LOS DECLARO MARIDO Y MUJER.
"Los declaro marido y mujer".
Eran las palabras que Sofía anhelaba escuchar desde que tenía 5 años, ella solía ponerse los tacones de su madre y alguna clase de trapo blanco sobre su cabeza para intentar recrear algo muy parecido al velo del vestido de una novia, Sofía era una romántica empedernida y amaba las bodas, por eso cada vez que alguien se casaba ella ofrecía gentilmente su ayuda para todo lo que necesitaran o al menos ser la pajesita, aunque al final del día, siempre lo hacía con el único objetivo de caminar hacia el altar con un hermoso vestido creyendo fervorosamente que así sería su boda.
La parte que más le gustaba de las bodas era la elección del pastel, creía firmemente que el pastel era una muestra de amor, era tal vez, para ella, la parte más dificil en ponerse de acuerdo para la futura pareja, pues aunque parecía poco importante ponerse de acuerdo en el pastel era negociar y negociar era todo lo que unía una pareja, dejar de lado los intereses particulares para respetar compartir los propios con tu otra persona.
Sofía tenía los ojos cerrados, apretados con fuerzas mientras recordaba el hermoso pastel que había tenido en su boda, una masa de chocolate perfecta, rellena de una salsa de frutos rojos y cubierta con una fina capa de la más deliciosa crema de mantequilla de limón. Era un contraste entre lo ácido y lo dulce, con ese particular sabor que daba el chocolate amargo.
Un pastel sin duda excepcional para todos los que asistieron a su boda, menos para ella, justo en ese momento con los ojos cerrados, recordaba perfectamente lo tonta que había sido. Ella odiaba el chocolate.
—¡Levántate! —Sus mejillas estaban bañadas en lágrimas y dolor. El hombre que estaba frente a ella no era el hombre con el que se había casado, parecía más una bestia.
—¿Q-que hiciste? —Sofía preguntaba incrédula, atónita, completamente fuera de su lugar, porque aunque tenía claro lo que había pasado, dudaba de que fuera real y más bien quería creer que todo era solo una pesadilla.
—Te educo —la respuesta de Antonio fue simple, corta y directa—, porque parece que no tienes buenos modales, Sofía.
—M-me pegaste, Antonio —el pecho de Sofía, justo en medio de su pecho, ardía, dolía, quemaba, era algo tan profundo, de una mala manera, que ella no sabía cómo lo podría explicar.
Decepción.
Asombro.
Desilución.
Desengaño.
Desencanto.
Fracaso.
Contrariedad.
Engaño.
Antonio nunca había dado muestras de ser violento o un maltratador.
Siempre había sido caballeroso, amoroso, respetuoso, aunque no lo parecía justo en ese momento en el que la acababa de golpear, el tipo siempre se había opuesto al maltrato que los hombres llevaban perpetrando contra las mujeres durante siglos.
—Y espero que te quede claro —la tomó del cabello tirándola hacía él, pues Sofía se había alejado tanto como había podido—, que no quiero que esto suceda una próxima vez —no podía creer aquellas palabras. Quería creer que un demonio se había metido en su mente y lo estaba manipulando para que hiciera y dijera lo que estaba haciendo.
—No me vas a volver a tocar nunca más —le dijo con firmeza mientras intentaba soltarse de Antonio, lo miro a los ojos, esos que estaban oscuros y endemoniados.
—Tu no me mandas, aquí lo que tu digas no tiene importancia ni validez —sus manos la tomaron por el cuello y lo apretó con tanta fuerza que la pobre empezó a sentirse asfixiada—. No quiero que se te olvide que soy el hombre de la casa y aquí el que manda soy yo, si digo que algo es n***o, es n***o y si digo lo que me dé la gana de decir, tu solo debes obedecer.
—Antonio, tu no... tu no eres así.
—Si lo soy, siempre lo fui.
"Me engañaste" Quiso decir Sofía, pero se contuvo por temor a otro golpe, por temor a más violencia y porque su mente, que siempre trabajaba demasiado rápido le decía que era verdad, que Antonio tenía la razón, que siempre fue así.
Pensó que enfrentarlo le daría un buen resultado, pero sabía que no sería de ese modo, sin embargo no pudo contenerse, porque ella había sido siempre así, no se contenía con nada.
—Nos vamos a divorciar —sintió el escozor en su mejilla por el nuevo golpe que le había dado.
Y entonces entendió que la culpa había sido suya por no ver las señales a tiempo y por quedarse allí sin decir nada más, solamente recibiendo el golpe como si en realidad lo mereciera.
Se fue del apartamento y eran aproximadamente las 8 de la noche, cuando ese primer golpe paso.
Entonces se quedó frente al mesón de la cocina mirando el mármol n***o, era elegante y había costado una fortuna. Lo habían elegido entre los dos, decidieron el estilo de cocina que querían y los muebles, de pronto Sofía estaba recorriendo con su mirada todo el apartamento, aunque había un ojo que casi no podía abrir y sintiendo el sabor asqueroso de la sangre dentro de su boca, dándose cuenta que cada cosa que había allí la habían elegido entre los dos.
"Mentira, niña tonta" Le gritó su conciencia.
Sofía se dio cuenta que siempre, todos los días, cada y durante cada minuto de su relación con Antonio ella había cedido a cada petición, gusto, voluntad y berrinche que él había hecho para hacer su santa voluntad.
Ella quería los muebles blancos, pero él siempre los quiso azules y entonces estaba sentada ahora en un sofá azul que no le gustaba. Cada cosa que había, en el que ella creyó que sería parte de su hogar era simplemente del gusto de Antonio y no del propio. Entonces su mente de manera automática empezó a recapitular cada cosa de la relación, cada paso que dió, cada camino que tomó para llegar hasta aquí y me se dió cuenta que había sido una completa ciega ocultando la realidad a sus ojos con una venda oscura.
Siempre lo vió como una expresión de amor, pero nunca se dió cuenta que era todo, menos eso. Que lo más probable es que Antonio no supiera el significado de la palabra amor.
"No uses faldas cortas para la oficina, solo cuando estés conmigo"
"No te maquilles tanto, es exagerado y pueden pensar lo que no es"
"No hables de ese modo, esas palabras no se ven bien en una mujer"
"No puedes estar bebiendo de esa manera, pensarán mal de ti y que no me respetas"
"Si te engordas demasiado no te vas a ver tan femenina"
"No me gustaría que mi madre te viera con esa ropa"
"Me gusta el sexo oral, pero no se si estoy listo para hacértelo a ti"
Y así empezó a sumar poco a poco los detalles de lo que creía no representaba nada, pero que horas más tarde eran un cúmulo de cosas que se habían salido de control y todo por su propia culpa.
La misma culpa que la atacaba y la hacía sentir vergüenza de sí misma y de su situación.
Sus padres, su hermana, sus amigas. ¿Qué dirían ellos al saber que se acababa de dejar golpear de un hombre?
Esa sencilla pregunta fue su más grande condena.
Sofía simplemente estuvo fuera del radar de su círculo social más cercano durante casi un mes, un mes en el que fue victima de los detalles más hermosos, grandes y costoso por parte de Antonio, como si las cosas materiales repararan el daño causado y el alma rota, durante ése casi mes, Sofía estuvo recuperándose físicamente, los morados poco a poco se iban quitando, el dolor y las partes hinchadas.
Sofía sabía que debía y podía hablar, contar, decir, gritar, llorar, golpear algo y salir de allí, pero la culpa y la vergüenza eran unos sentimientos horribles que le harían hundirme más y más en el pozo de lodo que estaba tocándole los talones.
Cuando Antonio regresó una noche, varios meses después no dijo nada, olía bastante a alcohol y se acostó junto a ella, tenía el temor de que quisiera hacer algo en contra de su voluntad, un temor que nunca antes había sentido a pesar de la vulnerabilidad a la que estaban expuestas constantemente las mujeres, sin embargo esa noche algo causo curiosidad dentro de ella. Antonio no la toco, ni la beso, ni siquiera lo intento.
Los días pasaron, se convirtieron en semanas y poco a poco en meses y las cosas volvieron a la normalidad, parecía que todo lo que había sucedido esa noche por un sencillo plato de comida, era más bien una pesadilla que la realidad de un capítulo horrible en su vida. Y a eso, ella tenía que abonar que Antonio ya no la buscaba para nada que tuviera que ver con el índole s****l.
Pero no era tan tonta como para no darse cuenta que cada vez que lavaba las camisas de trabajo de Antonio, estas estaban pintorreteadas de labial y base.
Su corazón ya no estaba doliendo por la violencia psicologica y fisica a la que había sido sometida, también tenía el peso de la traición del hombre que ella amaba.
Si, ridicula y tontamente, Sofía seguía amando a Antonio.
Pero luego de varios meses de una tensa tranquilidad en casa la relación amorosa de la que siempre estaba tan orgullosa de ostentar, había vuelto. Se quede con esa falsa felicidad que era como una anestesia a la decepción y al dolor. Esa felicidad efímera que era una muestra de que tal vez ella estaba loca y lo que un día creyó que había sucedido no fue real.
En ese adormecimiento estuvo sumida por 6 meses más, 6 meses en los que inevitable y conscientemente tuvo que aceptar que cada uno de sus actos era medido con minuciosidad porque no quería volver a sentir el dolor de un golpe en el cuerpo o de saber que su esposo se acostaba con otra mujer, y así fue como su alma poco a poco se daño y se volvió negra y triste.
La vida le decía que saliera de allí, que se fuera, que tenía un trabajo, una familia y unas amigas que la amaban y la ayudarían, pero eso implicaba aceptar que había fallado, que no había sido capaz de elegir bien, ni de mantener un hombre a su lado.
Cómo si la meta en la vida fuese mantener un hombre a tu lado, idiota. Le gritó su consciencia, que siempre estaba lista para criticarla.
Tal vez Sofía solo necesitaba ese empujón que la sacara de allí, pero el empujón solo llegaba si ella se lo contaba a alguien y en ese momento estaba guardando silencio a todos, un silencio de casi un año, un silencio en el que los golpes estaban dejando marcas del cuello para abajo. Marcas que algunas veces eran más moradas que otras, unas veces parecían raspones en sus manos, pero siempre siempre sin importar que, las marcas se veían en sus ojos.
—¡Anabella! —Saludo Sofía emocionada a su mejor amiga, al menos la que había sido su mejor amiga durante todo el período de universidad.
—¡Sofí! —Anabella, que adoraba a Sofía, la abrazo con extremo cariño.
Una tarde de café y shopping, de comida y un par de cócteles se fue como agua entre las manos, lo que iba a ser una salida de solo dos horas, se volvió en una desesperante tarde de 6.
El teléfono de Sofía vibraba, sonaba constantemente y a medida que pasaba el tiempo, ella se ponía más y más nerviosa, pero así mismo ignoraba el aparato.
—¿Por qué no contestas?
—No es importante.
—Debe serlo, no ha parado de sonar en dos horas.
—Ani, yo...
—¡Dame! —la chica de pelo pintado le arrebató con violencia el celular a Sofía y esta presa de miedo se abalanzó sobre su amiga, forcejearon lo suficiente, pero la curiosidad de la recién llegada ganó y logró ver la cantidad de mensajes que estaban llegando simultáneamente y las llamadas.
Anabella solamente miró a Sofía, sus ojos estaban fríos, rígidos, duros, pasaban de la pantalla del aparato a los ojos cristalizado y derrumbados de su amiga.
—Sofí, ¿cómo...
—Debo irme, fue una tarde agradable, pero mi esposo...
—Él no es tu esposo, eso no es un esposo.
—¡¿Qué vas a saber tú si no estás casada?! ¡Llevas 3 años soltera! —las palabras de una persona dolida podían ser dolorosas y brutales, las de Sofía lo habían sido.
—Es cierto, estoy soltera, hace 3 años que lo estoy, es cierto que no se lo que es estar casada, pero Sofí...
—¡Exacto! No te metas.
Sofía le arrebató el celular de vuelta, dejó dinero sobre la mesa y tomó marcha en dirección a su auto, Anabella se quedó mirando fijamente a su amiga mientras se marchaba, pero vio en sus piernas un par de morados que la falda Midi dejaba ver si mirabas al detalle.
No, Anabella no podía dejar que su amiga se fuera así.
Se levantó de prisa y dejó más dinero en la mesa, ¿qué si la cuenta era más o menos? ¡Qué importaba! Solo importaba Sofía, aunque Sofía de seguro sentía que no era así.
—Sofía, espera —Anabella tiró del brazo de su amiga antes de que se subiera al auto. La pobre mujer estaba temblando y con los ojos repletos de miedo.
—Anabella, debo irme.
—Te va a matar —las palabras no fueron de consolación, tampoco fue una advertencia, fue más bien un presagio—. Te va a moler a golpes y tal vez quedes consciente para curarte las heridas o te pase como a mi y tengan que llevarte a un hospital para estar en cama por 3 meses.