Stefano no había vuelto del trabajo aún y Minerva intuía que iba a ser una de las noches que él pasaba fuera de casa, como hacía habitualmente una o dos veces por semana.
Cenó sola y se puso a ver la televisión, esforzándose por comprender los diálogos de la película que tenía por delante.
Las burlas de Stefano respecto a sus facultades para hablar, la habían picado lo suficiente como para que se esforzara en salpicar su español con palabras en italiano, a falta todavía de una soltura gramatical suficiente para hilvanar frases enteras.
Pero a pesar de su graciosa manera de expresarse, Stefano había dejado de reírse de ella en ese aspecto y la premiaba con un “Bravo” cada vez que acertaba con la palabra correcta, y la corregía con paciencia cuando se equivocaba.
Hasta esa noche no se h
