Él se puso en pie y tomó su saco con una tranquilidad que me exasperaba aún más. Sus movimientos eran precisos, elegantes, como si nada en el mundo pudiera perturbarlo. —Estamos hablando, ¿a dónde vas? —pregunté, respirando profundamente para mantener la compostura. —A comer, tengo hambre. ¿Vienes? —Se detuvo a mi lado, mirándome con esos ojos que siempre parecían saber más de lo que decían. —Si nos ven juntos, seguirán diciendo que volvimos y van a hablar más sobre nosotros —dije, sabiendo que mis palabras caerían en saco roto. —¿Y? —Tenía ganas de aventarle la engrapadora a la cabeza o lo que tuviera más cerca, en este caso, un desangrador que reposaba en su escritorio. —Como de ti no hablan que eres un... Él tomó mi mano, poniéndome de pie y caminando hacia la puerta con una firme