Como había previsto, Lucas no había dejado de buscarla como un loco por todos lados.
Recorrió cada rincón, interrogando a todas las personas que creían haberla visto, pero nadie parecía saber nada de su paradero.
“Es imposible que se la haya tragado la tierra, alguien debe tenerla”, pensó con preocupación.
La noche en que desapareció, fue el inicio de una batalla que no se detendría hasta que estuvieran nuevamente juntos. Lo había jurado con ira, teniendo sospechas de dónde podría estar.
Por otro lado, la determinación de Rachel se fortalecía con cada día que pasaba en ese castillo.
Comenzó a observar todo el lugar y a sus habitantes, aprendiendo sus rutinas y debilidades. Planeaba cada movimiento con cautela, buscando el momento perfecto para escapar.
Recordaba con estremecimiento lo que había sentido cuando él había entrado en la habitación, al enterarse de su negativa a recibir alimentos.
—¿Por qué no has probado tu comida? —los ojos de Alexander brillaban con una preocupación que anudó su estómago en un santiamén—. No puedes matarte de hambre, no lo permitiré.
Ella titubeó un poco al ver su ánimo, pero se armó de valor para alzar la barbilla y enfrentarlo.
—No puede obligarme —frunció el ceño, cruzándose de brazos.
La paciencia de Lyall estaba llegando a su límite al igual que la de Alexander, ahora podía sentir una imperiosa necesidad de tenerla y poseerla correr por cada vena de su cuerpo.
Cada día sentía que su lobo ganaba más fuerza en él.
—Puedo hacer eso y más, no me pongas a prueba porque no te va a gustar —gruñó irritado, acercándose más a ella—. Eres mía, Rachel.
Aquel tono posesivo le había puesto los pelos de punta, nunca lo había visto de esa manera tan imponente y salvaje.
—No soy suya… —siseó entre dientes, sintiendo una inesperada punzada en su pecho al ver la expresión de Alexander.
Parecía que le faltara el aire, cerró los ojos con fuerza como si algo le hubiera hecho daño y dio un paso atrás, abrumado por la sensación desoladora en su pecho.
—No digas eso —rogó con voz ronca, sintiendo sus manos temblar—. No lo hagas…
Un quejido lastimero salió de sus labios y luego entornó la mirada, que resplandecían con una llama que Rachel interpretó como ira. Dio un paso atrás, a pesar de que sus facciones estaban deformadas por el dolor.
“Es imposible que algo le duela, ¿estará enfermo?”, se preguntó la chica, con la preocupación barriendo su cuerpo.
El Duque salió airado de la habitación, no sin antes advertirle que debía comer algo o él mismo se encargaría de alimentarla como a una bebé.
Rachel se limitó a apretar los dientes y decidió retirar todas las sábanas de la cama para hacer una liana y escapar por la ventana a mitad de la noche.
—Estoy harta de este lugar y de sentirme de esta manera con su presencia —murmuró—. De todas maneras, Lucas debe estar buscándome.
Al oscurecer, sus planes tomaron forma, y a pesar de temerle a las alturas, se dijo decidida que la tela era lo bastante fuerte para sostener su cuerpo.
“No hay nada que temer”, pensó con brío, incapaz de ver hacia el vacío.
Su cuerpo temblaba y no estaba segura si era por el miedo o por el frío de la noche, pero no podía dar marcha atrás. Comenzó a deslizarse por la sábana atada, teniendo sumo cuidado de no hacer ningún ruido.
—Todos deben estar dormidos ya —habló en voz baja, intentando calmar sus nervios—. Espero que esto resista, tiene que hacerlo porque… ¡Oh no!
Sintió de pronto que la punta de la sábana llegaba a su fin y sus pies todavía no tocaban el suelo. Su corazón comenzó a latir alocado, pensando en que podría caer y morir.
«¿Qué es ese ruido?» increpó Lyall de pronto.
«No escuché nada» dijo Alexander, algo adormilado.
«Eres un inútil en verdad» refunfuñó, sintiéndose de pronto inquieto. «Ve a ver a Rachel»
«¿A qué viene eso ahora?» gruñó Alexander, frotando sus ojos. «De seguro debe estar dormida..»
Un ruido afuera hizo que se sentara rápidamente en la cama y antes de que se diera cuenta, estaba bajando las escaleras como un poseso, llegando justo a tiempo que un grito venía de lo alto de una ventana.
Rachel había caído y cerró los ojos esperando romperse alguna parte del cuerpo, pero su sorpresa fue grande al sentir una respiración agitada y un cuerpo semi desnudo que la sostenía con fuerza.
—Por todos los cielos, ¿estás bien? —exclamó Alexander desesperado, sintiendo que su corazón saldría de su pecho.
—S-sí —musitó Rachel, tratando de controlar las sensaciones que experimentaba al verlo sin camisa.
Era peor tenerlo tan cerca, sentía que partes de su cuerpo querían tocarlo sin ningún pudor.
—¿En qué diablos estabas pensando? —espetó él, luego de su preocupación inicial—. Pudiste morir, ¿crees que me lo hubiera perdonado si te hubieras lastimado?
—E-esto… —ella titubeó, al ver su estado de agitación—. ¡No tiene nada que ver contigo!
—¡Arg, hermosa tozuda! —gritó el duque, haciéndola sobresaltar—. ¡Tiene todo que ver conmigo, ya te dije que me perteneces, Rachel!
Sus palabras hicieron que un escalofrío la recorriera entera, sus ojos se encontraron nuevamente y su corazón comenzó a latir desenfrenado al ver la resolución en sus ojos.
Rachel sintió su respiración chocar con la suya y cerró los ojos sin pensarlo, parecía como si sus cuerpos empezaban a echar chispas y la tensión s****l entre ellos creció a pasos agigantados.