sigue con esa idea? ―inquiere desconcertado y con enfado―, ¿Cómo es que amas a otro hombre y no me lo has dicho? Sam, no puedes casarte con un hombre que no ames, no mereces vivir ese infierno, hermanita―completa compareciente, los hermanos son muy unidos, el ser mellizos es un vínculo tan fuerte, que solo lo entendería quien lo viviese. ―Si, querido hermano, nuestro padre me obligará a casarme―responde, limpiando las lágrimas de sus ojos. ―, No te lo he contado, porque Arturo no es… de nuestra clase. ―completa luego de dudarlo por un minuto. ―, Es un obrero, Sami. ¿Cómo podía contártelo? No estoy orgullosa de este amor, pero nunca me había sentido así antes, creo que estoy enamorada. ―¿Un obrero, Sam? ¡Es imposible! ―burla Samuel con cariño, no siendo grosero―, ¿Dónde lo has conocido? ¿Acaso piensas desobedecerle a nuestro padre? ―No te burles, Sami―se defiende la mencionada. ―, Lo conocí cuando le hizo a nuestro padre sus oficinas nuevas. Y no, no pienso desobedecerle a nuestro padre, ya lo hice una vez y acuérdate cómo terminé. ― reflexiona, Samantha, sintiendo su corazón doler, al recordar cómo su padre reaccionó cuando ella le desobedeció aquella vez que había encontrado a un candidato a posible yerno. La había enviado a un internado de monjas lejos de su hermano y familia. ―¿Y entonces? ¿Qué harás? No puedes continuar con ese amor que tienes, Sam. ―respondió preocupado por su hermana y lo que su padre le haría si la descubriese. ―, Tienes que dejarlo y olvidarte de él, antes de que sea demasiado tarde. ―Lo sé, ¿Crees que no lo sé? ¡No quiero volver a ese horrible internado! ―exclama angustiada, su hermano la estrecha en sus brazos y deposita un tierno beso en su cabeza, apoyándola en aquel momento. ―, Hoy lo veré y se lo diré, no quiero que siga ilusionándose conmigo. Luego de aquella conmovedora conversación entre los hermanos, Samuel se retiró, tenía una cita con su novia, Annabelle. Mientras que, Samantha tomó una larga ducha en la bañera, mientras bebía una copa de vino y pensaba en cómo terminar su relación con Arturo. Sollozaba fuertemente, ¿Por qué su madre tenía que haber muerto? Si ella estuviese aquí, seguramente impediría que su padre la case con un hombre que ella no ama. Ese pensamiento recorría la mente de Samantha, sollozando, se quedó dormida dentro de la ducha, un ruido proveniente de afuera la sobresaltó haciéndola reaccionar, se despertó y en seguida salió de la bañera, cubriendo su cuerpo y cabello con toallas, llegó a su habitación y se vistió. Tenía una cita con Arturo, la usaría para terminar con su relación, aunque eso la destruyera emocionalmente, no podía alargarla más. Su chofer la esperaba en el jardín, le abrió la puerta y ella subió sintiendo su corazón latir a mil por hora, le dijo a donde debía llevarla y el chofer se negó rotundamente ya que la dirección que le había dicho era una zona muy peligrosa. Terminó convenciéndolo y al llegar, se encontró con su gran amor, Arturo. Él subió al auto también, besó desenfrenadamente a Samantha, haciéndola estremecerse, ella lo disfrutó, porque sabía que era su última noche con él. Se fueron a un restaurante que no se comparaba ni un poco a los que ella solía asistir, pero para ella era más que suficiente con tal estuviera acompañada de su gran amor. Comieron, bebieron un poco y finalmente se escaparon del chofer y guardaespaldas de Samantha, llegaron al departamento de Arturo, donde ambos profesaron su amor, besándose y sintiéndose el uno al otro. Después de hacer el amor como nunca lo habían hecho antes, Samantha tomó el valor que necesitaba para lo que se le venía ahora. Se sentó en la cama y cubrió su pecho con la cobija. ―Arturo, tengo algo que decirte―advirtió, Samantha, mientras sentía como su corazón quería salirse de su pecho, las lágrimas no esperaron y comenzaron a desbordarse una a una. Arturo se preocupó y también se sentó esperando lo que ella tuviese que decirle. ―, Me casaré pronto, mi padre ya lo arregló. Arturo se estremeció, su corazón se había partido en miles de pedazos, su rostro se palideció y su cuerpo no aguantó, comenzó a llorar desconsoladamente, mientras la abrazaba y se aferraba a su cuerpo desnudo. Él siempre lo supo, sabía que su amor era imposible, que él no estaba a su altura. Que jamás podría ser quien se casase con la hija del dueño de medio Manhattan, pero había disfrutado cada parte de Samantha, desde su corazón, hasta lo más venial como su cuerpo. Pero, aun así, su corazón se había roto al escucharla decir lo que tanto temía, se casaría, lo que significaba que jamás podría verla de nuevo. O eso creía él. Esa noche el amor entre los dos se había intensificado, claro que aún era muy pronto para que lo supieran, pero esa noche, el amor de ellos se había consolidado de una forma única y perdurable para siempre, Samantha estaba embarazada y no solo de un feto, sino de dos. Pasaron las semanas y Samantha comenzaba a sentirse mal, sufría de mareos, náuseas y escasas ganas de comer, prefería dormir que hacer cualquier otra cosa. Sus alarmas se encendieron cuando era momento de recibir su periodo del mes y este no había llegado. Sabía que había algo extraño, puesto que en sus clases de biología había leído sobre lo que eso podría significar. ¿Acaso ella podría estar embarazada? ¡No podía ser cierto! Ni siquiera podía pensarlo. Ese día era su cumpleaños número dieciocho, su padre le había organizado una magnífica fiesta, donde había invitado a más de mil personas. Y esa misma noche, conocería a su futuro esposo. Durante el día por su mente rondaba esa idea de que podría estar gestando, que dentro de ella podría estar una criatura, aun con nervios y mucho temor, se alistó para su gran noche, usando un vestido carísimo de diseñador y sus joyas más caras entregadas por su mismo padre ese día. Lucía hermosa y muy segura de ella, la fiesta era esplendorosa y muy amena, bailó y comió como nunca, pero evitó a toda costa las bebidas, por si su mayor temor se cumplía. Fue entonces cuando su padre apareció junto con un hombre muy guapo y bien vestido, lucía un traje en color azul el mismo color de su vestido, parecía que había sido a propósito. Fingió la más amena sonrisa que pudo y se acercó a su encuentro. ―¡Hija querida! Te presento a Massimo Miller, Massimo te presentó a mi mayor tesoro, mi hija Samantha―los presentó. Ella hizo una venia y le estrechó su mano. El hombre admirado con la belleza que tenía enfrente, tomó su mano y le depositó un cálido beso. Para sus adentros celebró que había conseguido a la esposa más bella y rica por supuesto. ―, Bueno, me retiro, los dejo que se conozcan. ―aviso y sin más se marchó, dejándolos solos.                                                             ―Aun no me creo la dicha que tengo, semejante mujer será mi esposa―comenta con coquetería, Massimo, mientras que Samantha lejos de sentirse halagada, se sentía vacía y sin algún animo a seguir fingiendo que estaba a gusto con la decisión de su padre. ―Dejémonos de mentiras, Massimo. ―respondió tajante―, Ambos sabemos que este no será un matrimonio feliz porque yo no te amo. ―aseguró.                ―Pero lo harás querida, me encargare de que te sientas amada y protegida―respondió dejando en claro sus intenciones ―, Te haré feliz, lo prometo. ―Espero y puedas cumplirlo, porque para mi eso es imposible― aseguró Samantha retirándose y dejándolo con la palabra en la boca.     Desde esa noche, Samantha estaba segura de que ese hombre ocultaba algo, no le había gustado para nada y sentía que sus intenciones eran fingidas, tanto como ella con su sonrisa cuando su padre los había presentado. Al siguiente día Samantha se sentía tan mal físicamente, que todos se percataron de lo sucedido. Su padre había enviado a la doctora de la familia, quien la revisó y realizó exámenes para dar con la enfermedad que tenía tan pálida y desganada a la hija del gran Philip, cuando los resultados llegaron, la doctora no podía creer lo que leía. ¿Cómo era posible que Samantha Montenegro estuviera embarazada si aún no se casaba? ¿Acaso se había adelantado a lo que era bien visto por la sociedad? Preocupada y angustiada, buscó al padre de la joven y al encontrarlo no sabía cómo darle la noticia de que sería abuelo. ―¿Y? ¿Qué tiene mi hija, doctora? No me diga que es algo grave, por favor…―inquirió el padre preocupado por la reacción que tenía la doctora plasmada en su rostro. ―No se como decirle esto, señor Montenegro…―alargó la doctora, le entregó el papel que contenía los resultados de los exámenes y él los recibió con angustia, al leerlos no entendía nada y su rostro lo expresaba. Por lo que la doctora junto el valor necesario y se lo dijo. ―, Su hija está embarazada, señor. Philip sintió su mundo desvanecerse, la noticia le había sentado tan mal, que le había subido la presión causándole un desmayo que podía convertirse en un preinfarto. La doctora lo atendió a tiempo y logró suministrarle los medicamentos necesarios para salvarle la vida. El padre de Samantha se sentía traicionado por su propia hija, había arruinado sus planes de casamiento y alianza de su empresa con la de los Miller. ¿Cómo podía casar a su hija que estaba embarazada de otro hombre? Nadie la querría, había sido de otro hombre. Cuando el padre logró mejorarse y salir de la apretada situación médica que tuvo, enfrentó a su hija, quien no tuvo otro remedio que contarle la verdad, eso sí, mantuvo siempre el anonimato de Arturo y jamás se lo reveló a su padre.         El tiempo pasó sin reparos, Samantha estaba muy bien físicamente y enamorada de la vida que llevaba en su interior. Sin saber aún que venía doble, su barriga crecía y cada vez estaba más cerca el día de nacimiento de sus bebés. Su padre había dado la cara por la familia y había tenido una reunión donde conversó a fondo con Massimo y su familia, quien estuvo dispuesto aun a casarse con Samantha y hacerse cargo de su hijo, sin importarle que fuera de otro hombre. Claro que estipularon sus exigencias para evitarle el escándalo a Philip, quien tuvo que ceder algunas acciones de su imperio, para que el matrimonio y alianza se mantuviesen.   El día tan esperado por todos había llegado, el nacimiento del bebe o los bebés de Samantha. El parto fue natural y cuando Samantha se enteró que no eran uno sino dos los bebés que había dado a luz, no pudo evitar su emoción ante tal hecho, a diferencia de ella y su hermano, había tenido gemelas, no mellizos. Estaba muy feliz y complacida, había soñado con ponerle a su bebe Klara, así que no tenía idea de que otro nombre podría ponerle a su otra hija y como si se tratase de un foco encendido en su cabeza, vino a ella el nombre de Kiara para su otra bebe. ― ¡Son gemelas, son gemelas! ―exclamó con alegría a su padre, quien había entrado a la habitación y observó las dos bebés en el pecho de su hija.  

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