Epilogo
Se despertó sobresaltado, se inclinó sobre su cama de forma urgente, su pecho subía y bajaba de manera errática acompañado de un fuerte palpitar, su cuerpo entero desprendía un sudor frío y no podía controlar el temblor en sus manos.
Había tenido una pesadilla otra vez. Desde hace días se repetía la misma de siempre y ya no lo soportaba más.
Apretó sus puños hasta que sus nudillos cambiaron de color, la adrenalina aún no desaparecía de su interior y su lobo estaba inquieto, rasguñaba su interior queriendo salir. No era la primera vez que soñaba con el asesinato de sus padres, era como un castigo insolente que se repetía una y otra vez, como si fuera un recordatorio perpetuo, cada vez que lo hacía lo sentía más vívido que el anterior. El miedo que recorrió su cuerpo entero al ver a los alfas armados que irrumpieron en su casa el día de su cumpleaños, palpitaba en su pecho. Los ensordecedores gritos de su madre y las súplicas de su padre para que no los lastimaran, las risas burlescas de aquellos hombres, las podía escuchar a lado de su oído como si volviera estar ahí y de pronto ¡Bam! Seguida de toda esa sangre que se esparció por el piso de madera que su madre tanto cuidaba. Joder. Recordaba como las arcadas se formaron en su estómago al ver a sus padres desangrarse, no era asco lo que sintió, era más bien un sentimiento inefable que solo quería que desapareciera en ese momento y ahora. Era tan solo un pequeño alfa de 8 años que no sabía el motivo por el cual estaban haciendo todo eso, no entendía nada. Todo era alegría en su vida, un cachorro que era completamente feliz, hasta que ese día cambió su vida para siempre. ¿Por qué no simplemente lo olvidaba y seguía? No podía, aunque quisiera hacerlo era algo que lo había perseguido por tantos años, sintió que solo vivía para lograr ver el rostro de ese hombre y matarlo con sus propias manos.
Lo más duro que pudo experimentar a su temprana edad, fue quedarse por dos días encerrado en el sótano con los cuerpos de sus difuntos padres, sin comida, ni agua. El alfa que lo encerró allí lo hizo con la certeza de que Leo tuviera una muerte lenta y dolorosa. Eso había marcado la diferencia en él, incluso le costó mucho hablar y expresarse después de lo sucedido.
¿Qué clase de sádico le hace eso aún niño?
Había sido un terrible error del Alfa no haberlo matado al instante, ya que 20 años después, Tanner estaba sediento de venganza. Le costó años y esfuerzo ser lo que ahora era, un Alfa con cualidades innatas, sumamente entrenado para mantener la calma, no sentir emociones y ser perfecto en lo que hacía, y todo había sido gracias a Félix. Después de permanecer en ese pestilente y macabro sótano, donde lo único que podía esperar era su muerte, su tío, quien también era un alfa, lo rescató. A él le debía todo lo que era ahora. Escaparon a Italia preocupados por lo que podría suceder si Dalan Tonny se enteraba de que había sobrevivido. Él era el hombre que los había mandado a matar, después de que el papá de Leo se hubiera rehusado a hacer más negocios con los Tailandeses. El señor Tanner quería olvidarse de todo y empezar de nuevo, trataría de ser un buen ejemplo para su hijo, y estaba claro que siendo un mafioso y delincuente no lo ayudaba a su imagen. Tonny era un Alfa avaro que solo buscaba más poder, pero que incluso para matar a sus enemigos era un cobarde, que tenía que mandar a su matón más experto.
Leo nunca iba a ser capaz de olvidar el rostro del asesino de sus padres, aquellos ojos despiadados que lo miraron antes de jalar el gatillo, su olor amargo de café con escarola aún le repugnaba, su recuerdo solo hacía que su interior se encendiera y quisiera liberar aquel monstruo en busca de sangre, de su sangre. Su lobo gruñía cada vez que pensaba en ello, deseaba hacerlo sufrir, que rogara clemencia como su padre lo hizo, era la razón de por qué hacía todo esto y su mayor motivación.
Salió rápidamente de la cama buscando la maleta dentro de su armario, tomó una de sus prendas guardándolas en la misma. No podía esperar más, se volvería loco si no regresaba ese mismo día a América y no le importaba lo que le dijera su tío. Tenía claro que trataría de detenerlo, pero no más. Minutos después la puerta de su habitación se abrió, los ojos incautos de Félix recorrieron el lugar, recayendo en la maleta arriba de la cama y en su sobrino, quien caminaba con urgencia buscando sus de más pertenencias. Cerró sus ojos y suspiró cansino.
—¿Qué pasa? —Su voz sonó somnolienta, no pasaban las 4 de la mañana, se había despertado al escuchar ruidos en la habitación continua y fue a revisar. Claro que tenía que ser Leo. ¿Quién más? —. ¿A dónde vas? —preguntó mientras dio unos pasos señalando la maleta, Tanner parecía como si quisiera escapar de algo y el Alfa mayor ya podía imaginar de que se trataba.