—Tengo una pregunta —dice Adam.
—Por favor, hazla —le responde el doctor.
—Supongo que al ser todos jóvenes, los que estamos en este lugar, pues, puede que la convivencia haga que más de uno vea a su compañero de centro. Ya sabe, a otro paciente, pues como un interés romántico, por decirlo así.
El doctor sonríe con gracia.
—No te preocupes, Adam. Sí, eso pasa mucho, pero tienen que saber que está prohibido compartir habitación. No está prohibido enamorarse ni formar parejas; es parte de la vida. Si quieren estar de forma íntima con su pareja, tendrán que ganárselo.
—¿Cómo así? No entiendo —pregunta Adam con expresión confundida.
De hecho, todos hicimos la misma expresión que Adam.
—Mantener contacto físico con la pareja, desde un beso a algo más profundo. Para que lleguen a ese punto, tienen que ganárselo. Sus terapeutas y psicólogos son los que van a aprobar que ustedes puedan estar en una cita, sin cámaras, sin monitoreo. Hay un edificio dentro del terreno, que le dicen el Edén. No lo bautizamos así nosotros, sino jóvenes que estuvieron aquí antes que ustedes. Nos gustó el nombre, y desde hace cinco años, así se llama el edificio. Es todo lo opuesto al centro. Es como estar de vacaciones en un hotel de cinco estrellas.
Todos nos impresionamos por lo que ha dicho el doctor.
—Aunque no formen pareja, sus premios tienen que ver con el Edén. El Edén es como la vida real, en donde pueden ser jóvenes normales y disfrutar de la vida con plenitud. Se sorprenderán de la cantidad de motivaciones para salir de este centro, completamente rehabilitados.
—Excelente —interviene Jackson.
—Bueno, cualquier pregunta que tengan, al salir de esta habitación, siéntanse libres de preguntarles a sus tutores. Los van a conocer en breve, en el jardín trasero de esta instalación.
—¿Qué hay con nuestras familias? —pregunta Kristen.
—Otra buena pregunta —responde el doctor—. Una vez al mes, vendrán sus familiares a visitarlos. Si no quieren verlos, no serán obligados.
—¿Cómo saber que no será parte del monitoreo, el rechazar ver a nuestras familias? —pregunto, y el doctor se ve un poco sorprendido por mi pregunta, o eso creo.
—Sam. No te preocupes, eso no te restará puntos. Si no quieres ver a tu familia…
—Disculpe, pero no tiene sentido. Usted evalúa todo, cada cosa que hagamos, y el rechazar a un familiar, debe de ser algo muy jugoso en su profesión —digo interrumpiéndolo.
Sonríe sin mostrar los dientes, pero la sonrisa le llega a los ojos. «Debí de haber dicho algo interesante».
—Sí, pero te aseguro que no es el caso. Todos los seres humanos, sanos o no, podemos rechazar a nuestra familia; es un acto humano normal, porque lamentablemente es muy común ver a nuestra propia sangre ser tóxica y dañina con nosotros.
Me sorprendo.
—¿Sanos? ¿Acaso estamos enfermos? —pregunto a la defensiva.
—La ansiedad no es una enfermedad, pero están los trastornos de la ansiedad, y estos, sí, son una enfermedad mental. Por eso, Sam, necesitan curarse. Aquí curamos los trastornos. Hay muchos tipos —responde, y me sorprendo nuevamente—. Bueno, el tiempo se ha terminado por hoy. Tienen que ir a conocer a sus tutores —dice, y se pone de pie—. Los veré a la hora de cenar. De a poco van a ir acostumbrándose a estar aquí. Por favor, recuerden, todas las preguntas que tengan, con gusto, sus tutores van a responderlas.
Salimos con el doctor, y Vincent se encuentra esperando por nosotros. Tengo tantas preguntas, comenzando por: «¿Seremos nosotros cinco nada más los que estamos aquí o hay otros chicos en el centro?».
Vincent nos guía hasta el jardín trasero. Parece el patio trasero de una casa de campo, una muy hermosa. Caminamos hacia un área techada junto a una piscina; allí nos están esperando varias personas. Me sorprendo porque, aunque sé que son dos tutores por paciente, ver a diez adultos esperando por nosotros, es como que mucha gente. Hay cinco hombres y cinco mujeres. Los tutores comienzan a presentarse y a mí se me acercan dos mujeres.
—Samantha, mi nombre es Camila —dice una señora pasada de peso.
Camila es más baja que yo, es un poco gorda y no sé qué edad tiene, parece de cuarenta y tantos. Tiene el cabello rojizo, corto, no muy corto, y sujeto en una pequeña cola de caballo.
—Hola —le digo.
—Soy tu psicóloga —dice Camila, manteniendo la sonrisa.
—Y yo, soy Jackie, tu terapeuta —dice la otra mujer, quien es esbelta, más alta que yo, y parece modelo.
Camila no es fea, es muy bonita de cara, pero si perdiera peso, no tendría nada que envidarle a mi otra tutora. «Ser honesta no es mi virtud, porque puedo ser destructiva o tan solo ofensiva, y a veces no lo hago apropósito», pienso, y prefiero tragarme ese pensamiento y no expresarlo en este lugar, perdería muchísimos puntos con mis tutoras. Hasta creo que estaría en menos cero muy rápidamente.
—Jackie, tengo una pregunta. Oh, disculpe, no sé si puede tutearla —me apresuro a decir.
Me sonríe ampliamente.
—Puedes —responde.
—A mí también —dice la psicóloga, Camila.
Sonrío divertida porque la psicóloga es mayor que Jackie.
—¿Qué clase de terapeuta eres?
—Buena pregunta, soy especialista en lenguaje y fisioterapeuta. De hecho, todos los terapeutas del centro lo somos —responde Jackie.
—Entiendo, pero creo que hay un tercer tipo de terapeuta, solo que no recuerdo cuál —admito con sinceridad.
Ambas me sonríen.
—Sí, muy bien, estás bien informada, Samantha. Están también los terapeutas cognitivos. Los psicólogos utilizamos la terapia cognitiva, que consiste en ayudar a resolver a los pacientes sus problemas internos. Ayudamos a tomar conciencia de tus pensamientos negativos, de modo que puedas ser capaz de resolver rápidamente situaciones exigentes que te pueden agobiar. Yo soy psicólogo, pero me especialicé, y bueno, soy psicoterapeuta, pero me presento como psicóloga aquí, es más fácil de pronunciar para los jóvenes —dice Camila con un agradable sentido del humor.
Me hace sonreír genuinamente.
—Entiendo. No tenía idea —admito con sinceridad.
Observo a los demás chicos, están hablando con sus terapeutas. Miro a Evan, y este me mira, y luego observa a mis terapeutas. Sus terapeutas son una mujer y un hombre. Al menos ahora, Evan se ve un poco, menos serio, se podría decir. «A lo mejor, el aire libre le sienta bien». Creo que a todos. El sol es agradable al contacto con la piel.
—Samantha —dice Camila.
—Oh, por favor, díganme, Sam —respondo con tiento.
—Muy bien, Sam. ¿Qué te gustaría hacer? —me pregunta Camila.
Frunzo el ceño.
Camila sonríe con gracia.
—No sé, es decir, aquí es agradable. Me encantaría poder quedarme un rato aquí afuera —admito, y es la verdad.
—Lo podemos hacer, estar una hora o incluso, dos —responde Camila.
Capítulo 2: Diarios
—Buenas noches, jóvenes. Espero que les haya gustado la cena de hoy. Como pudieron ver y degustar, en el menú encontraron sus platillos favoritos, sin embargo, esto no siempre va a ser así. Habrá variedad de comidas, pero sus favoritos, los obtendrán como recompensa. Aquí queremos que estén sanos, tanto físicamente como mental, por eso los platillos diarios, estos son bien pensados. En la parte espiritual, el entorno, la naturaleza, se encargará de sanar sus espíritus —dice el doctor Costa, y hace una pausa cuando Vincent entra al comedor.
Vincent ha traído un carrito con lo que alcanzo a ver, «¿cuadernos?».
—Antes del postre, quiero que acepten, por favor, el cuaderno que les hará entrega Vincent —continúa diciendo el doctor Costa—. Es para que lleven un diario. Pueden escribir cómo se sienten, sus sueños, pesadillas o todo lo que les pase por la mente. Pueden escribir todos los días o al menos una vez a la semana. Es una actividad muy importante y, por lo tanto, es obligatoria.