Las cinco palabras que usaría para describirme serían exactamente las mismas que usaría para describir a alguien con poca o ninguna esperanza. No es la forma en que quiero verme, pero es la forma en que la evidencia puede demostrarlo. Cuando mis ojos se posaron en mi foto, sentí que la esperanza se desvanecía de mi cuerpo.
Era mi foto del último curso. No sé exactamente cómo la consiguió, porque mi padre había fallecido antes de que pudiera comprarlas. Mis cejas se juntaron en confusión mientras me miraba fijamente.
—¿Qué les hizo a esas chicas?—pregunté. Mis ojos no me permitían levantar la vista. Permanecieron concentrados en una foto mía sonriente. Una foto en la que el pensamiento de mi madre no existía, en la que nada de esto se había hecho realidad.
—Bueno, digamos que Vincet no muestra precisamente afecto a las mujeres—, se rió Angelo. Me entraron ganas de abofetearle por hacer que aquello pareciera una broma. En lugar de eso, intenté atar cabos sobre lo que todo esto podía significar.
—Mató a esas mujeres. ¿Por qué? —Le pregunté.
—Ya, ya. Nadie ha dicho que las matara, simplemente no las eligió—habló. Esto hizo que la confusión irrumpiera aún más en las paredes de mi cerebro. Finalmente, levanté la vista hacia él para ver que seguía con esa sonrisa burlona en la cara.
—Veo que estás confusa. En este negocio, tenemos que hacer ciertas cosas para conseguir lo que queremos. Como mi hijo es demasiado joven, tiene que sacrificar su propia soltería para conseguir los tratos necesarios. Necesita a alguien. Así que tu madre y yo le tendimos una trampa con esas mujeres, a cada una de las cuales odiaba más que a la anterior. Cuando las rechazaron, les dieron a cada una, una opción, y la opción que eligieron fue la muerte -explicó.
Mis ojos se dirigieron inconscientemente hacia la puerta, lista para salir corriendo. No estoy segura de adónde iría exactamente, pero lo único que sé es que será muy lejos de aquí.
—¿Por qué estoy incluido con ellos?— Pregunto, tratando de mantener una voz calmada. Una voz que no revelara el hecho de que mi corazón late a más de mil pulsaciones por minuto.
Su mueca se convierte en sonrisa. Me tiende la mano y yo la pongo en la suya con desconfianza. Luego se agacha para besármela.
—Porque por fin ha tomado una decisión.
Le quité la mano de encima y la dejé sobre mi regazo. Por primera vez, sentí una emoción que no era miedo: rabia.
—¿Me estás diciendo que la única razón por la que estoy aquí es para que me obligues a estar con tu hijo, mi hermanastro? Estás enferma. Tú y mi madre merecéis iros al infierno—, grité.
Se rió. Realmente soltó una carcajada. Luego se echó a reír aún más fuerte, como si yo acabara de decir las palabras más graciosas que jamás se hayan pronunciado.
—No te estoy obligando a nada. ¿Quieres irte? Pues vete.
Me levanté de la silla, mirándole fijamente a los ojos mientras lo hacía.
—No va a poseerme como si fuera un juguete. No va a tratarme como si fuera su mascota. No tengo otro sitio donde ir, y usted lo sabe. Me va a tratar como a una hija; como a una persona, como a un ser humano. Si no, será mejor que me mate a mí también.
Su rostro pasó de una sonrisa a una mirada fría. Por fin pude ver lo que realmente se escondía tras esa sonrisa suya.
—No me tientes.
—Por supuesto, haz lo que debas—esta vez fue mi aliento el que le abanicó la cara. Dándome la vuelta, salí por la puerta. Lo único que podía distinguir en mi cabeza llena de pensamientos era, ¿qué clase de mierda tipo incesto es esta?
Capté a todas las criadas que me miraban con curiosidad y asombro. Incluso me llamó la atención la mirada de los guardaespaldas que ni siquiera se molestaron en mirarme. Cuando las criadas me veían devolviéndome la mirada, apartaban rápidamente los ojos para volver a lo que estaban haciendo. Todos parecían tener un aura de miedo.
Teniendo en cuenta los dos hombres que se habían cruzado recientemente en mi vida, no era difícil entender por qué parecían temblar de miedo. Es sólo que había una pregunta que seguía golpeando mi cerebro: ¿Por qué eligen trabajar para estos hombres? Tienen que saber que son esnobs ricos asesinos. Si yo trabajara como criada, lo último que querría es trabajar para alguien así.
—Arabella, el jefe te ha llamado—Valerio, el tipo que había conocido antes, apareció de la nada para decírselo. Ella lo miró con ganas de rogarle que no la obligara a ir a verlo. Ahora que conocía sus motivos y lo que realmente quería de ella, se sentía más incómoda.
Empezó a caminar en otra dirección. Mi mente intentaba decidir si debía correr a mi habitación y no volver a salir, o simplemente obedecer al —jefe—. Decidí lo segundo y le seguí por un par de pasillos. Mis ojos acechaban toda la decoración a medida que avanzábamos.
Sinceramente, si hubiera hecho este viaje yo sola, me habría perdido. Al cabo de un rato, llegamos a una puerta. Valerio saludó con la cabeza a los guardias que estaban fuera, que me miraron antes de abrir la puerta.
Se me escapó un grito ahogado al ver lo que tenía delante. Antes de que pudiera huir, me empujaron ligeramente hacia la habitación y la puerta se cerró tras de mí.
André estaba atado en una silla y le goteaba sangre de la ceja. En cuanto sus ojos se cruzaron con los míos, se abrieron de par en par y empezó a gritar. Miré a mi alrededor buscando a Vincet, pero no aparecía por ninguna parte. Me tapé la boca con la mano mientras pensaba qué hacer.
Rápidamente, me acerqué a él y le desaté la tela de la boca. Empezó a toser histéricamente.
—¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy? Arabella, ¡¿qué coño es esto?!— Me gritó.
Me estremecí al oír su tono de voz y retrocedí un poco. Todavía estoy intentando encontrar la respuesta a todas esas preguntas. Debería haber sabido que Vincet iba a hacer una mierda despiadada como esta.
—¿Qué ha pasado?— Le pregunté. Mi corazón blando quería desatarlo de la silla, pero los acontecimientos que habían ocurrido recientemente me permitieron dejar que esos pensamientos se desvanecieran.
—Estaba a punto de meterme en la ducha. Entonces, un hombre empieza a darme puñetazos. Lo siguiente que sé, es que estoy...
Se interrumpe por el sonido de la puerta crujiendo. La puerta se abre, y la visión de Vincet entrando con la rubia campesina casi me da ganas de vomitar. Llevaba una sonrisa sádica en la cara. La chica miraba al suelo como una mascota sumisa mientras se dirigía a otra silla de la habitación.
—Vincet, ¿qué estás haciendo?— le pregunto.
—¿Conoces a este enfermo?— La voz profunda de Andre retumba. Mis ojos se dirigen hacia él y me entran ganas de pegarle un buen puñetazo.
—No mereces sentirte indeseado. En todo caso, ellos sí—, afirma Vincet acercándose a mí. Me toca la mejilla, pero sus ojos no desprenden ninguna emoción.
—No hagas esto—, le susurro. Se inclina más hacia mí y acerca sus labios a mi oreja mientras la mano que tenía en mi mejilla baja hasta mi cintura.
—Te he dado a elegir. Ahora, como te he dicho antes, las consecuencias son tuyas—, me susurra. Cuando se aparta, entrecierro los ojos y lo miro con rabia. Llámame la persona más tonta del mundo, pero nunca habría imaginado que se refería a esto. Si lo hubiera sabido, le habría dicho que lo dejara.
—Y pensar que estaba empezando a sentirme mal por j***r con otras chicas. ¿Por qué debería? Te estás metiendo con ese tonto psicópata. No eres más que una zorrita—dijo Andre.
Se me heló todo el cuerpo. Me di la vuelta, me abalancé sobre él y le di una bofetada como nunca había dado a nadie en mi vida. Su cabeza se giró hacia un lado mientras le salía saliva de la boca.
—No vuelvas a llamarme zorra—dije apretando los dientes. Giró la cabeza para mirarme con los ojos entrecerrados. Entonces hizo lo que nunca esperé: me escupió a la cara.
—Diablos, no—dije. Me quité la saliva de la cara y se la limpié en el pelo antes de girarme y mirar a Vincet.
—Me habías preguntado qué me parece una muerte dolorosa. Ahora tengo una respuesta—, le dije. Sonrió con satisfacción antes de tocarse la oreja.
Me acerqué a él y me puse de puntillas para susurrarle al oído:
—Creo que el perro necesita una castración.
Al apartarme, me mordí el labio y noté cómo sus ojos se movían para ver la acción.
—Darla, ven aquí—, habló sin dejar de mirarme. Ella caminó hacia él obedientemente con los ojos aún en el suelo.
Cogió un cuchillo y se lo entregó.
—Ya sabes lo que tienes que hacer.
Ella asintió con la cabeza y se acercó a André. Andre empezó a gritar cuando ella se acerco.
—¡Aléjate de mí, puta loca!— Gritó tratando de retroceder con la silla.
—¿Me disculpan?— Le pregunto.
Me agarra del brazo y empieza a caminar hacia la puerta, llevándome con él. El guardaespaldas entra en la habitación y veo como Vincet le dice algo. Una vez que el guardaespaldas le hace un gesto seco con la cabeza, sale conmigo de la habitación justo cuando André empieza a gritar con la voz más aguda que he oído nunca.
—¡Arabella! Lo siento, cariño. Por favor, ¡no dejes que lo hagan! ¡Cariño! ¡Imbécil! ¡Vuelve aquí!— Gritó justo cuando la puerta se cerró. Quería reírme, pero me contuve.
Dios mío. Llevo poco tiempo en esta casa y esta familia ya me está convirtiendo en una psicópata.
—¿Se va a morir?— Le pregunto a Vincet. Me miró, pero no dijo nada. Siguió caminando.
Cuando no contestó, dejé de caminar por completo. El pareció darse cuenta en el mismo instante en que lo hice, porque también se detuvo. Vincet ni siquiera se dio la vuelta, se quedó de pie en medio del pasillo, más enfadado que nunca.
—Le pregunté si iba a morir—, repetí.
Una vez más, ignoró por completo mis palabras.
—Por favor, responde a mi pregunta.
Se abalanzó sobre mí y me agarró la barbilla. Una posición con la que empiezo a estar demasiado familiarizada.
—¿Qué es lo que piensas? Sé que lo sabes, Arabella.
Le miré fijamente a los ojos. Me mostraron un reflejo de mí. El fuego del odio ardía en ellos, y me asustó hasta la médula.