CAPÍTULO 1

1852 Words
—Papá, te voy a echar de menos—susurró Arabella mientras miraba el ataúd cerrado. Hacía horas que todos habían abandonado el cementerio, así que estaba sola, sumida en sus lágrimas. Pronto se levantó de su posición arrodillada y caminó hacia su coche. Mientras recorría el corto trayecto, le venían a la mente imágenes de la muerte de su padre. La pobre chica estaba empezando a volverse un poco loca, mientras intentaba alejar esos pensamientos torturadores. Un pitido en su teléfono le indicó que había recibido un mensaje de texto. Los ojos borrosos de Arabella miraron el mensaje enviado por su madre. Arrugó las cejas al leer lo que ponía: Quiero que te mudes conmigo ahora. Arabella recordaba claramente la última vez que había visto a su madre. Era algo en lo que siempre intentaba evitar pensar, porque su madre era una persona terrible, a sus ojos. Sin embargo, aunque no quería ir, no tenía otra opción. Con dieciocho años y todavía en la escuela, no sería fácil llegar a ser tan independiente de sí misma. Aún necesitaba la mano de un adulto que la guiara hacia la vida adulta. Durante la última semana, luchó para pagar las facturas y vivir sola. Arabella se quedaba sin dinero en cuanto pagaba la factura del agua; ni siquiera podía pagar la hipoteca. En su pantalla apareció otro mensaje con una dirección. Se mordió el labio inferior antes de volver a mirar a su padre. No podía verlo exactamente, pero saber que estaba dentro del ataúd le dolía el corazón. Momentos después de sentarse en completo silencio, Arabella se alejó por la carretera. Ha pasado una década entera desde la última vez que vio a su madre. La única razón por la que sus padres se separaron fue porque su madre se dopaba constantemente y engañaba a su padre. Tras el divorcio, el padre de Arabella recibió la custodia completa de la niña; no quería que el futuro de su hija se viera corrompido. Desde aquel día, no ha vuelto a poner los ojos en ella. Cuando llegó a su casa, había un cartel de ejecución hipotecaria impreso en el césped. Arabella salió rápidamente del coche y corrió hacia la puerta principal; giró el pomo, pero estaba cerrada con llave. —¿Qué rayos?— susurró Arabella muy confusa, porque ni siquiera le habían avisado. Al menos podrían haberle dejado la ropa fuera, ya que era lo único que quería recoger de la enorme casa. Gimió en voz alta y pateó la puerta con frustración. Echaba de menos a su padre; él sabría cómo manejar esta situación y deseaba que estuviera aquí para ayudarla. Su teléfono volvió a sonar y era otro mensaje de texto de su madre. Se dirigió a su coche y entró. Una vez sentada, contestó: Voy para allá. Arabella metió la llave en el contacto y condujo por la carretera. Seguía de luto por su padre; no podía evitar pensar en él a cada momento. Los recuerdos nublaban su mente y sonreía cuando recordaba la forma en que él sonreía. Se preocupaba por ella con todo lo que llevaba dentro y ella sabía que nunca volvería a tener ese tipo de amor. Eso la entristeció aún más y empezó a sentirse patética. Comenzó a reírse al recordar sus discusiones cuando ella salía hasta tarde o se juntaba con la gente equivocada. Después de un largo viaje en coche, Arabella miró su teléfono para asegurarse de que había dado con la dirección correcta. Se quedó boquiabierta en cuanto llegó a la nada humilde morada. Era una mansión preciosa, el lujo básicamente la abofeteó en la cara. Una cosa que le encantó de inmediato fue que estaba completamente aislada. Estaba rodeada de árboles que impedían el paso a cualquier peatón. La vista de una mujer que salía corriendo hacia el coche de Arabella la sobrecogió. —¡Arabella!— Oyó gritar a la mujer mientras llegaba a su coche. Arabella abrió la puerta de su coche sólo para ser envuelta en un abrazo. —¡Te he echado tanto de menos! Has crecido tanto—exclamó la mujer en cuanto se separó del abrazo. Arabella le dirigió una sonrisa incómoda. —¿No te acuerdas de mí?— preguntó la mujer. Cuando Arabella la inspeccionó, se fijó en su pelo castaño oscuro que le caía por la espalda en ondas, junto con sus penetrantes ojos grises que se parecían a los de ella. —Mi madre, ¿verdad?— preguntó. La mujer asintió con la cabeza mientras una enorme sonrisa se dibujaba en su rostro. —¡Pasa! Quiero presentarte a mi marido—. Esas palabras no detuvieron la punzada que sintió en el corazón. Podía recordar cómo su padre ni siquiera se acercaba a mirar a otra mujer porque seguía enamorado de su madre. Le sorprendía que su madre ya estuviera felizmente casada y pareciera bastante sobria. Su madre abrió las puertas delanteras y en cuanto Arabella entró, todo gritó riqueza. Había criadas y guardias por toda la mansión, lo que le hizo entrecerrar los ojos con desconfianza ante todo lo que aparecía a su vista. —¿Quién es tu marido?— preguntó Arabella mientras su madre se ponía tensa. —Ya lo verás—, fue lo único que susurró su madre mientras agarraba el brazo de Arabella y tiraba de ella hacia un despacho. Las paredes eran de color rojo oscuro, casi n***o, y combinaban bien con el suelo de mármol. Mientras caminaban, Arabella se fijó en las criadas con la cabeza gacha. Tampoco pudo evitar ver un moratón en una de sus mejillas. Cada uno de los guardias llevaba un arma mientras caminaban por la casa. ¿Qué rayos es esto? Volvió la cabeza hacia su madre cuando oyó que llamaban a la puerta. —Adelante—. Una voz oscura y encantadora había llamado desde detrás de ella. Miró hacia abajo y vio a su madre girar el pomo antes de empujar la puerta para abrirla. El primer rasgo en que se fijó Arabella fue una larga cicatriz en el ojo; le iba desde la ceja hasta el labio. Tenía el pelo n***o por encima de la cabeza y unos ojos que gritaban peligro. Cuando levantó la vista, sonrió a su mujer antes de volver los ojos hacia Arabella. Se levantó de su asiento y empujó la silla hacia el escritorio de color n***o azabache. —¿Es esta la encantadora hija?— Preguntó mientras cruzaba los brazos contra el pecho. Su madre le sonrió antes de ponerse a su lado. —Ella es. Arabella, este es mi marido, Angelo Romano—. Le presentó su madre. Arabella lo miró y sintió que temblaba de miedo ante su fría mirada. Él le tendió la mano, dejando que ella pusiera su pequeña mano en la de él para estrecharla. —Encantada de conocerte. Tu madre me ha hablado mucho de ti—. Le dijo con una sonrisa en los labios. Arabella le sonrió antes de mirar incómoda a su alrededor. Le oyó reírse y sus ojos se clavaron en él. —Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. Lamento profundamente la pérdida de tu padre—. Empatizó. Ella empezó a captar su acento. También en el hecho de que cada palabra que pronunciaba goteaba sin emoción alguna. Sus ojos se desviaron hacia su madre para verla sonreír. Parecía como si hubiera soñado con ese momento toda su vida. —Sí, yo también—. Arabella le dijo con el mismo tono monótono que él. Las vibraciones que se desprendían en la habitación no hacían más que flotar, revelando la emoción que ninguno de ellos estaba dispuesto a compartir. —No puedo creer que realmente estés aquí—. Habló su madre, acercándose a Arabella para darle otro abrazo. Ella palmeó torpemente la espalda de su madre antes de apartarse del abrazo. —Le diré a Valerio que te muestre tu habitación—. Le dijo Angelo mientras caminaba detrás de su escritorio. En ese momento, un hombre entró en la habitación. Tenía el pelo rubio, los ojos azules y una mandíbula fuerte. Sonrió a Arabella antes de señalar la puerta con la cabeza. Ella se dio por aludida y comenzó a caminar hacia la puerta. Una vez fuera, se detuvo al oír la voz de Angelo. —Va a ser perfecta para él—. Le oyó murmurar. Sus ojos se entrecerraron inconscientemente mientras intentaba averiguar de quién estaba hablando. —Te lo dije—. Habló su madre. —Esperemos que disfrute de su regalo. Arabella estuvo a punto de tirar la puerta abajo, pero no lo hizo cuando Valerio le tocó el hombro. Subieron las escaleras y entraron en un dormitorio enorme. Mientras inspeccionaba la habitación, se dio cuenta de que todo estaba hecho a su gusto. Había un sofá enorme en una esquina y una cama grande en el centro. Entró en el armario y vio ropa exactamente de su talla. Incluso había cajones llenos de joyas caras para ella. No podía entender cómo sabían exactamente todo sobre su físico. Todo era absolutamente perfecto y eso sólo hacía las cosas más confusas. —Estaré abajo si alguna vez me necesitas—dijo Valerio. Ella lo miró, sus ojos desprendiendo todo el desconcierto que tenía. Él le envió una sonrisa y se dirigió hacia la puerta. —Espera. Yo-yo-yo necesito ir a casa. No puedo quedarme aquí—. Le dijo sintiendo el miedo encajar dentro de sus emociones. Sus ojos se suavizaron por un segundo antes de endurecerse. —No puedes. —le dijo. Ella enarcó las cejas, furiosa. No sabía qué estaba pasando exactamente. Se metió las manos en los bolsillos para buscar las llaves, pero no estaban. —¿Qué quieres decir con no puedo? —le preguntó. —Una vez que estás aquí, no puedes irte. Al menos no hasta que nuestro jefe vuelva a casa—. Le dice antes de salir por la puerta. Arabella mira alrededor de la habitación y hacia la puerta para ver que no estaba cerrada con llave. En cuanto la abrió, se arrepintió. Delante de ella había un hombre que daba más miedo que Angelo. Tenía tatuajes por toda la piel, excepto en la cara. Sus ojos azules reflejaban oscuridad e intrepidez. Miró a Arabella con una sonrisa burlona. Intentó hablar, pero no le salió nada mientras miraba fijamente al hombre. Su traje hacía un buen trabajo mostrando sus impresionantes músculos. Estaba tan absorta en su aspecto que no se dio cuenta de que empujaba la puerta para abrirla aún más. —Arabella, ¿verdad?— le preguntó. La forma en que pronunciaba su nombre era diferente y sonaba mejor que cuando cualquier otra persona lo había dicho. Su acento italiano era claro y profundo, casi excitante. A ella no le mojó las bragas ni la hizo temblar. Arabella simplemente estaba asustada por todo lo que vendría después de este día. —¿Q-Quién eres?— Gritó mientras intentaba pasar a su lado. Él sonrió maliciosamente, otra vez. —Vincet.
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