—¡Adelante! —digo.
La puerta se abre, y es Evan.
—Lindo, tu habitación podría ser gemela de la mía. Tenemos vista al lago, no está nada mal —dice.
—Sí, y aquí se siente bien, más liviano —admito en voz alta.
—También lo has notado, pensé que era el único —dice, y lo miro sorprendida y aliviada en partes iguales.
Toma asiento en el asiento bajo la ventana.
—¿Por qué me besaste?
Me sonríe de medio lado.
—Eso ha sido rápido.
—Me gusta ir directo al grano.
—Te besé, porque es mejor que nos atrapen en eso que en otras cosas.
—Sí, me lo imaginé —admito con sinceridad—. ¿No te parece raro que nos ubicaran a ti y a mí acá arriba tan rápido?
—Sí, pero lo más seguro es que Costa nos está probando, y no sé si te has dado cuenta, nuestros tutores, algunos son aprendices para convertirse en psiquiatras. Costa es profesor.
Frunzo el ceño.
—¿Cómo lo sabes?
—Soy detallista. He visto como los tutores le hablan y se pasan anotando cosas. Al principio pensé que tomaban apuntes de nosotros, pero no disimulan que Costa los está enseñando. Somos ratas de laboratorio y más si nos les importa fingir que no sucede nada paranormal aquí.
Me pongo de pie y miro a mi alrededor.
—¿Qué sucede? —pregunta, y se pone de pie.
—¿Y si hay micrófonos y nos espían todo el tiempo?
—Hey, cálmate, te aseguro que no es así —dice con voz calmada.
—¿Cómo lo sabes? —pregunto sin perder el tono nervioso.
—Mi hermano mayor me enseñó a encontrar micrófonos y cámaras ocultas. Se obsesionó con eso durante su primer año en la universidad. Tenía un compañero de cuarto amante de las cámaras, de la tecnología en general.
Suspiro.
—Esto es horrible, ¿cómo pretenden que mejoremos si aquí me siento paranoica?
—Es irónico, pero no todos los centros, institutos, etc., son buenos, por más caros que sean.
—Me has tranquilizado, gracias de verdad —digo y le sonrío.
—Descuida.
—¿Qué edad tiene tu hermano?
—Veinticuatro.
—Evan, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Sí, no veo por qué no —dice, y deja un adorno de caballo de madera sobre una gran cómoda que hay en la habitación.
Se vuelve a sentar en el asiento bajo la ventana. Me siento en la cama.
—Cuando Adam contó la historia de El chico de la hoguera, tú te fuiste.
Su semblante ha cambiado. Se ve serio, tiene los labios apretados, está formando una línea. Se pone de pie, y yo lo copio.
—Lo lamento, yo…
Está mirando por la ventana.
—No me gusta hablar de eso —dice, y me sorprendo cuando se va de la habitación sin decir más nada.
«¿Qué le pasó?», me quedo pensando mirando la puerta abierta por donde se ha ido recién. Salgo de la habitación y me apresuro a bajar las escaleras, a lo mejor Vincent todavía sigue en la cabaña. Me encuentro cerca de la cocina.
—Disculpe, señora Anne Mary —le digo al ama de llaves, nos la presentaron después de desayunar.
—Sí, ¿en qué puedo ayudarla? —me responde.
—¿Ha visto a Vincent?
—Sí, está afuera, en uno de los laterales de la casa, en donde está la parrilla de piedra. ¿Necesita que la lleve?
—No, no se preocupe, yo voy, así conozco la cabaña.
Sí, no nos han dado un tour, todavía no. Sin embargo, no me molesta estar por mi cuenta, así exploro un poco. Observo las ventanas y listo, ya he encontrado el lugar. Salgo por una puerta alta y amplia de cristal, y luego comienzo a bajar por unas escaleras de piedras; voy por la mitad de las mismas, pero no lo veo, no veo a Vincent por ningún lado, así que me acerco a la parrillera de piedra. Miro hacia abajo, y me sorprendo cuando veo a Vincent y a Joy besándose con pasión. Están más abajo que yo, cerca de un gran pino, han bajado por un sendero. De seguir bajando se llega al lago, y desde mi posición puedo ver la ensenada, pero esta está del otro lado. Si llego al lago podré ver mejor el muelle. Me quito para que Joy y Vincent no me vean.
«Joy lo ha logrado, tiene a Vincent bajo su encanto». Me alegro por ella, espero que no los atrapen o de lo contrario Vincent podría perder su trabajo. Ni modo, tendré que esperar para poder hablar con él, «quiero saber qué le pasó a Evan y sé que Vincent me podrá contar».
Capítulo 18: ¿Un día normal?
Decidí regresar a mi habitación después de encontrar a Joy y a Vincent besándose. Tenía sueño, estaba muy cansada porque desde que ingresé al centro de rehabilitación no he podido dormir bien. Apenas puse la cabeza en la almohada me dormí plácidamente. Me despierto y todavía es de día, eso quiere decir que no me pase todo el día durmiendo. Veo mi reloj, son la una de la tarde. Tengo hambre, voy al baño y no dejo de sorprenderme por lo lindo que es. El baño tiene espejo, pero estoy segura de que no se rompe con facilidad y ya revisé las ventanas de la habitación, estas no se pueden abrir.
—Sam —dice Evan. Me lo encuentro en el pasillo antes de bajar por la escalera.
Me detengo y lo miro a los ojos.
—Escucha, yo —dice, y se pasa la mano por la cabeza—, lo siento por reaccionar así e irme antes.
—Descuida, te entiendo, hay cosas de las que no se pueden hablar.
Asiente con la cabeza.
—Sam —dice Vincent, viene de la escalera—. Me dijeron que me estabas buscando, pero luego te vieron subiendo y pusiste en la puerta el cartel de no molestar.
Vincent mira a Evan y luego a mí. Sonríe con gracia.
—Me quedé dormida —digo.
—Nos vemos luego —dice Evan, y se va. Baja por la escalera.
—Puedes dejar de sonreír, de verdad estaba durmiendo, no seas bobo —le digo.
Vincent se ríe.
—Bueno, ¿para qué me buscabas?
Observo por donde se fue Evan, y no me resisto.
—¿Podemos hablar en mi habitación o en otra parte?
—Está bien, pero no en tu habitación, vamos, aquí hay un balcón —responde.
Lo sigo, y veo como saca un llavero de su pantalón, abre la puerta del balcón y paso después de él. «Aquí tampoco confían en nosotros, creerán que podemos lanzarnos del balcón». Bueno, es obvio, por eso las ventanas de mi habitación no abren.
—No entiendo por qué dejan cerrado el balcón, las barandas son altas —digo.
—No lo suficiente —responde.
—Necesito saber, ¿qué molestó a Evan la noche de la fogata?
—Sam, no puedo contarte, es confidencial y lo correcto es que Evan quiera decírtelo.
Suspiro.
—Si lo sé, pero quería saberlo para poder ayudarlo.
—Para eso está aquí y tú también, es lindo que lo quieras ayudar, pero deja que esté listo y sea él el que quiera decírtelo.
Asiento con la cabeza.
—¿Pasarás la noche aquí?
—Sí, voy a dormir aquí arriba.
—¿Y el doctor Costa se quedará o el director?
—El director. Bueno, ahora, bajemos, ¿no tienes hambre?
—Sí, a eso iba cuando estaba saliendo del cuarto —respondo.
Comienzo a arrepentirme, fui impulsiva, no debí de haberle preguntado a Vincent. Me detengo, él está bajando, pero yo…, veo a una persona transparente y borrosa detrás de él, esta se gira y me mira directo a los ojos. De la impresión me caigo al intentar retroceder. La sensación que tengo es igual a la de ir en cámara lenta.
—¡Sam! ¿Estás bien? —me pregunta Vincent subiendo los escalones rápidamente y me ayuda a levantar.
Al menos no he perdido el conocimiento, ya que me caí de nalgas y me deslicé hasta abajo. Tampoco se me ha ido el aire, pero sí, me siento un poco agitada. Menos mal que he caído en el rellano de la escalera o me hubiese llevado a Vincent, quien ya estaba dos escalones abajo del rellano; si no me lo hubiese llevado como si él fuese un pino de boliche.
—Sí, estoy bien, qué vergüenza —digo.
—No tienes nada de qué avergonzarte, solo te caíste, pero ¿seguro que estás bien? ¿no te duele nada?
—No, bueno, sí, me dolió un poco al caerme, pero voy a estar bien, gracias por preocuparte.
—¿Cómo te caíste?
—Me tropecé, di un traspié.