—Melody, estás perdida. —Resopló en la sala de espera del centro neurológico más costoso de la cuidad. —¿De dónde sacaré tanto dinero para costear los medicamentos post operatorio de Zack?. —Se mordió los labios, no sabía que hacer, su vida estaba absorbida, incluso su juventud privada de diversión.
No era queja, se trataba de una reflexión, al menos pudieron costear la operación su hermano, después de ellas juntar sus ahorros de casi toda la vida, había podido ser operado del aneurisma que ponía en peligro su vida. Esto no cubrió todos los gastos, pero decidieron no esperar más. El último golpe luego de un desmayo había sido tan fuerte que llegaron a pensar lo peor.
—Hija, toma un poco de té.—Su madre se acercó a ella. Aunque se veía de buen ánimo, por dentro debía tener sus mismas preocupaciones.—Lo necesitas más que yo.
—No mamá, tomalo tú. Si deseas, puedes irte a la casa, no dejes a la abuela sola.—Su abuela Mechy era otro pilar del hogar, el único percance con ella era su carácter. Algo cascarrabias. Cuando estaba de mal humor le daba por lanzarle pestes a todos sus vecinos.
—Es verdad. —Su madre suspiro, luego de tomarse el té.—Pensar que hoy es navidad y nosotras estamos en esta situación.
—La salud de Zack es nuestro regalo, ya no sufrirá tanto, con desmayos constantes, dolores de cabeza. Está a salvo.
—¿Has pensado en como terminaremos de pagar el costo extra, por honorarios médicos?.—No solo era eso, también están los medicamentos que debía tomar.
—Yo me encargo, no importa si tengo que trabajar más.—No se arrepentía de haber accedido a que operará a su hermano en un centro médico que estaba por encima de sus posibilidades, nunca se le cruzó por la mente en arriesgarse a que lo intervinieran los medicos del servicio social.
—No es justo que cargues con todo hija. Yo buscaré la forma de ayudarte. Hasta podemos hipotecar la casa.
—Esa será la última alternativa.— Sobó su espalda, para relajarla.
Con el pasar de las horas su mamá se agotó, no era fácil aguantar el desvelo. Bajo con ella hasta las afueras y la envío a casa en un taxi. Ella se quedaría en su hermano. Con suerte en unos días le darían de alta y empezaría a trabajar.
Después de ver el taxi alejarse, volvió a entrar. Eran horas muertas en otros tiempos pero ese día parecía de emergencia. El ruido de varias ambulancias se fue acercando cada vez más, de forma ensordecedora. Agilizó los pasos hasta el ascensor. Al ver que entraban un paciente mal herido en una silla de rueda, prefirió rodar.
—Subire por las escaleras. Hoy no quiero ver más sangre. —Suficiente con haber visto un doctor descuidado salir con su bata cubierta de sangre, cuando esperaba que sacarán del quirófano a su hermanito. Se le revoloteo el estómago al recordarlo. Y pensar que era uno de los centros especializados mas prestigiosos de Italia, en uno público se veían cosas peores.
El número cuatro apareció ante su vista, se alivió, casi no tenía aliento pero había cumplido la hazaña. Sin aliento corrió al bebedero. Su cuerpo gritaba agua, la sed tenía pegada su lengua a la paladar.
Terminado de saciar esa parte vital, se estiró y camino hasta cuidados intensivos, Zack estába en coma inducido, el médico le había dicho que solo era por precaución, para que su cerebro se recuperara más rápido. Estaría así unas 24 horas, la operación habia sido todo un éxito. Una voz fuerte la reprendió.
Lo miro desde el cristal, su dulce hermanito, podría lograr sus sueños. Paso sus dedos por la transparencia suave y fría a la vez, absorta. Enajenada de todo el revuelo que había cerca de la sala de cirugía.
—¡Señorita Rossi!.—¿Me llaman?, se pregunto así misma al escuchar la voz tan lejana. Cuando hubo contacto, se espanto. Giró el rostro y enfocó a la enferma que la veía con impaciencia.—Le sugiero ir a la sala de espera o a la cafetería. Tenemos una situación delicada y necesitamos toda el área despejada.
—¿Y mí hermano?. Me gustaría quedarme con el.
—El estará bien, recuerde que estamos para cuidar de él. —La enfermera la veía con algo de lástima, no la culpaba, vió su reflejo en el cristal, hecha polvo, ni hablar de ojeras de mapache apaleado.—Solo la protejo de ver algo desagradable. Han llegado muchos pacientes con traumas de gravedad. Podrían herir su sensibilidad.
Entendió todo. Ya sabía cuál era la posibilidad con la que reaccionarian sus ojos ante esa observación.
—Tomare las escaleras.— hizo un gesto perezoso con su rostro.—Gracias.—Se alejo seguido.
Igual como había subido, descendía. Tiraba los pies al choque suave del piso bien lustrado, contaba con esperanza, como niña esperando un lindo regalo al final de esa faena larga. El rostro cabizbajo adoptó una sonrisa, cuando se tambaleó, se recostó de la pared, logro su estabilidad y siguió. Al doblar a su último escalón,
—¡Sal de mi camino!. —Una aparición, casi queda sin aliento al ver ese monumento esculpido por los angeles. Todo perfecto y musculoso. Temblaba por excitación sorpresiva, no obedeció a su inquietud maleducada. Faltando pocos escalones para cruzarse el volvió arremeter.
—¡Hazte a un lado niña tonta!, no ves que tengo prisa?.—El podía hacerse a un lado y cruzar bien. Ninguno cedía, frente a frente. No le tenía miedo. Se movió con una segunda intención. Cuando el pavo real penso tener el camino, le cruzó el pie para que tropezara.
No miro atrás.
—¡Maldicion!.—Bramo, el hombre petulante y mal educado.
Le tocó correr, fue un choque fuerte, se mordió los labios, por su travesura. Sin remordimientos quedó, se lo había buscado; que le valía a ese sujeto cruzar a los lados, no, el debía ir en medio.
—Ridiculo. — Dijo en voz alta. Se mordió los labios, al ver unos hombres imponentes cuidar esa entrada. Parecían mafiosos. Aspectos turbios.
Siempre la curiosidad le ganaba, se coloco cerca de una maceta enorme, con una mata bien copada.
Uno de los guarudas hablaba por teléfono, dió un giro en 360°.
—Debemos subir, el jefe nos necesita.
—¡Qué habrá pasado, para qué cambie de opinión!.—Al parecer eran los seguridad del hombre que se encontró subiendo las escaleras.
—Solo dijo que tropezó con una perra. Que subamos.—Abrio los ojos de par en par. Ese loco seguro hablaba de ella.
Los tres hombres empezaron a subir por las escaleras, aprovecho y se desplazo de forma escurridiza por otro pasillo. Su refugio sería la cafetería. Esos matones no solían ir a lugares concurridos. Ellos parecían de esa calaña. El jefe no lo disimulaba con su aspecto. Le daba miedo lo que podían hacerle esos brazotes.
Se acomodo en un rincón de la cafetería, los minutos pasaban, ella aprovecho y saco su cuaderno de dibujos. Aprovecharía el tiempo para diseñar una nueva prenda, ahora debía poner su talento en práctica. Algo interesante, pudiera vendercelo a una de sus clientas o casa de moda, por debajo de la mesa. Cada peso contaba.
En el papel se perfilaba un lindo diseño, le salió de forma natural un vestido de noche. Más ese día que acababa de ser navidad. Tiempo pasado, comprobó al ver la hora, eran la 1 de la mañana. Paso la mano por su rostro. Al terminar disimuló un bostezo, tenía sueño, no podía dormir, tampoco quería hacerlo. Se fue acercando a la máquina de expendio de café para servirse un poco.
—¡Melo!.—No podía ser, era la voz de Daysi. Una cliente muy atenta. —La busco con la vista, venía hacia ella. Sonrió. No por mucho tiempo los hombres que venían detrás, la hicieron desvanecerse.
—Hola Daisy.—Estos se quedaron un poco retirados, aún así el hombre que había hecho tropezar la fulminaba.
—Que sorpresa ver a mi costurera favorita en este centro.—Normal que le sorprenda, las personas de su estatus no solían ir a lugares como esos, a recibir las mejores atenciones.
—Solo visito a una clienta. Sabes.— No quiso abundar.
—Claro.—Daisy era media bobalicona, hasta en su risa se notaba esa condición.—Mejor me retiro, ando con mi tío y sus hombres. —Antes de que está se fuera, se acercó el pavo real, altanero, hasta en la postura de su cuerpo.
Restregó sus ojos verdes por todo su cuerpo. Ese brillo seductor hacia un contraste magnífico con sus espesas pestañas, su cabellera negra y brillante. Casi se le hace agua la boca en la exploración. Al ver sus músculos tatuados nuevamente se sintió sofocada.
—Daisy. ¿Quién es tu amiga?.
—Tio. Ella es Melo, mi costurera estrella. Trabaja en la "Casa Virgi".—Miro en otras direcciones para evitar el contacto con esos ojos. La estaba desnudando con la mirada y ni hablar de su dureza.
—Con que, una costurera.
—No solo eso. Soy graduada señor. Estudie en una universidad, diseño de modas.—Respondió con altivez, no dejaría que ese patán la menosprecie.
—Es lo mismo, trabajas tejiendo, con hilitos y telitas. —La mueca fastidiosa de su rostro fue de total burla a su oficio. No faltaron las ganas de caerle a golpe con su cartera. La idea se le antojo, pero su cartera no merecía ese maltrato.
—Igual es un trabajo honrado y nadie me confunde con una matona.—Daisy comenzó a reír. No le molestó, la chica era muy tonta para entender la indirecta.
—Tio Dimitri. ¿verdad que Melo es muy cómica?.
—Si.—El hombre se acercó como una pantera, estando muy cerca, tanto que podía oler hasta el trasfondo de su perfume, aliñado con el olor natural de su piel.—Me la vas a pagar costurerita de mierda.
Se quedó muda ante esa promesa espantosa. Atónita, sus ojos se clavaron en su espalda mientras se alejaban. No dudaba que cumpliera su promesa, por vía de Daisy podía ubicarla.
Tocó madera para que alejara la posibilidad de que volvieran a verse. Con suerte el se olvidaría en unas horas de su existencia.