No le llamó la atención nada particularmente inteligente en el trato de la
señorita Smith, pero en conjunto la encontró muy simpática -sin ninguna timidez
fuera de lugar y sin reparos para hablar- y con todo sin ser por ello en absoluto
inoportuna, sabiendo estar tan bien en su lugar y mostrándose tan deferente,
dando muestras de estar tan agradablemente agradecida por haber sido admiti-
da en Hartfield, y tan sinceramente impresionada por el aspecto de todas las
cosas, tan superior en calidad a lo que ella estaba acostumbrada, que debía de
tener muy buen juicio y merecía aliento. Y se le daría aliento. Aquellos ojos
azules y mansos y todos aquellos dones naturales no iban a desperdiciarse en la
sociedad inferior de Highbury y sus relaciones. Las amistades que ya se había
hecho eran indignas de ella. Las amigas de quien acababa de separarse,
aunque fueran muy buena gente, debían estar perjudicándola. Eran una familia
cuyo apellido era Martin, y a la que Emma conocía mucho de oídas, ya que tenían arrendada una gran granja del señor Knightley, y vivían en la parroquia de
Donwell, tenían muy buena reputación según creía -sabía que el señor Knightley
les estimaba mucho- pero debían de ser gente vulgar y poco educada, en modo
alguno propia de tener intimidad con una muchacha que sólo necesitaba un
poco más de conocimientos y de elegancia para ser completamente perfecta.
Ella la aconsejaría; la haría mejorar; haría que abandonase sus malas amistades
y la introduciría en la buena sociedad; formaría sus opiniones y sus modales.
Sería una empresa interesante y sin duda también una buena obra; algo muy
adecuado a su situación en la vida; a su tiempo libre y a sus posibilidades.
Estaba tan absorta admirando aquellos ojos azules y mansos, hablando y
escuchando, y trazando todos estos planes en las pausas de la conversación,
que la tarde pasó muchísimo más aprisa que de costumbre; y la cena con la que
siempre terminaban esas reuniones, y para la que Emma solía preparar la mesa
con calma, esperando a que llegara el momento oportuno, aquella vez se
dispuso en un abrir y cerrar de ojos, y se acercó al fuego, casi sin que ella
misma se diera cuenta. Con una presteza que no era habitual en un carácter
como el suyo que, con todo, nunca había sido indiferente al prestigio de hacerlo
todo muy bien y poniendo en ello los cinco sentidos, con el auténtico entusiasmo
de un espíritu que se complacía en sus propias ideas, aquella vez hizo los
honores de la mesa, y sirvió y recomendó el picadillo de pollo y las ostras asa-
das con una insistencia que sabía necesaria en aquella hora algo temprana y
adecuada a los corteses cumplidos de sus invitados.
En ocasiones como ésta, en el ánimo del bueno del señor Woodhouse se
libraba un penoso combate. Le gustaba ver servida la mesa, pues tales
invitaciones habían sido la moda elegante de su juventud; pero como estaba
convencido de que las cenas eran perjudiciales para la salud, más bien le
entristecía ver servir los platos; y mientras que su sentido de la hospitalidad le
llevaba a alentar a sus invitados a que comieran de todo, los cuidados que le
inspiraba su salud hacía que se apenase de ver que comían.
Lo único que en conciencia podía recomendar era un pequeño tazón de
avenate claro 2como el que él tomaba, pero, mientras las señoras no tenían
ningún reparo en a****r bocados más sabrosos, debía contentarse con decir:
-Señora Bates, permítame aconsejarle que pruebe uno de estos huevos. Un
huevo duro poco cocido no puede perjudicar. Serle sabe hacer huevos duros
mejor que nadie. Yo no recomendaría un huevo duro a nadie más, pero no tema
usted, ya ve que son muy pequeños, uno de esos huevos tan pequeños no
pueden hacerle daño. Señorita Bates, que Emma le sirva un pedacito de tarta,
un pedacito chiquitín. Nuestras tartas son sólo de manzana. En esta casa no le
daremos ningún dulce que pueda perjudicarle. Lo que no le aconsejo son las
natillas. Señora Goddard, ¿qué le parecería medio vasito de vino? ¿Medio vasito
pequeño, mezclado con agua? No creo que eso pueda sentarle mal.
Emma dejaba hablar a su padre, pero servía a sus invitados manjares más
consistentes; y aquella noche tenía un interés especial en que quedaran
contentos. Se había propuesto atraerse a la señorita Smith y lo había
conseguido. La señorita Wodhouse era un personaje tan importante en Highbury que la noticia de que iban a ser presentadas le había producido tanto miedo
como alegría... Pero la modesta y agradecida joven salió de la casa llena de
gratitud, muy contenta de la afabilidad con la que la señorita Woodhouse la
había tratado durante toda la velada; ¡incluso le había estrechado la mano al
despedirse!