La sensación de tener alguien tan cerca de su cuerpo, desnudándola, siempre fue como una especie de tortura para el alma de Sabrina. Ella padecía por tener que intimar con su marido, pero aquellos ojos grises recorriendo su piel con la mirada, deseando probarla y poseerla, la invitaban a dejarse llevar y a descubrir el paraíso…o tal vez, el infierno en la tierra, pues en cada caricia de Riccardo Lucchese, el Señor del Mediterráneo, no había nada de santidad, pureza o cualquier relación con el Dios Todopoderoso. Por primera vez Sabrina tenía las bragas empapadas como si fuese una virgen a punto de descubrir lo que es tener a un hombre entre sus piernas. Era el infierno, había un rastro pecaminoso en su mirada que la tenía rendida, incluso sus miedos se esfumaban poco a poco hasta dejar es