Stefano estaba inquieto. Las palabras de Minerva no hacían más que confirmarle que estaba molesta con él, al punto de querer separarse de él y hasta divorciarse. No quería eso, pero sabía que tenía las de perder, sobre todo porque era completamente culpable. —No debí haberme ido con ella —murmuró frustrado, caminando de un lado a otro como perro acorralado. Recordaba perfectamente la sensación que tuvo al terminar de estar con esa mujer con la que tantas veces había estado; se sentía mal, descontento y por si fuera poco, asqueado consigo mismo. Nunca se había sentido así, como si hubiera sido desleal, infiel, un completo asno. Lo peor del asunto es que no quería estar lejos de Minerva, pero los asuntos de trabajo no le dejaban opción y poco tiempo después tuvo que viajar de nuevo a