—¡El 31 de diciembre ha pasado hace mucho, desgraciado! —no puede contenerme, mientras cogía con dos dedos la bengala centelleante y la tiraba lo más lejos posible. —¿Qué has dicho, mugriento vejestorio? —¡Eh! —¿Qué has dicho, eh? —repitió más amenazante, mirándome a los ojos y mostrando sus dientes. —¡Policía, policía! ¡Socorro! Del oscuro portal salió un policía. En realidad llevaba una placa algo extraña, que no había visto nunca antes, pero la del gorro era indudablemente la de la Policía. Pensé que le habría llamado Mario. Tal vez sí, pero no con la idea de ayudarme, como entendí enseguida. De inmediato el agente me apuntó de hecho con la pistola: —¡Ríndete! ¡Arriba las manos! —¡No, no, perdone: él, no yo! —exclame atónito, levantando los brazos e indicando con la cabeza al jo