Riccardo dio órdenes para que preparasen su yate, dejando muy claro que solamente él y Sabrina subirían a bordo. Esta vez se marcharía sin tripulación, pues no hacía falta. Lo más importante que tenía para ofrecerle a aquella mujer que lo doblegó nada más cuando sus ojos se cruzaron, estaba justamente allí…en aquella isla. Junto con su futura reina y con su adorada princesita protegida en el vientre de su madre, Riccardo bordeó la isla hasta llegar al otro lado, a la entrada de una gran cueva que se ocultaba entre la flora del lugar. Sabrina abrazó a Riccardo que estaba pegado al timón con una bonita sonrisa de satisfacción en su rostro, pues sin mirarla podía percibir lo sorprendida que estaba. Dentro de la cueva había un gigante tragaluz por donde entraba no solamente la luz de la