CAPÍTULO DIECISIETE Dust estaba sentado en completo silencio, con los marineros remando hacia la costa del reino. Los marineros lo veían con terror y desagrado, y Dust no podía decidir si era porque nunca habían visto a alguien gris, porque las sedas grises de los muertos los desconcertaban, o porque reconocían los tatuajes que marcaban su rostro. Él esperaba, sentando, mirando el vuelo de las aves y leyendo las señales que encontraba en ellas. Había señales en la mayoría de las cosas, desde la forma en que bailan las llamas de un fuego, hasta las entrañas ensangrentadas del sacrificio de una cabra. Dust tal vez no tenía la magia como un sacerdote o mago, pero sabía de estas cosas y muchas más. Sabía, por ejemplo, que los marinos planeaban traicionarlo. No era un pensamiento que le mole